Cuando, tras el funeral por su hijo, Patricia, la admirable
madre de Gabriel Cruz, nos hablaba de "la bruja" y nos pedía que la
sacáramos de nuestras cabezas, qué poco imaginaba el poco caso que le iban a
hacer, especialmente algunos de quienes la acompañaban en la catedral, porque
apenas iban a tardar horas en sacarla a pasear para, en contra de la función de
reinserción que la Constitución otorga a las penas de prisión, mantener su
abominable prisión permanente revisable.
Es incuestionable que, si en algo el PP es el primero, amén
de corruptelas y recortes sociales es en el la utilización partidistas de las
víctimas y su dolor y, por ello, no iba a dejar escapar la oportunidad de sacar
partido a las lógicas movilizaciones y las lágrimas vertidas por el triste
final pobre Gabriel, regando con ellas su "cruzada" populista en pro
de una pena tan injusta como inútil que en nada acrecienta la seguridad de los
ciudadanos, especialmente de los niños, pero sí actúa como activador de los más
bajos instintos, tan necesarios para sus intereses, ahora que las encuestas le
están dando la espalda.
Si el estado se ha dotado de leyes y de un complejo, aunque
no siempre eficaz, aparato judicial es para evitar, por un lado, la ley del
talión, los linchamientos y la imposición de la ley del más fuerte. Nadie
debería actuar en caliente y por venganza contra los autores de un crimen por
execrable que sea y, por eso y para eso se legisla con mayor o menor acierto
para aplicar a los culpables castigos proporcionales y, sobre todo, que dejen
al reo la oportunidad de redimirse.
Eso que debería estar claro para todos y que todos nuestros
representantes políticos deberían estar obligados a explicar a los ciudadanos
no siempre, no parece nada claro para muchos de ellos ni para los opinadores de
la nada, siempre dispuestos a incendiar la calle, pidiendo venganza, a cambio
de unos cuantos cientos de euros la sesión, creando un estado de opinión más
cercano a los escenarios de las novelas del oeste que a un país europeo con
cuarenta años de democracia a sus espaldas.
Gran parte de la culpa de esto que nos ocurre la tiene el PP
que, ya en los tiempos más terribles de ETA, aprendió de la utilidad de las
víctimas y sus familiares como ariete para empujar a sus rivales políticos a
territorios en los que no querían entrar, convirtiendo a esas víctimas en
ciudadanos con más voz y, si hubiesen podido, con más voto para influir en
determinadas decisiones.
Ahora, sin otra intención que cabalgar sobre el populismo
más irracional y vengativo, el PP vuelve a azuzar a las víctimas y a quienes
creen serlo contra la racionalidad y, por qué no decirlo, contra esa
constitución que dicen defender. Nada ganamos con el mantenimiento de esa pena
cruel y medieval que está camino de ser abolida. Nada ganan ellos tampoco,
salvo hipnotizar con el debate a quienes apenas les creen ya.
La condena a perpetuidad, que otra cosa no es esa cínica
prisión permanente revisable, es tan inútil para disuadir al criminal como lo
es la pena de muerte. Las cifras son incontestables y es absurdo que se trate de
mantener en un país que pudo acabar con el terrorismo etarra sin ella y en el
que se siguen cometiendo y se cometerán crímenes horrendos con ella. La bruja,
la verdadera bruja, la que lleva a la venganza ciega, sigue, por desgracia,
Patricia, dentro de las cabezas de toda esa gente que se deja arrastrar en el
torbellino de las informaciones morbosas y los intereses más miserables. La
bruja de la venganza irracional y los intereses más oscurs corre por la calle y son
algunos políticos quienes la llevan de la mano.
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