El sábado a la tarde, la alcaldesa de Madrid, la misma que
diluía sus problemas en un spa portugués mientras cinco familias lloraban a sus
niñas muertas en el Madrid Arena, la misma que está cambiando las marquesinas
en buen uso de la EMT, porque quien la encargada de hacerlo es una empresa
"amiga", mientras los autobuses tardan cada vez más, la misma que
dirige una corporación que cede alegremente coches y escoltas a un soplagaitas
de la talla del pequeño imbécil Nicolás, la misma que tiene una amiga, Carmen
Cafranga, ex presidenta de la Fundación Caja Madrid, que, aparte de gastarse
decenas de miles de euros de su black card en los toros, ha dado, con un
crédito casi clandestino de la arruinada Caja Madrid, un pelotazo de nueve
millones a coste cero con los pisos del Niño del Remedio, la misma Ana Botella
que ha entregado centenares, si no miles, de viviendas de alquiler social a
fondos buitre que, después de disparar el precio de los alquileres, está
desalojando a los inquilinos que no pueden hacer frente al pago, esa señora
que, por una hábil carambola de cacique, llegó a ocupar el faraónico despacho
que el más pelota y ambicioso de nuestros, sus, políticos se había hecho
construir, la señora de Aznar y suegra de Agag, se presentó envuelta en una
manta y rodeada de jovencitos de marca -perdón, quise decir vestidos con ropa
de marca- en la manifestación que exigía a Mariano Rajoy el cumplimiento de su
programa electoral, aunque sólo en la retrógrada materia de regulación del
aborto, para llevarla a los tiempos en los que el tío José (Botella Llusiá)
ginecólogo de la dictadura, se negaba a enseñar desde su cátedra a practicar
los abortos terapéuticos.
La excelentísima señora alcaldesa de este Madrid de mis
entretelas anunció a bombo y platillo que se manifestaba contra Rajoy, no
porque debido a su ineptitud se haya puesto fin a su carrera política, sino por
coherencia. Curiosa coherencia de quien nada ha dicho, dice ni dirá del recorte
de servicios, de la eliminación de las becas de comedor para niños, ni de la práctica
demolición de las asistencias a los ancianos, ni del abandono de parques y
jardines, ni del de las calles ahogadas en suciedad y basura, ni de la cantidad
de empleados de los servicios públicos que, si no han acabado en la calles, sí
lo han hecho en manos de contratas que les obligan a trabajar -son lentejas...-
por la mitad de lo que lo hacían, mientras el ayuntamiento se llena de
jovencitos peperos, mucho más discretos que su primo Nicolás, pero con su
correspondiente sueldo-premio de asesor.
No le preocupaban esas coherencias, como tampoco le preocupó
apuntarse a la caridad demagógica, prometiendo a Carmen, la anciana de
Vallecas, un alojamiento a cuenta del ayuntamiento, cuando ésta ya tenía el
ofrecimiento del Rayo Vallecano y mientras otra mujer hacía el hatillo para
salir del piso de alquiler social que le costó años conseguir y que ya no puede
pagar porque la alcaldesa se lo vendió al peso, junto a centenares más, a un
fondo buitre de esos que carroñan en todas las crisis comprando barato pisos o
empresas para cambiar las reglas del juego.
Lo de la alcaldesa manifestándose contra la ley del aborto
no fue coherencia, porque no salió a la calle mientras su marido mantuvo la ley
aprobada en tiempos de González, recurrida por su partido ante el Tribunal
Constitucional. Lo de Ana Botella el sábado fue una pequeña venganza, un
pellizco de monja histérica, contra quien ya no cuenta con ella para nada,
contra quien la está dejando caer, como ella misma está dejando que se coman los buitres una ciudad que llegó a estar orgullosa de sí misma.
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1 comentario:
Ciertamente lamentable...
Saludos
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