Lo ha vuelto a hacer. En el último momento, cuando los
cuchillos de los pieles "rojos" tenían a su alcance el cuero
cabelludo de la rubia, la heroína de la derecha madrileña, el teniente Rivera
con su pañuelo naranja sobre el viejo uniforme azul y sus jinetes del grupo parlamentario de Ciudadanos en la Asamblea de Madrid
ha rescatado a la chica rubia, subiéndola a la grupa de su corcel, para cabalgar por las praderas de la impunidad,.con
ella agarrada a la cintura
Cristina Cifuentes, la presidenta madrileña, da una imagen
muy distinta de la que daban Esperanza Aguirre o Ignacio González, sus
antecesores en el cargo, especialmente de la de la condesa, Esperanza la
condesa, sobrada y faltona. aunque, en el fondo, no haya tanta diferencia entre
una y otra, porque, cuando Aguirre campaba a sus anchas por todos los rincones
de la Comunidad de Madrid, saltando de charca en charca con sus ranas, Cristina
Cifuentes, tan antigua o casi como ella en el PP, no andaba muy lejos y dejaba
su firma en alguno de los chanchullos con los que quienes llevan casi tres
décadas gobernando Madrid han practicado su particular manera de emular a Robin
Hood, robando a los pobres, para dárselo a los ricos.
De hecho, una de esas firmas, estampada en un documentos
comprometedor por quien, como ella, por su experiencia y formación, debería
conocer de sobra lo que firmaba, la llevó el año pasado a sentarse en la silla
de los comparecientes de la comisión parlamentaria que investiga la corrupción en
Madrid, algo que hizo de mala gana, arropada por sus diputados como si acudiese
al patíbulo, a propósito de un "negocio" de Marcasa, tan ruinoso como
lleno de rincones sospechosos, y, aunque el juego de las mayorías la puso
a salvo, nadie duda que se dejó unos cuantos pelos de su prestigio en la gatera
de aquella comparecencia.
Quizá por eso, ahora que las explicaciones se le piden por
haber negado durante meses a la oposición las actas de los consejos del Canal
de Isabel II, en las que se aprobaban asuntos tan turbios como los que llevaron
a prisión a su antecesor, Ignacio González, y a ser investigado a Alberto Ruiz
Gallardón, por abrir el grifo del canal en beneficio propio y, al parecer, del
PP, reuniones en alguna de las cuales ella estuvo presente.
El hecho es que esos documentos, de los que era depositaria
la Comunidad, fueron reclamados por la oposición y, tantas veces como lo
fueron, fueron negados por el gobierno de Cifuentes, dando como excusa que
pesaba sobre ellos el secreto del sumario. El hecho es que, con el tiempo y la
insistencia, se supo que el juez del caso, caso Lezo, por más señas, confirmó
que el secreto no pesaba sobre ellos y que, por tanto, podían ser entregados a
la comisión. Cuando se supo, la rubia presidenta culpó de la negligencia a un alto
funcionario, al que cesó inmediatamente, pero, con el tiempo y la insistencia,
hemos sabido también que el fax del juzgado que "liberaba" las actas
llegó al mismo tiempo y en el mismo aparato que otro en el que aceptaba la
personación del PP en el caso, un fax que, ese sí, fue difundido a bombo y
platillo.
Cristina Cifuentes tenía que comparecer para aclarar tan
bochornoso asunto y dejó claro desde el principio que no le apetecía nada pasar
otra vez por la tensión de someterse a las preguntas de los diputados de
igual a igual y sin la protección de la presidencia de la Asamblea y su
administración de los turnos.
Parecía hasta ayer mismo que Cifuentes no se iba a librar de
lo que ella ha tildado más de una vez de proceso inquisitorial. Pero sólo lo
parecía, porque, ya en la tarde, Ciudadanos, agarrándose al clavo ardiendo de
no sé qué aspecto técnico, decidió apearse de la petición de comparecencia,
salvando, en el último momento, una vez más, a la rubia. Ellos, los de Rivera,
los mismos que una y otra vez se hacen pasar por los adalides de la lucha
contra la corrupción, han vuelto a dejar claro en qué lado se colocan cuando
les conviene, sosteniendo otra vez un gobierno agobiado por ella.
1 comentario:
Esto es una merienda de ... políticos
Saludos
Mark de Zabaleta
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