Ayer volvió a pasarme. Volví a sentirme orgulloso de este país
del que, como sabéis de sobra, reniego más de una mañana. Volví a emocionarme
como me emocioné cuando nos convertimos en el primer país en no poner barreras
en el juzgado al amor entre dos personas, sean como sean. Tuve la misma
sensación que tuve cuando, en tiempos de la UCD, se aprobó la ley del divorcio
o, ya con el PSOE, se despenalizó el aborto. Me sentí orgulloso y no pude por
menos que recordar aquellas palabras de Adolfo Suárez ¿o eran de Fernando
Ónega? con las que venía a decir que había que convertir en legal lo que ya era
normal en la calle.
A lo largo del día me había sentido emocionado en varias
ocasiones, sobre todo, al escuchar, justo a las puertas del mercado que hay
frente a mi casa, la conversación de dos mujeres, probablemente ya abuelas, a
propósito de la igualdad en las tareas de la casa y el cuidado de los hijos.
También y muy especialmente viendo en la televisión las imágenes de esa masa
inmensa de mujeres, acompañadas de muchos hombres, concentradas frente al
Ayuntamiento de Bilbao, ocupando el puente sobre la ría y la orilla
opuesta, escuchando en respetuoso silencio, convenientemente adaptada al
día, aquella canción que yo mismo canté en so tiempos de la universidad, la que
habla de huelga de madres, compañeras y compañeros que se, primero diez, luego
cien, luego mil, se van sumando a la lucha, hasta hacerla de todos.
Yo creí que eso sólo pasaba en los estadios de fútbol y con
bufandas en alto. Eso es lo que nos han venido enseñando, desde las radios y
las televisiones, como, de manera indirecta, nos hacen ver que somos peor de lo
que somos, retratándonos en crímenes, estafas, corrupciones, desplantes,
insultos y debates sin fin en los que lo que lo que más importa no es lo que se
dice, sino quién lo dice más alto.
Ayer, serenamente o como en una fiesta, las mujeres pasaron
lista, se contaron y demostraron que ya son muchas, que, si se lo proponen, van
a contar mucho en el futuro y van a tener que contar con ellas y con sus
causas. Ayer, con esa hermosa movilización que vivimos, conquistaron para ellas
y para sus reivindicaciones, un lugar en los sondeos de opinión y, no tengo la
menor duda, en el programa de más de un partido político.
Para confirmar lo que digo, no hay más que ver teñida de
morado la solapa de Rajoy o a sus ministras dejándose sin rubor por mentirosas.
A este gobierno y no sólo a este gobierno, la brecha salarial, la conciliación,
los derechos de las madres trabajadoras o de las trabajadoras que quieren ser
madres les importan, mejor dicho, les importaban una figa. Y eso ya no va a
poder seguir siendo igual, porque seis millones de votos son muchos votos y
fueron seis millones o más las mujeres que ayer fueron a la huelga.
Por eso, en medio de las emociones, no podía dejar de pensar
qué harán esas mujeres en las próximas elecciones, dónde pondrán a quienes, PP
y Ciudadanos, han tratado de torpedear con su injustificado desprecio las
movilizaciones del ocho de marzo. Me gustaría creer que van a castigar a
camaleónico Rajoy, siempre huidizo, siempre cobarde, o al despreciable Albert
Rivera, que sólo fue capaz de ver anticapitalismo, ya se sabe, la voz de su
amo, en la convocatoria. Me gustaría creer que les castigarán en las urnas,
aunque no las tengo todas conmigo.
De momento, me quedo en esa sensación que sentí ayer, una
emoción que, poco a poco, a lo largo del día fue transformándoos en orgullo,
orgullo de pertenecer a este país lleno de gente como yo.
1 comentario:
Muy bueno ...
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