Cuando, hace ya bastantes meses, el descontento ciudadano
que afloró en las calles y en las plazas de toda España comenzó a ponerse en
marcha, a reconocerse, a reconocer su fuerza y a organizarse, no tuvo sino el
desprecio de los partidos tradicionales, esos a los que ya resulta muy difícil
no nombrar como casta. Cuando la ciudadanía, harta de no obtener respuestas ni
soluciones a sus problemas de esa casta en la que había confiado, comenzó a
movilizarse contra problemas concretos como el de los desahucios, la falta de
becas, el empobrecimiento a ojos vista de la sociedad, el cierre de los
espacios públicos de participación, la subida y el deterioro del servicio en
los transportes públicos, el intento de privatizar y deteriorar la sanidad
pública, comenzó a tomar forma, a materializarse, en protestas concretas, en
marchas, encierros y escraches, ese desprecio por tan molesto run se transformó
en un problema que el gobierno y el partido que lo sustenta trataron de
combatir inoculando miedo en la ciudadanía.
Mientras tanto, los descontentos habían demostrado su fuerza
en más de una ocasión concentrándose en torno al Congreso sin que ni uno sólo
de los diputados socialistas tratase siquiera de acercase a los que se
manifestaban, que una y otra vez fueron disueltos con violencia por los anti
disturbios que por demasiado tiempo se convirtieron en la única respuesta del
Estado a las propuestas de los ciudadanos.
PP y PSOE parecían no darse cuenta de que el país había
superado con creces el umbral del dolor ni de que, a partir de ese momento,
cualquier agresión, cualquier recorte en sus derechos no iba a quedar sin
respuesta.
Seguían a la suya, mirándose el ombligo o, mejor dicho, el
escaño o el sillón de concejal que, al fin y al cabo hacía ya tiempo que se
había convertido en su puesto de trabajo y en su fuente de ingresos no siempre
lícitos. Por eso, confiados en que las elecciones eran sólo cosa de dos, en que
su único riesgo era, como mucho, el de la alternancia cada cierto tiempo en el
poder, con lo que era posible mantener las estructuras y las influencias que
les han permitido durante tanto tiempo revolcarse en el lodo con empresarios
sin escrúpulos en beneficio mutuo a costa de los ciudadanos.
Pero llegó mayo y, con él, la sorpresa de las elecciones
europeas en las que, ante el asombro de todos, el suelo se abrió bajo los pies
del PP y, especialmente, el PSOE, y Podemos, una de las expresiones en la urnas
del descontento ciudadano, superó todas las expectativas, del mismo modo que
ninguno de los sesudos analistas de los medios de comunicación fue capaz
de anticipar en su día la aparición del 15-M, prueba evidente de que el poder,
también el de los medios, desconoce, y los desconoce porque los ignora, los
sentimientos y las necesidades de la gente. Llegó mayo y, con él, la irrupción
de Podemos en el Parlamento Europeo como una realidad cuyas posibilidades no
han dejado de crecer desde entonces.
Finalmente, ayer nos desayunamos con los datos de una
encuesta, la de Metroscopia para EL PAÏS, en la que, por primera vez, Podemos,
con el apoyo de uno de cada tres ciudadanos, se convierte en la primera fuerza
política, con el PSOE, estabilizados en sus malos resultados y el PP en caída
libre. Y, ante esa evidencia, no cabe más que reconocer que la sociedad ha
despertado por fin, volviendo la espalda a quienes dese hace décadas han
gobernado de espaldas a ella. Habrá quien se aventure a decir que el voto a
Podemos será el voto de la rabia. Yo más bien me inclino a pensar que, más bien
al contrario, es el voto de la esperanza, el voto recuperado de quienes llevan
años absteniéndose sumado al de quienes como yo, esperan cambiar las cosas,
bien porque sea Podemos quien obtenga poyo suficiente para cambiarlas, bien
porque su fuerza se convierta en la cuña que fuerce a "la casta" a
transformarse y transformar la legislación para que la corrupción se dificulte
y, sobre todo, se castigue.
Hace un rato escuchaba a Iñaki Gabilondo reconociendo el
mérito de Podemos al haber encauzado el descontento ciudadano ya que, de no
existir como alternativa, probablemente, toda esa frustración y toso ese
malestar estarían en la calle. Podemos se consolida y con esa consolidación
vuelven la fe y la esperanza en un sistema claramente mejorable y que, sin
duda, controlado como estará por sus bases, Podemos luchar por mejorar.
Hace ya tiempo que dije que mi voto que, esta vez sí, será
para Podemos o lista que apoye Podemos, lo será, más que al partido de los
círculos, a quienes, como yo, les voten, porque por más que nos hayan hecho
creer los contrario, sí, podemos.
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