Me encantó ver ayer las imágenes de colas en Cataluña, bajo
la lluvia, al sol, con frío o sin él. Para mí, más allá del resultado, de su
legalidad, de su utilidad o de su validez, que creo que no la tiene, porque no
hubo garantías exhibibles ante ningún tribunal de aquí o de allá, más allá de
todo eso, lo importante fueron esas colas de gente ilusionada y necesitada,
deseosa de ser preguntada, Para mí, esa es la imagen de ayer, la de toda esa
gente disponiendo de su día de descanso para expresarse. Y el valor democrático
de esa imagen comienza y termina en la misma fila, porque no quiero entrar en
los interesas de los convocantes, ni en la inexistencia de un censo, ni en la
extensión de los convocados a los mayores de dieciséis años, lo que deja la
consulta fuera de toda comparación con anteriores llamadas a las urnas.
Me encantan esas colas. Me recuerdan a mis primeras
consultas, en las que las colas de votantes eran una fiesta. Nada que ver con
las colas. Por eso ayer sentí envidia cuando comprobé que las únicas colas
existentes en Madrid eran las de la lotería de Doña Manolita, en la calle del
Carmen, o las de los comedores sociales y los bancos de alimentos, algo que no
parece preocuparle tanto al gobierno y su partido como dice que le
preocupa la unidad de España, preocupación que manifiesta siempre que
puede, incluso delante de figuras de madera o escayola.
Me importa la gente de las colas de ayer ante los puntos de
votación, desde la última que esperaba paciente su turno y hasta que alcanzaba
la mesa. El resto, forma parte no de la ilusión y la esperanza en un futuro
mejor, sino de la utilización, de la manipulación de esas esperanzas e
ilusiones para ocultar problemas más inmediatos como esas colas ante los
comedores sociales que, seguro que, también, se repiten en Cataluña o las colas
ante las oficinas de empleo que hoy habrán abierto en Cataluña.
No le gustaron a Rajoy, el político más torpe y más cobarde
que ha ocupado la presidencia del gobierno en España, ha cometido un error tras
de otro, desde que, aún en la oposición, decidió, acosado por sus barones,
echar abajo en el Congreso aquel Estatut aprobado por el Parlament de Catalunya
que, quién sabe si quizá, hubiese zanjado o al menos hubiese sido el comienzo
de una solución para eso que eufemísticamente llamamos "el encaje de
Cataluña en España". No le gustó, porque su torpe intento de que el
Tribunal Constitucional prohibiese la consulta se convirtió en el mayor acicate
para que los catalanes que quisieran se acercasen a las urnas,
Tampoco a esos partidos pequeños y no tanto que se oponen
siempre a la consulta, porque saben que, una vez disipada la duda, quizá se
quedarán sin su mayor argumento para tocar a rebato en busca del trasnochado
sentimiento nacionalista español, ese miedo ciego e inconsciente a Cataluña y
los catalanes que de vez en cuando siembran o azuzan, boicoteando embutidos y
cavas, recogiendo firmas o amenazando con "españolizar" a los niños
catalanes.
Creo que la jornada de ayer no resolvió nada, pero, sin
embargo, ayudó, a quien así quiera verlo, a aclarar muchas cosas. Y creo
que el hecho de que se pueda celebrar el referéndum es algo que cada vez está
más cerca. También creo que el resultado de ese referéndum acabará
sorprendiendo a más de uno, porque, si se hace de común acuerdo entre el gobierno
de España y el de Cataluña, no estos, naturalmente, y se defienden desde
la calma una y otra postura, si, desde "Madrid", se explica por
qué queremos que los catalanes se queden en lugar de por qué nos oponemos a que
se vayan, probablemente estaremos más cerca de Escocia, lo que, con el día
después ofrecido por Cameron a los escoceses sería sin duda un final feliz para
Cataluña y, no lo dudéis, también para España.
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1 comentario:
Realmente bien escrito. Coincido en la torpeza mariana...
Saludos
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