Verle ahí, como una de esas bolas de pelusa, ácaros en
realidad, que se acumulan y esconden detrás de las puertas, bajo las camas o en
los rincones, en lo alto de la tribuna del Congreso, hablando con sorna y
desprecio de "los de la escoba" y sentir unas ganas tremendas de
coger yo mismo una de esas escobas para barrerle para siempre de la vida
pública española fue todo uno.
Vi al presidente de gobierno que ha acumulado más poder en
sus manos en toda la democracia como basura, basura acorralada, cercado por los
jueces y la opinión pública que ahora, para su desgracia, la de Rajoy, ha
conseguido diferenciarse y escapar de esa otra opinión publicada por todos esos
medios convenientemente engrasados mediante publicidad institucional, licencias
y ayudas de diverso tipo, incluso en negro cuando ha sido preciso.
Rajoy, que ayer quiso aparecer como el Don Limpio que, con
sus poderes desinfectantes, iba a dejar limpia y reluciente la política
española, se vio acosado como esas sabandijas de casa antigua y cerrada que
corren enloquecidas a buscar refugio en cualquier rendija cuando se mueve
cualquier mueble y la luz invade el territorio que han hecho suyo. Y. por más
que tratase de disimularlo, su rostro, siempre al borde de lo patético, su
palidez y su mirada huidiza lo dejaron bien claro.
Debió ser duro haber tenido que mantener horas antes del
debate un pulso enorme y doloroso con la entonces aún ministra Mato, la
cocinera de sus campañas electorales, la amiga de sus amigos, la que sabe tanto
de tantas cosas, la que escapó por los pelos de la imputación en el caso Gürtel
y no se pudo librar de, como dijo el ínclito Martínez Pujalte, de haber sido
pillada comiéndose el jamón que trajo su marido a casa. Fueron dos horas de
"tira y afloja" con quien, como yo, no entendía por qué había
permanecido al frente del ministerio después de haber metido la pata tantas
veces y tan gravemente y tenía que marcharse ahora del despacho por una simple
cuestión de estética.
Fueron dos horas de discusión con la ministra en la Moncloa,
lo que, sumado al partido de Madrid de sus amores en Basilea y el sueño y el
cansancio que tanto le afectan debieron restarle frescura a la hora de leer el
discurso de corta y pega que pusieron en sus manos para subir a la tribuna.
No estuvo fresco el presidente, como tampoco lo estuvo el
flamante líder de la oposición que, frente a ese Rajoy apocado y poco
convincente, optó por un discurso socialdemócrata desteñido que apenas hizo
mella en el correoso presidente del PP, dejando en manos de Cayo Lara y Rosa
Díez los ataques brillantes a su discurso.
Fuera de la cámara, todo aquel que pudo opinar lo hizo para
hablar de las propuestas de Rajoy como viejas e increíbles, sobre todo en su
boca, para recordarnos que son las mismas que viene anunciando cada vez que se
ve pillado en un renuncio corrupcional, sin llegar a ponerlas nunca en
práctica, pese a tener en sus manos todo el poder para hacerlo. A mí, que me
"tragué" con un cierto sopor la mayor parte del pleno, lo único que
me llamó la atención de lo escuchado fueron esas palabras de Rajoy sobre los de
las escobas, casi una advertencia a los compañeros de casta, dedicadas, no me
cabe la menor duda a Podemos y a quienes consideramos desde hace tiempo votar a
Podemos.
Por eso, en tiempo de aspiradoras sin bolsa e incluso sin
carrito, sentí unas ganas locas de hacerme con una de esas escobas de retama,
de palmito o de mijo, casi reliquias en los tiempos que corren, para ir con
ella en procesión al Congreso, a la Moncloa o donde sea para acabar con tanta
pelusa como vive escondida en los rincones de este sistema que quiero limpio y
reluciente de una vez.
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1 comentario:
Tienes toda la razón...hay mucho que barrer!
Saludos
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