El catalanismo, no estoy tan seguro de que el soberanismo lo
sea también, es un sentimiento natural y generalizado en Cataluña, en tanto que
el independentismo se está convirtiendo en un problema, a todas luces
artificial, que los más extremistas de uno y otro lado utilizan como
combustible para el viaje electoral en el que continuamente viven, cuando no
como pantalla tras la que esconder su verdadero rostro que en el caso de PP y
CiU y en aspectos como el desmantelamiento del estado de bienestar o la corrupción,
por ejemplo, no son tan distintos.
Tendemos a vivir el instante dejándonos arrastrar por lo que
los medios deciden que es la actualidad, esas noticias con las que
machaconamente se nos bombardea y se nos aturde mediante una curiosa forma de
metaperiodismo en la que las agendas se convierten en noticia en sí
mismas y en la que las opiniones de periodistas, políticos y
"famosos" en horas bajas, todas mezcladas y estridentes, llevan más a
un enconamiento sin salida que a un análisis sereno, más a levantar barricadas
que a tender los puentes que llevarían a la solución.
El último intento para conseguir que la incompleta autonomía
de Cataluña dejase de ser escenario de transacciones inmortales y alianzas
contra natura fue aquel Estatut que aprobó por una abrumadora mayoría el
Parlament de Cataluña y que aquí, en el Congreso, echaron abajo, pensando más
en la proximidad de unas elecciones que en la solución de un problema que
siempre ha estado y seguirá estando ahí, mientras no se dé satisfacción a las aspiraciones
de los catalanes.
Aquel fracaso auspiciado por el Partido Popular produjo un
enconamiento que supuso el hundimiento del PSC y devolvió el gobierno a CiU,
con el apoyo externo de Esquerra, dispuesta a ser cola de león, sin
involucrarse en el gobierno, que, anticipándose al gobierno de la nación,
comenzó a blandir las tijeras de los recortes, especialmente en la Sanidad. Y
fue entonces cuando abrumado por la protesta social Artur Mas disolvió el
Parlament y convocó unas nuevas elecciones envuelto en el señuelo de la
independencia, elecciones que dieron lugar a un Parlament más radicalizado, en
el que los partidarios de terceras vías se vieron más arrinconados si cabe.
Y entonces Mas, en medio de la peor crisis económica de la
reciente historia española, dio la espalda a los verdaderos problemas y
hábilmente, con la ayuda de Esquerra, convirtió las aspiraciones de
independencia en el único punto de su programa.
En Madrid y desde hace tres años, un Rajoy con mayoría
absoluta se convirtió en el reverso de Mas y abrumado como el por la crisis,
con un paro creciente y en medio de la voladura no tan controlada del estado de
bienestar, con un desproporcionado aumento de la desigualdad social, con un
partido sitiado por los jueces a propósito de la corrupción y con la pérdida
como aliada de la iglesia más montaraz y ya sin la lucha contra el terrorismo
como aglutinante, no vio otra salida para paliar su hundimiento en las
encuestas que hacer del nacionalismo español, que existe y como, y del no menos
cierto anticatalanismo ancestral latente en la sociedad española su luz y su
guía.
Desde entonces, como los ciclistas que hacen "la
goma" para tomar ventaja sobre el pelotón, Rajoy y Mas, Mas y Rajoy, han
estado jugando al ratón y el gato y con nuestros medios retándose el uno al
otro, anunciando uno la celebración de un referéndum imposible por el momento,
recurriéndolo ante el Tribunal Constitucional que lo prohibió, el otro,
respondiendo de nuevo Mas con una consulta más vistosa que efectiva el otro,
con nuevo recurso ante el TC, nueva prohibición, y un nuevo envite del
presidente catalán, no le quedaba otra, que celebrarlo pese a todo, sabiendo
que, como quedó claro, nadie iba a cometer la torpeza de impedirla por la
fuerza,
Y es entonces cuando Rajoy, que enzarzado en su pelea más o
menos controlada con Mas, tranquilo porque la sangre no había llegado al río,
descubre a su familia política azuzándole en la retaguardia, pidiéndole a
gritos que saque la navaja de la fiscalía para acabar con el rival.
Y en esas estamos ahora, con la decisión de presentar una
querella contra Artur Mas que, de aceptarse en los términos en que se va a
plantear podría acabar con el presidente de la Generalitat, dos altos cargos de
su gobierno y cuantos parlamentarios catalanes, como ya han hecho los de
iniciativa, inhabilitados para cualquier cargo público. Menudo papelón el del
fiscal general, obligado a presentar una querella que, si legalmente tiene
sentido, políticamente puede abrir definitivamente la caja de los truenos en
Cataluña, todo por la contumacia calculada de unos personajes que en ningún momento han
sido claros en sus intenciones y que, en mi opinión, nunca han deseado la
celebración de un referéndum, consulta, o como se quiera llamar, con garantías,
porque saben que cuando, finalmente, los catalanes acaben por pronunciarse con
sosiego y en libertad, a ellos se les va a caer la máscara que oculta su
verdadero rostro, muy antisocial y de derechas.
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1 comentario:
Una cosa no es justa por el hecho de ser ley. Debe ser ley porque es justa.
(Montesquieu)
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