Cinco días después de la muerte del trabajador senegalés Mame
Mbayé, por fin vieron la luz unas imágenes, las del desesperado intento de reanimación
al que le sometieron en plena calle varios policías municipales, que aclaraban
en gran medida lo sucedido y desmontaban los bulos que la irresponsabilidad o
la maldad de algunos incendiaron las calles de un barrio tan acogedor y amable
como el de Lavapiés. El esfuerzo de los policías madrileños dista mucho de la
imagen que, de ellos, en este caso concreto, se estuvo dando durante horas y
debería avergonzar a más de uno.
No llego a entender qué nos está pasando, qué mal nos aqueja
para que nos hayamos vuelto incapaces de reflexionar antes de reaccionar,
incapaces de distinguir la realidad, incapaces de rechazar lo que no es sino
una bola de medias verdades, intereses y odios que rueda por las malditas
redes, mientras nos cuesta demasiado confiar en quienes con las debidas
precauciones sólo tratan de explicar lo sucedido desde los datos
contrastados.
Cuando ayer vi a los policías municipales, hasta siete,
atendiendo al infeliz Mame, lo primero que se me vino a la cabeza fue esta
pregunta ¿por qué esas imágenes han tardado tanto en ver la luz? No sé quién
las grabó en su teléfono móvil ni en qué ha estado pensando durante estos
cuatro largos días para retener un documento que, como ese, ayuda a explicar lo
que pasó y, sobre todo, a devolver a las calles de Lavapiés la tranquilidad
perdida.
Me cuesta entenderlo. Más, si como pudimos ver, otras
imágenes bien distintas, las de la espeluznante agresión de un miembro de los
antidisturbios de la Policía Nacional, que dejó inconsciente de un porrazo a un
hombre, también inmigrante, que nada había hecho ni estaba oponiendo
resistencia a los policías. Gracias a esas imágenes y a la labor del periódico
eldiario.es, el herido pudo ser localizado e identificado en el hospital al que
fue conducido por la propia policía después de haberle atendido en un portal y
llevado a una comisaría, sin que el hospital fuese informado de la causa del
traumatismo cráneo encefálico que padecía.
Lo sucedido me lleva a pensar que ha habido intereses
creados o malicia al ocultar tanto tiempo las imágenes del intento de
reanimación de Mame, más viendo las consecuencias que las versiones que
circulaban sobre su muerte estaban soliviantando los ánimos en las calles de
Lavapiés y atrayendo al barrio a los profesionales del destrozo, no importa de qué ideología. dispuestos a quemar y romper con saña, vete tú a saber para qué o por encargo de quién. Sin embargo, lo que aún no consigo explicarme es qué está pasando en el ayuntamiento
madrileño, mejor dicho, en la coalición que lo gobierna, que a veces parece
tener el enemigo en casa, especialmente cuando sus concejales dan pábulo a
versiones no contrastadas y los difunden sin medir las consecuencias o, sería
aún peor, considerándolas y utilizándolas en esa guerra particular que, con
barricadas y todo, han llevado a la casa que debiera ser de todos.
Por eso ayer, una vez más, la alcaldesa Manuela Carmena se
vio obligada a templar gaitas, quizá para evitar que la díscola Rommy Arce, que
demasiado a menudo recuerda a la CUP del Parlament de Cataluña, rompa la unidad
del grupo de Carmena a pocos meses de unas nuevas elecciones.
Lo sucedido en Lavapiés, que muchos creímos vivir agrandado
y exagerado en nuestros televisores, estuvo a punto de romper la convivencia de
un barrio en el que, desde hace décadas conviven gentes de distintas
nacionalidades, razas, religiones y clases sociales, un barrio humilde,
acogedor y castizo, sobre el que revolotean desde hace unos años los buitres de
la especulación.
Hace unos días pudo arder Lavapiés. Fue muy triste, pero
consuela saber que a la mañana siguiente y en las horas sucesivas, la
solidaridad y la convivencia resurgieron de las cenizas de esa noche triste, porque, aforunadamente, la convivencia no ardió en Lavapiés.
1 comentario:
Mira, si ha hecho trampa que lo reconozca y que se vaya. La política Cristina está corrompida. Un abrazo
Publicar un comentario