viernes, 9 de marzo de 2018

ORGULLOSO DE MI PAÍS


Ayer volvió a pasarme. Volví a sentirme orgulloso de este país del que, como sabéis de sobra, reniego más de una mañana. Volví a emocionarme como me emocioné cuando nos convertimos en el primer país en no poner barreras en el juzgado al amor entre dos personas, sean como sean. Tuve la misma sensación que tuve cuando, en tiempos de la UCD, se aprobó la ley del divorcio o, ya con el PSOE, se despenalizó el aborto. Me sentí orgulloso y no pude por menos que recordar aquellas palabras de Adolfo Suárez ¿o eran de Fernando Ónega? con las que venía a decir que había que convertir en legal lo que ya era normal en la calle.
A lo largo del día me había sentido emocionado en varias ocasiones, sobre todo, al escuchar, justo a las puertas del mercado que hay frente a mi casa, la conversación de dos mujeres, probablemente ya abuelas, a propósito de la igualdad en las tareas de la casa y el cuidado de los hijos. También y muy especialmente viendo en la televisión las imágenes de esa masa inmensa de mujeres, acompañadas de muchos hombres, concentradas frente al Ayuntamiento de Bilbao, ocupando el puente sobre la ría y la orilla opuesta,  escuchando en respetuoso silencio, convenientemente adaptada al día, aquella canción que yo mismo canté en so tiempos de la universidad, la que habla de huelga de madres, compañeras y compañeros que se, primero diez, luego cien, luego mil, se van sumando a la lucha, hasta hacerla de todos.
Yo creí que eso sólo pasaba en los estadios de fútbol y con bufandas en alto. Eso es lo que nos han venido enseñando, desde las radios y las televisiones, como, de manera indirecta, nos hacen ver que somos peor de lo que somos, retratándonos en crímenes, estafas, corrupciones, desplantes, insultos y debates sin fin en los que lo que lo que más importa no es lo que se dice, sino quién lo dice más alto.
Ayer, serenamente o como en una fiesta, las mujeres pasaron lista, se contaron y demostraron que ya son muchas, que, si se lo proponen, van a contar mucho en el futuro y van a tener que contar con ellas y con sus causas. Ayer, con esa hermosa movilización que vivimos, conquistaron para ellas y para sus reivindicaciones, un lugar en los sondeos de opinión y, no tengo la menor duda, en el programa de más de un partido político.
Para confirmar lo que digo, no hay más que ver teñida de morado la solapa de Rajoy o a sus ministras dejándose sin rubor por mentirosas. A este gobierno y no sólo a este gobierno, la brecha salarial, la conciliación, los derechos de las madres trabajadoras o de las trabajadoras que quieren ser madres les importan, mejor dicho, les importaban una figa. Y eso ya no va a poder seguir siendo igual, porque seis millones de votos son muchos votos y fueron seis millones o más las mujeres que ayer fueron a la huelga.
Por eso, en medio de las emociones, no podía dejar de pensar qué harán esas mujeres en las próximas elecciones, dónde pondrán a quienes, PP y Ciudadanos, han tratado de torpedear con su injustificado desprecio las movilizaciones del ocho de marzo. Me gustaría creer que van a castigar a camaleónico Rajoy, siempre huidizo, siempre cobarde, o al despreciable Albert Rivera, que sólo fue capaz de ver anticapitalismo, ya se sabe, la voz de su amo, en la convocatoria. Me gustaría creer que les castigarán en las urnas, aunque no las tengo todas conmigo.
De momento, me quedo en esa sensación que sentí ayer, una emoción que, poco a poco, a lo largo del día fue transformándoos en orgullo, orgullo de pertenecer a este país lleno de gente como yo.