miércoles, 10 de enero de 2018

TERRENO MINADO


La soledad es mala consejera. Ed lo primero en lo que se piensa cuando alguien lo está pasando mal: en no dejarle solo. La posibilidad de que se haga daño o de que haga daño a los demás es grande. Por eso no se es bueno dejar solos a quienes han caído. La desesperación puede llevarle a revolverse sin importarle las consecuencias para sí o para quienes considere que debieran estar a su lado.
Eso, que ocurre casi siempre, se agudiza cuando el que se queda solo tiene ante sí un panorama, más que oscuro, negro y, además, nunca ha dado muestras de ser buena persona. Estoy hablando, sí, de Rodrigo Rato, que ayer dio toda una lección de que morir matando es las más de las veces el único consuelo del ídolo caído por tener, no los pies de barro, sino podridos.
Rato ha tenido tiempo todos estos meses, desde aquella dura sobremesa en la que fue detenido ante sus hijos y sus vecinos, para organizar sus recuerdos, para difuminar sus culpas y resaltar las ajenas, para reescribir la historia de su infame paso por Bankia y, sobre todo, para alimentar su amargura y el peor de los rencores contra quienes consideraba hasta hace dos años, si no sus cómplices, sí sus amigos.
Las cinco horas que estuvo sentado ante la comisión que, con demasiado retraso, estudia el saqueo de Bankia, sirvieron a Rodrigo Rato, no para defenderse, porque difícil lo tiene, sino para arrastrar, o para intentar arrastrar al menos, al gobierno del partido del que formó parte treinta años al pozo negro en el que se encuentra, con cuatro años de condena firme a sus espaldas y bastantes más pendientes de juicio.
Su desprecio a los diputados que hace años hubiesen compartido con él hemiciclo y pasillos, sus recados, sus veladas amenazas y sus acusaciones a ministros que trabajaron con él o para él en el gobierno y el partido, ayudaron a pintar el verdadero retrato de quien pudo llegar a serlo todo y se ha quedado en menos que nada, el retrato de un tipo altivo y rencoroso al que, hasta hace dos o tres años, el poder ayudaba a protegerse de sí mismo, de sus dejes de matón, de sus tics autoritarios y, sobre todo, de su soberbia y su mala educación.
Ayer se encargó de culpar de sus males y los de tantas familias arruinadas durante su gestión a Luis de Guindos, el mismo que otrora fuera su delfín, junto a Montoro, que tampoco salió indemne de salpicaduras. Una actitud fea y desleal, aunque no exenta de razón, de quien sorprendentemente, renunció, nunca sabremos por qué, a la cúspide de la economía mundial, que, si este país fuera otro, traería consecuencias para quienes revelaron secretos del Consejo de ministros o se pronunciaron con imprudencia o quién sabe si con malicia especuladora sobre la crisis cuando ésta aún estaba en pañales y los buitres del mercado esperaban cualquier señal para caer sobre la banca española y, con ello, sobre nuestros ahorros y nuestro futuro 
Rato, como digo, decidió ayer morir matando, poniendo en evidencia a quienes le habían abandonado y, a sus ojos, habían cometido el pecado de perseguir sus tropelías, y lo hizo sin saber que apenas unas horas después se sabría que otro villano, Francisco Correa, seguiría su mismo camino, revelando el mecanismo de financiación del Partido Popular a través de sus empresas en Valencia. Mal asunto para un partido al que, ya, ni siquiera le quedará el consuelo de salir absuelto de las urnas, porque sus votantes han encontrado ya el recambio que, poniendo a salvo su cartera, al menos eso creen, mitigue el escozor de su conciencia.
El PP se ha comportado con la misma soberbia que se comportó ayer Rato, se ha movido con igual desprecio por los demás y por lo que es de los demás, y, como él, se ha creído por encima del bien y del mal. Ahora, después de haber dejado, metafóricamente hablando, tantos cadáveres a su espalda, todos y cada uno de los rencores y los resentimientos que ha ido sembrando le estallan a las puertas de los tribunales por los que ha de pasar y no sería de extrañar, aunque "cosas veredes, amigo Sancho”, que su tránsito por este terreno minado le lleve al desastre en las elecciones municipales y autonómicas que, como quien dice, están a la vuelta de la esquina.

2 comentarios:

Mark de Zabaleta dijo...

Ciertamente soberbia desmedida ...

Unknown dijo...

Completamente de acuerdo contigo