No tenía buena cara ayer Puigdemont, no. Llevaba escrito en
la mirada que, finalmente, los suyos le han sacrificado. Ha sido un mes después
de haberse sincerado en Twitter con el imprudente, quién sabe si avieso, Toni
Comín y, desde entonces, ha braceado como un náufrago que ve alejarse la playa
para no quedarse solo en medio del mar de Bruselas. Ha braceado, pero sin
éxito, porque, al final la realidad manda y todo eso del "Espacio libre de
Bruselas" y el "Consejo de la República Catalana" de los que se
hablaba ayer se ha esfumado ante la deriva surrealista y grotesca que estaba
tomando la situación.
De todos modos, Puigdemont, como esos mecánicos de barrio
que te arreglan el coche lo justo para que puedas salir de fin de semana, pero
que te dejan un "ruidito" que te obligue a volver el lunes, ha dejado
en su renuncia dos de esos "ruiditos": uno el de que su renuncia es
provisional y otro el de la designación de su sustituto, un sustituto con
sorpresa de kinder, que podría, bien no poder participar en el debate de
investidura, lo que depende del juez de la causa, o bien que, finalmente, sea
condenado a pena de inhabilitación por el Supremo, lo que llevaría en el mejor
de los casos a que Cataluña tenga un president entre rejas o a que ese
presidente fuera cesado por un tribunal.
A veces, viendo este serial, un cómic quizás, uno tiene la
sensación de que los independentistas en su loca huida hacia adelante se han
cargado de problemas, de trampas, que les impiden volver a situarse a la tan
necesaria realidad. Uno de esos problemas es el propio Puigdemont, un personaje
ambicioso, soberbio y correoso, incapaz de la grandeza de la renuncia, aunque
en ella esté el futuro bienestar de su pueblo, ese pueblo en nombre del que
dice hablar.
El último capítulo, más bien el continuará, de ese serial ha
sido ese adjetivo, provisional, con el que ayer, como de pasada, adornó sin
demasiado éxito, hoy, en una entrevista, ha tenido que insistir en subrayar esa
provisionalidad, casi amenazando con volver a ganar unas hipotéticas
nuevas elecciones que dice, no le creo, no desear.
En todo este "lío", hay un personaje, casi en la sombra,
abandonado a su suerte, que no es otro que Artur Mas, quien fuera moneda de
cambio para el apoyo de la CUP con que Junts pel Si completó la mayoría en la
pasada legislatura, la del precipicio independentista. Pues bien, esos
independentistas, en especial Puigdemont y su distanciamiento de la realidad,
han encontrado en Mas una voz crítica, capaz de admitir que se exageró, que se
mintió a los votantes respecto a la viabilidad de lo que se había puesto en
marcha, un Artur Mas, al que supongo hoy arrepentido de haber dado paso a su
sucesor, sobre todo ahora que se ve despojado de todo, de su futuro en la
política catalana, con todo su patrimonio embargado y quién sabe si con una
pena de cárcel en el horizonte.
Es triste que el ex president Mas sólo haya sido capaz de
verbalizar en público todo lo que confesaba en privado a sus allegados, es
triste que haya tenido que verse como se ve para admitir que la fuga de
empresas era más que posible si se iba por ese camino, para admitir que se
exageraban las virtudes de la independencia y se escondían las penalidades que conllevaba.
De todos modos, bienvenida sea esa sinceridad forzada, ojalá Puigdemont y sus
acólitos hiciesen otro tanto. Quizá de ese modo quienes les siguen "a pies
juntillas" volviesen poco a poco a esa realidad de la que parecen haber
escapado. serían bienvenidos.
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