Una de las mayores aportaciones de la Ilustración a la
creación de un hombre nuevo y, por ende, a la de la reforma definitiva del
Estado, el abandono de la tiranía, fue la idea de la separación del poder
diseñada por el barón de Montesquieu, que establecía la existencia de tres
poderes que se controlaban y contrapesaban entre sí: el legislativo, el
ejecutivo y el judicial. La teoría, de principios del XVIII ha dado lugar hasta
ahora a modelos muy perfeccionados de democracias que, de repente, un señor
de Pontevedra se ha empeñado en echar por tierra, controlando y pasando por
encima de todos ellos sin que mover un solo pelo de la barba.
Es cierto que, de alguna manera, somos nosotros quienes
tenemos la culpa de que este sea un país de mayorías absolutas y de que, cuando
no lo es, las pequeñas minorías que garantizan la gobernabilidad se conviertan
en amantes caprichosas o caprichosos que acaban el bolsillo y la honorabilidad
del que ocupa la Moncloa. Somos nosotros quienes hemos propiciado el
bipartidismo del que ahora tanto nos quejamos o los que nos hemos dejado
arrastrar a esta situación, caldo de cultivo idóneo para tanta arbitrariedad,
la misma que trae como consecuencia tanta corrupción.
La mayor parte de esa corrupción se produce en el escalón
inferior de la administración, allá donde, en principio, la democracia está más
cerca de los ciudadanos, en los ayuntamientos, y es justo en los ayuntamientos
donde más se dan las mayorías absolutas o esas mayorías complementadas con el
apoyo de independientes o pequeñas fuerzas que, curiosamente, se quedan siempre
con la concejalía de urbanismo o de servicios que son las que más oportunidades
brindan para el trapicheo o la corrupción.
Sólo un buen reparto de las sillas en los plenos garantiza
el debate y el control necesarios para que queden garantizados los derechos y
los intereses de los ciudadanos. Del mismo modo, en la política autonómica o
nacional, también la diversidad en los parlamentos garantiza ese necesario
control. Y se ha visto que, por desgracia esa diversidad suele brillar por su
ausencia. Pero, para cuando tal cosa ocurre, está, debe estar el poder
judicial, el que permite a un ciudadano cualquiera poner en cuestión los actos
de la administración, sabiendo que la tercera pata del Estado va a ser neutral
y no se va a dejar acogotar por el poder o la política.
Después de muchos años de decepciones, los españoles estamos
empezando a recuperar la confianza en esa tercera pata capaz de poner contra
las cuerdas a personajes como Bárcenas, Acebes, Blesa o Rato. Algunos hemos
recuperado la fe en jueces y fiscales que, también en los policías a su
servicio, capaces, no sólo de desenmarañar madejas de favores, comisiones y
mordidas, sino de poner sitio y asaltar, si es preciso, la sede del partido más
poderoso de la nación. Por eso, situaciones como las de estos días a propósito
de Cataluña, en las que queda claro que la justicia se convierte en cancha de
lo que debería dirimirse en el terreno de la política y que la cancha está
desnivelada porque el balón rueda a favor del gobierno, resultan
desesperanzadoras.
Escuchar anoche a Alicia Sánchez Camacho usurpar, o al menos
confundir, en una televisión, el papel de la fiscalía es descorazonador, porque
se supone que el fiscal, los fiscales, toman decisiones al margen del gobierno,
al que informan de las mismas, pero no al partido que lo sustenta. Lo de la
señora Camacho anoche anunciando querellas contra Mas y otros cargos de la
Generalitat fue muy sonrojante.
Gestos, como el de sustituir el necesario diálogo por recursos
al primo de Zumosol en que se ha convertido el Tribunal Constitucional o tratar
de inhabilitar en los tribunales a un Mas reforzado por esa torpeza dan idea de
que a este gobierno ya no le basta con controlar Parlamentos y medios de
comunicación y, ahora, pretende ejercer el poder conquistado en los Tribunales
y la Fiscalía.
En resumen, A Rajoy le molesta Montesquieu y quiere darle
por muerto.
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1 comentario:
Muy bien tratado. Coincido en que somos nosotros mismos los responsables....
Un cordial saludo
Mark de Zabaleta
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