Me veo de nuevo en la tesitura de hablar y no precisamente
bien de muertos, más concretamente de muertos recientes, algo que no parece
estar bien visto y menos si el cadáver es tan excelente como el de Cayetana
Fitz-James, duquesa de Alba o, como la se la denominaba ayer desde las
televisiones, públicas y privadas, la duquesa del pueblo.
Vivimos en un país en el que ser simpático puede llegar a
ser el salvoconducto para hacer cada uno haga de su capa un sayo.
Simpática y llena de desparpajo ha sido Esperanza Aguirre, simpático era el
cabecilla de la trama PPúnica -no es una errata- y simpática ha sido toda su
vida la duquesa de Alba, la aristócrata más juerguista o la que, al menos, más
abiertamente lo ha sido en las últimas décadas. Pues bien, parece que esa
simpatía da bula para pisotear derechos o para, lo que a mi modo de ver casi es
peor, ejercer la caridad y el paternalismo donde lo que debiera haber es
justicia.
Evidentemente, una aristócrata joven y transgresora como lo
fue en pleno franquismo la duquesa, rodeada de toreros y gitanos, generosa en
las propinas y a todas luces divertida hacía méritos para convertirse en
leyenda y está claro que lo consiguió, especialmente si se la compara con la
rancia y muy católica aristocracia al uso.
Se ha dicho de ella, ayer mismo lo hizo Alfonso Guerra, como
de una mujer muy libre, un piropo que, en labios de quien un día se erigió en
líder de los descamisados sonaba cuando menos extraño y que, afortunadamente,
fue desactivado por la cantante Paloma San Basilio, quien, con más sentido
común y la conciencia de clase que cabría esperar de un ex vicepresidente
socialista, puntualizó que con el dinero de la duquesa resultaba mucho más
fácil ser libre.
Esa es la clave de la libertad y la simpatía de la duquesa,
que, antes que duquesa era inmensamente rica y que la fortuna era suya y no de
su primer marido y padre de sus hijos, lo que le ha permitido darse cuantos
caprichos ha tenido hasta los últimos días de su vida.
Qué lejos su libertad de la de todos esos gitanos profesionales
de la juerga que pagan los señoritos a cambio de unas "perras", más
de un insulto y algún que otro abuso y muchos palos. No quiero con ello decir
que haya sido esa la relación de Cayetana con sus compadres los gitanos, pero
sí que esa ha sido la relación habitual de los de su clase con ella, que a
veces resulta pintoresca, cuando no obscena.
Cuesta entender la pasión de radios y televisiones por este
desaparecido personaje capaz de llenar horas y horas de programación con su
vida, su salud, la de sus hijos y cuantos líos familiares han querido
contarnos, pero más cuesta entender el despliegue de alguna prensa
"seria", sin caer en la cuenta para contárnoslo de que su fortuna era
la octava de España y de que el noventa por ciento de su extenso patrimonio no
cotiza a Hacienda como lo hace el más desgraciado de los autónomos. Por eso me
revelo, porque se han consumido ríos de tinta y litros de saliva en cantar las
excelencias de esta latifundista, heredera de una fortuna procedente de los
saqueos de aquel primer duque de Alba del que no procede su sangre, pero si sus
títulos, castillos, palacios y tierras y apenas se hable de sus privilegios.
Pero no es sólo cosa de los periodistas, porque ayer Susana
Díaz la presidenta andaluza a quien gusta recordar que es casta de fontaneros
acudió a presentar sus respetos ante el cadáver de quien posee en el territorio
en que ella gobierna muchas de las tierras que les faltan a tantos y tantos
andaluces sin decir ni una palabra sobre ello, más preocupada quizá porque el
secretario de Comunicación de Podemos, Íñigo Errejón, no cumple con el horario
en su puesto, no con el trabajo encomendado, en una universidad andaluza.
Sé que las comparaciones son odiosas, más si uno de los
comparados acaba de dejar este mundo, pero, a veces, algunas se vuelven casi un insulto.
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