Si se concediese un premio al parlamentario español más
marrullero, más malencarado, más faltón y menos empático, el galardón sería sin
duda para Rafael Hernando, diputado y portavoz del PP en el Congreso de los
diputados, afiliado por Almería. Pocos como él cabalgan sobre la demagogia, el
insulto y, sobre todo, el desprecio a quienes no considera "los
suyos" como él.
Hijo de un alcalde franquista de Guadalajara, quizá adquirió
sus ademanes de perdonavidas de sus coqueteos juveniles con Fuerza Nueva, que
abandonó, como tantos otros ultraderechistas para seguir al ministro de
"la calle es mía", Manuel Fraga, hasta desembarcar, como el mismo
Fraga, en el PP. De ahí sus fobias a todo lo que "huela" a izquierda
y sus "bromitas" despreciables para con quienes sólo pretenden
recuperar de las fosas comunes y las cunetas la memoria y los restos de sus
seres queridos asesinados durante la guerra civil y la posguerra. Un desprecio
que alcanzó su cénit en aquel "algunos sólo se acuerdan de las víctimas
para buscar subvenciones".
Sin embargo, no es sólo la ideología la que le lleva al
enfrentamiento y la ofensa. Se nota que a este pijo de provincias no le gustan
los pobres y que considera la pobreza no como desgracia sino como merecido
castigo a quienes la padecen. De ahí aquellas maneras con las que
responsabilizaba a los padres de los niños privados de las ayudas para el
comedor escolar de la alimentación de sus hijos, a sabiendas de que, para
muchos de ellos, esa comida servida en el colegio era la única equilibrada que
recibían a lo largo del día.
Debió aprenderlo en el ICADE, donde estudió Derecho o con
sus amigos de buenas familias como la suya, la violenta y elitista élite de
Guadalajara. Y bien que lo aprendió, porque esos ademanes, ese gusto por la
bronca le sirvieron, una vez elegido para el Congreso, para hacer carrera,
primero desde el gallinero del hemiciclo, desde donde se hacía notar con sus
gritos y sus broncas hasta, que Rajoy, consciente de la que se le venía encima,
le eligió para sustituir al más que torpe Carlos Floriano. Y a fe que está
cumpliendo con su papel, porque, en su papel, es capaz del mayor de los
cinismos, junto a los desplantes, los insultos no siempre disimulados y, sobre
todo, la mayor de las demagogias, hasta el punto de que, viéndole y
escuchándole, uno no se sorprendería de que, como su admirado Manuel Fraga,
cualquier día se quite la americana para ir a comerse a los que tiene enfrente.
Uno de esos desplantes, el más sonado de los últimos tiempos
fue el que "regaló" a los periodistas en el Congreso cuando, tras ser
preguntado por la ya evidente financiación ilegal de su partido zanjó la
conversación diciendo que nada sabía, porque "él es afiliado por
Almería". De modo, que verle ayer en Almería, en la capilla ardiente del
niño Gabriel Cruz era inevitable. Lo que Rafael Hernando podía habernos
ahorrado era el bochorno de haber ido allí a hacer campaña a favor de la
prisión permanente revisable, en medio del dolor y la rabia por el asesinato de
un niño, algo tan execrable como lo sería vender papeletas para un viaje de fin
de curso en el funeral de la abuela.
Ese es Rafael Hernando, al que yo me niego a aplicarle el
cariñoso "Rafa", un personaje de pasado nada claro, que su partido ha
convertido en perro de presa ciego y sordo para lo que quiere, afiliado por
Almería.
1 comentario:
Toda una reflexión ...
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