Anoche, revisando un magnífico documental de la serie
"Imprescindibles" de la 2, dedicado a la vida y la obra de Ana María
Matute, me impresionó, como tan magnífica escritora, nacida en una familia
burguesa de Cataluña, señalaba el descubrimiento de la pobreza en el ya
inexistente pueblo riojano de Mansilla, del que procedía su madre, en el que
con cuatro años tuvo que convalecer de una grave enfermedad. Contaba Ana María
que la visión de aquellos niños que nada tenían, mal vestidos, que pasaban
hambre, la marcó para siempre. Tenía cuatro años y, quizá por aquel
descubrimiento, porque pudo comprobar que más allá de los colegios de las
"damas negras", de las casas en las que había vivido con sus pares,
en Barcelona y Madrid, sus primeros cuentos y ya toda su literatura posterior,
se tiñeron con un poso de madurez y melancolía que nata tenía que ver con el
tópico de esa infancia idílica que solemos arrastrar.
Por eso, cuando esta mañana, con el recuerdo aún vivo de
esas palabras de la escritora que quizá ha pintado mejor el mundo de la
infancia, he tenido que soportar las tenebrosas palabras del consejero de
políticas sociales de la Comunidad de Madrid, distinguiendo entre niños pobres
y niños "normales", lo primero que he hecho es consultar su
biografía, para averiguar de dónde había salido un personaje capaz de hacer tal
distinción y lamentar que, como Ana María Matute, no hubiese tenido oportunidad
de darse de brices con la pobreza y, si la tuvo, no hubiese surtido en él el
mismo beneficio que, para la vida de la escritora tuvieron aquellas temporadas en
Mansilla.
Decía mi tío Santiago, el hermano mayor de mi padre, un buen
hombre donde los haya, que nada hay. no recuerdo si más triste o más tonto, que
un pobre de derechas. Tenía toda la razón, porque, si algo he llegado a tener
claro con el tiempo, es que la derecha siempre ha despreciado a los
pobres, a los que no reconoce derechos, a los que socorre por caridad y no
porque tengan derecho a comer, vestir, estar sano, estudiar o ser felices. Es
triste, pero es así. Es la historia repetida una y mil veces de "Los
santos inocentes" de Delibes, la de todos esos seres humanos que son más
una parte del paisaje que personas a las que, sólo por serlo, hay que respetar
y tratar como iguales.
Lo más curioso de la metedura de pata de Izquierdo es que
con ella trataba de reprochar a Gabilondo su preocupación por las cifras de
niños en riesgo de pobreza severa y exclusión que organizaciones tan poco
sospechosas como Cáritas registran en la Comunidad de Madrid. Fue cuando el
consejero Izquierdo, insisto, de Políticas Sociales, espetó al portavoz
socialista que, cuando salía a la calle clasificaba a los niños en "pobres
y normales", como si la pobreza, en plena crisis aún, que no cotiza en
el IBEX, no fuese hoy por hoy, en algunos barrios, más "normal" que
lo que el consejero considera normal.
Es terrible que así sea, pero los españoles tenemos, en la
desgracia de tener que soportar a personajes como Carlos Izquierdo o Celia
Villalobos, la suerte de que, ciegos como topos incapaces de ver más allá de su
comodidad y opulencia, se retratan con su bocota inconsciente y egoísta, para
que de vez en cuando podemos recordar que no somos como ellos, que, pese a
todo, tenemos dignidad y les vamos a exigir una y otra vez que nos traten
como merecemos.
Aun así, ya es desgracia que haya aún muchos españoles que
traguen con que se nombre vicepresidente económico a un (presunto) delincuente
como Rodrigo Rato o a un activo empleado de la banca más especulativa como Luis
de Guindos, se envíe a un personaje como Celia Villalobos a la comisión del
Pacto de Toledo, que debería defender las pensiones públicas, las más justas y
las únicas posibles, cuando lo que propugna en cuanto abre la boca son los
planes de pensiones especulativos de la banca, o este nuevo descubrimiento,
Carlos Izquierdo, que, siendo el responsable de las políticas sociales del
gobierno de Cristina Cifuentes, distingue públicamente entre niños pobres y
normales y se queda tan fresco.
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