miércoles, 24 de enero de 2018

SIN CORRER RIESGOS


Pretende Carles Puigdemont, ayer lo dijo así, volver a Barcelona sin correr riesgos para asumir los resultados de las últimas elecciones catalanas, en las que su lista, aunque no fue la más votada, si obtuvo el mayor número de escaños de todas las formaciones presentadas. Lo que no hay que olvidar y Puigdemont olvida es que concurrió a las mismas desde Bruselas, en lo que él y los suyos llaman "exilio" y que no es otra cosa que una huida, sorprendente incluso para sus socios de antes y ahora, que, además de un gesto de cobardía e irresponsabilidad, no ha dejado de generar problemas para esa comunidad, alegre y confiada hasta que desequilibró la balanza de su carácter cargando el platillo de la rauxa en menoscabo del seny.
Dice Puigdemont sin acabar de decirlo que quiere asumir sin riesgos la presidencia de la Generalitat para la que ya ha sido propuesto por el president del Parlament, sin asumir que aún tiene cuentas que saldar con la justicia de eso que llaman el Estado y que, por más que lo intenten, él y otros como él, no es un estado mental del que se sale sólo con voluntad. Tiene cuentas pendientes, incluso, con quienes, como Oriol Junqueras, asumieron las consecuencias de las decisiones que tomaron desde sus cargos en septiembre y noviembre del año pasado.
Difícilmente, Junqueras, que se ha "comido" ya tres meses de prisión, con su rancho, con su celda, con su disciplina, volverá a confiar como antes en su compañero de escaño y de gobierno que ha pasado este tiempo en un hotel de Bruselas, entretenido con la prensa de aquí y de allá, dando alguna que otra conferencia y jugando al gato y al ratón o al cucu tras, como prefiráis, o intentándolo al menos con el torpe gobierno que se reúne en La Moncloa.
Sin embargo, creo que Puigdemont ya está asumiendo riesgos. Riesgos que son graves, por cierto, especialmente en lo que afecta a su salud mental. Demasiado tiempo lejos de su casa y demasiado tiempo bajo los focos, expuesto al escrutinio de una prensa no tan educada ni disciplinada como la que se acredita ante la Generalitat o el Parlament de Catalunya, demasiado tiempo siendo analizados cada uno de sus gestos, cada uno de sus pasos, demasiado tiempo expuesto, ahora sin la protección del aparato de seguridad de los mossos, a las "machadas" de personajes despreciables que buscan frente a él, acosándole, humillándole, los segundos de "gloria" que una bandera y un teléfono pueden darle a su lado. Un episodio más que desagradable para quien, como yo, no cree en banderas. Ni en esa ni en otras.
Ayer consiguió esa gloria un tipejo que, como los acosadores de Piqué, se excusó en la certeza de que Puigdemont, como el defensa de la selección, jamás iban a enfrentarse a ellos por un insulto más o menos, aunque no hay que despreciar el daño moral que supone para quien se ha colocado al margen de todo lo que representa la bandera que le obligan a besar, tener que hacerlo bajo la presión de un energúmeno vociferante.
Puigdemont quiere salir de Bruselas, está claro. No puede seguir allí mucho tiempo más. Si no, su equilibrio mental acabará resquebrajándose. De hecho, ya está pasando. No hay más que fijarse en todos esos gestos, esos tics, esas miradas de quien se sabe solo, esa falta de energía que, como en su conferencia en la universidad de Copenhague, cada vez delatan su cansancio y su desaliento. Acaba de decir que quiere volver sin riesgo, quizá porque sabe que el riesgo está en quedarse mucho más tiempo allá donde está.

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Muy bueno ... gran artículo.