A veces caigo en la tentación de pensar en la política, esa
que los que están dentro llaman "sistema", aunque sólo sea para poder
llamar antisistema a quienes intentan ponerle coto, es como una pegajosa tela
de araña que atrapa al que cae en ella deslumbrado por la ambición o, por qué
ponerlo en duda, por un generoso espíritu de servicio. Cómo la trampa de
la araña, la política, al menos esa de la que estamos tan hartos, está repleta
de pegajosos privilegios que, como los cupones y los vales de un
supermercado persiguen la fidelización del "cliente" y, quién sabe,
si cegarle para que acabe por no poder distinguir el bien del mal, lo justo de
lo injusto o lo decente de lo indecente.
Mientras escribo esto, escucho al presidente extremeño
revolverse contra quienes sacaron a la luz sus viajes a Canarias con la
seguridad, la memoria y los datos que parece que durante todos estos días no ha
sido capaz de mostrar. Y no salgo de mi asombra escuchándole hablar de las
certificaciones de los motivos de sus viajes a Tenerife que le hace el mismo
Senado que antes de ayer afirmaba carecer de un registro de los viajes de sus
señorías.
Tiene también, y lo ha dicho, certificaciones -yo le
llamaría coartadas- de compañeros de partido con los que se reunió y de los
asuntos que trataron, planes de empleo, problemas del sector del tabaco y cosas
por el estilo y yo, que debo ser muy torpe, me pregunto por qué si sus
interlocutores en las islas, mejor dicho, en Tenerife, eran senadores qué
carajo hacen los senadores en Madrid, con una costosísima cámara a su
disposición, si les basta con un pasaje de avión y un ratito para tratar de tan
importantes asuntos.
Ese es el gran problema: qué al parecer nadie sabe
para qué sirve ni cómo trabaja el Senado, algo que podría hacerse extensible a
algunos diputados. Después de una semana, el señor Monago ha caído en la cuanta
de a qué iba a Tenerife y lo ha hecho mediante un relato construido con todas y
cada una de las coartadas, me temo que fabricadas, que le han facilitado sus
amigos del partido y del Senado, algo que el presidente extremeño, para
confundirnos, se empeña en confundir, porque, en cualquier caso, el grupo
popular del Senado y sus encargos no son el Senado en sí mismo.
Pero, a lo que íbamos, es muy difícil no dejarse
enredar en las ventajas de que disfrutan sus señorías: dietas, ayudas al
alquiler en Madrid, ciudad que parecen odiar por lo poco que tardan en volar
desde ella, iPhone e iPads a tutiplén, viajes de hermanamiento con otros
parlamentarios que, la mayoría de las veces no pasan de visitas turísticas que
los primos pagamos a los hermanos, preocupantes fondos de pensiones, alguna que
otra ventaja crediticia, comida café y gin tonics subvencionados y poco,
aunque, eso sí, muy aburrido trabajo.
No puede ser que sus señorías se tapen el culo unos a otros
y que, para ello, estén dispuestos a justificar lo injustificable. A hacernos
tragar, por ejemplo, que la casa de la pareja sea el domicilio familiar al que
el Senado tiene que pagarle el viaje todas las semanas ¿no se supone que
representan a los ciudadanos de su circunscripción? ¿cuándo se supone que sabe
de ellos y de sus problemas? Bien mirado y con una adecuada planificación, que
para ello hay secretarias, podrían recorrer España y su diversidad.
Si os digo la verdad, lo de Monago puede ser cierto o no.
Sus excusas son tan tardías y elaboradas que se vuelven en sí mismas
sospechosas. Sus dudas, sus titubeos, sus versiones cambiantes no dan como para
fiarse mucho. Menos aún da para confiar ese afán suyo por escudarse en el daño
hecho a su imagen y a su familia, porque, señor Monago, lo que está en duda no
es su vida privada, aunque sí su honorabilidad, porque, y no es la primera vez
que lo digo, no se puede pasar de negarlo todo, de decir que sus viajes
privados se los paga usted mismo, a anunciar entre lágrimas que va a devolverlo
todo y regresar ahora a la primera versión encaramado a una montaña de
certificados y extractos de sus cuentas bancarias, porque sólo uno de los tres
o cuatro monagos que hemos conocido estos días dice la verdad. Ahora hay que
decidir cuál y no descartéis que, si vuelve a ser pillado en un renuncio, lo
achaque a un fallo de memoria convenientemente certificado por alguno de los
ilustres médicos que militan en el partido.
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