La soledad es mala consejera. Ed lo primero en lo que se
piensa cuando alguien lo está pasando mal: en no dejarle solo. La posibilidad
de que se haga daño o de que haga daño a los demás es grande. Por eso no se es
bueno dejar solos a quienes han caído. La desesperación puede llevarle a
revolverse sin importarle las consecuencias para sí o para quienes considere
que debieran estar a su lado.
Eso, que ocurre casi siempre, se agudiza cuando el que se
queda solo tiene ante sí un panorama, más que oscuro, negro y, además, nunca ha
dado muestras de ser buena persona. Estoy hablando, sí, de Rodrigo Rato, que
ayer dio toda una lección de que morir matando es las más de las veces el único
consuelo del ídolo caído por tener, no los pies de barro, sino podridos.
Rato ha tenido tiempo todos estos meses, desde aquella dura
sobremesa en la que fue detenido ante sus hijos y sus vecinos, para organizar
sus recuerdos, para difuminar sus culpas y resaltar las ajenas, para reescribir
la historia de su infame paso por Bankia y, sobre todo, para alimentar su
amargura y el peor de los rencores contra quienes consideraba hasta hace dos
años, si no sus cómplices, sí sus amigos.
Las cinco horas que estuvo sentado ante la comisión que, con
demasiado retraso, estudia el saqueo de Bankia, sirvieron a Rodrigo Rato, no
para defenderse, porque difícil lo tiene, sino para arrastrar, o para intentar
arrastrar al menos, al gobierno del partido del que formó parte treinta años al
pozo negro en el que se encuentra, con cuatro años de condena firme a sus
espaldas y bastantes más pendientes de juicio.
Su desprecio a los diputados que hace años hubiesen
compartido con él hemiciclo y pasillos, sus recados, sus veladas amenazas y sus
acusaciones a ministros que trabajaron con él o para él en el gobierno y el
partido, ayudaron a pintar el verdadero retrato de quien pudo llegar a serlo
todo y se ha quedado en menos que nada, el retrato de un tipo altivo y
rencoroso al que, hasta hace dos o tres años, el poder ayudaba a protegerse de
sí mismo, de sus dejes de matón, de sus tics autoritarios y, sobre todo, de su
soberbia y su mala educación.
Ayer se encargó de culpar de sus males y los de tantas
familias arruinadas durante su gestión a Luis de Guindos, el mismo que otrora
fuera su delfín, junto a Montoro, que tampoco salió indemne de salpicaduras.
Una actitud fea y desleal, aunque no exenta de razón, de quien
sorprendentemente, renunció, nunca sabremos por qué, a la cúspide de la
economía mundial, que, si este país fuera otro, traería consecuencias para
quienes revelaron secretos del Consejo de ministros o se pronunciaron con
imprudencia o quién sabe si con malicia especuladora sobre la crisis cuando
ésta aún estaba en pañales y los buitres del mercado esperaban cualquier señal
para caer sobre la banca española y, con ello, sobre nuestros ahorros y nuestro
futuro
Rato, como digo, decidió ayer morir matando, poniendo en
evidencia a quienes le habían abandonado y, a sus ojos, habían cometido el
pecado de perseguir sus tropelías, y lo hizo sin saber que apenas unas horas
después se sabría que otro villano, Francisco Correa, seguiría su mismo camino,
revelando el mecanismo de financiación del Partido Popular a través de sus
empresas en Valencia. Mal asunto para un partido al que, ya, ni siquiera le
quedará el consuelo de salir absuelto de las urnas, porque sus votantes han
encontrado ya el recambio que, poniendo a salvo su cartera, al menos eso creen,
mitigue el escozor de su conciencia.
El PP se ha comportado con la misma soberbia que se comportó
ayer Rato, se ha movido con igual desprecio por los demás y por lo que es de
los demás, y, como él, se ha creído por encima del bien y del mal. Ahora,
después de haber dejado, metafóricamente hablando, tantos cadáveres a su
espalda, todos y cada uno de los rencores y los resentimientos que ha ido
sembrando le estallan a las puertas de los tribunales por los que ha de pasar y
no sería de extrañar, aunque "cosas veredes, amigo Sancho”, que su
tránsito por este terreno minado le lleve al desastre en las elecciones
municipales y autonómicas que, como quien dice, están a la vuelta de la
esquina.
2 comentarios:
Ciertamente soberbia desmedida ...
Completamente de acuerdo contigo
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