Dicen que, así como el éxito tiene muchos padres, el fracaso
es huérfano, algo que estamos comprobando en ese escenario de tragedia griega
en que se ha convertido Podemos, el partido o lo que sea, que hace apenas
cuatro años vino a llenar de esperanza y de respuestas a la "spanish
revolution" del 15-M y que hoy ni siquiera muchos de sus votantes somos
capaces de reconocer.
Yo, votante siempre de la izquierda, desde el PCE hasta el
PSOE de Zapatero contra la guerra, caí en los brazos de Podemos tras el fracaso
y posterior decepción del entonces ilusionante Alberto Garzón. Y eso, a pesar
de la desconfianza y el rechazo que producían en mí las maneras de un personaje
como Pablo Iglesias, demasiado parecido a todos esos "popes" con los
que me he cruzado en mi vida.
Sin embargo, confieso que Iglesias, con su divismo, con su
caudillismo, emboscado en unos modos presuntamente democráticos que no han sido
sino la coartada para pastorear a las bases del partido hacia el redil de sus
deseos, las más de las veces equivocados y alejados de las aspiraciones de toda
esa gente que también vota y a la que ha conseguido asustar.
Si he de ser sincero, después de estos años, especialmente
desde que, soñando en que era posible una España progresista, le di mi voto en
las últimas generales, no soy capaz de recordar nada constructivo en su
trayectoria, nada, ningún avance, que no haya acabado en disputas con quienes
deberían ser sus socios naturales, cuando no en guerras abiertas entre sus
propias bases.
El Iglesias que ahora se esconde hace tiempo que perdió el
contacto con la realidad, no ha sido capaz de darse cuenta de que algunos
coqueteos y algunas fobias no conducen a nada bueno. Con su política o, mejor
dicho, con su discurso, ha pretendido contentar a todos, unas veces, y, otras,
castigarlos, como si de un ángel exterminador se tratara, especialmente a
quienes debería tener más cerca, porque, para alcanzar realmente el gobierno,
la capacidad transformadora que da el gobierno los necesita a su lado y no
enfrente.
Lo único que tengo claro es que Iglesias, ebrio de aquel
éxito inesperado de los primeros tiempos, aquellos tiempos en que cosechó el apoyo
de los huérfanos de la izquierda, con todo su deseo de dejar a un lado sus
frustraciones, con todo el cansancio acumulado después de años en que los
partidos dejaron de ser útiles para la gente, convertidos en ministerios u
oficinas de colocación para cuadros y amigos. Lo único que tengo claro es que,
en su lucha por alcanzar el poder, ha escogido mal los aliados y los enemigos,
ha hecho más caso a las estadísticas que a la ética y, como todos, por qué no
decirlo, ha gastado sus energías en combatir a sus iguales, a los que ha visto
sólo como rivales y nunca como aliados necesarios.
Eso, sin entrar en la esquizofrenia que se apoderó de
Iglesias a propósito del procés, esquizofrenia que le llevó a regar jardines
ajenos sin cuidar las flores que se marchitaban en el suyo, sin pensar en que
el abono esparcido allí era veneno en el de aquí. Aun así, lo más grave ha sido
el estalinismo puro y duro con el que se ha conducido en el partido de puertas
para adentro.
Que a Iglesias no le gusta que le hagan sombra no es ningún
secreto. En pocos partidos como en el suyo, se han dado tantas defenestraciones
y purgas, pocos líderes han podado las ramas que crecían en el tronco con la
saña de mal jardinero con que él lo ha hecho. A pocos líderes les solivianta
como a él lo que no controla. Pocos han callado tantas voces distintas, no
disonantes, para quedarse sólo con las que controla o le imitan.
El camino transitado por Iglesias está sembrado de cadáveres
de amigos, de errejones que dejaron de ser útiles o dóciles, que fueron
sustituidos por gente más leal y más gris, por una guardia de corps acrítica.
Al rey no le gusta que le lleven la contraria o le critiquen. Por eso, cuando
se puso su traje nuevo para asomarse al escenario catalán, nadie se atrevió ya
a decirle que iba desnudo. Por eso fracasó tan estrepitosamente y, por eso, ya
no tiene a nadie a quien ofrecer en sacrificio para tranquilizar a los dioses.
Ahora el problema, el fracaso, es suyo y sólo suyo. Por eso nadie sabe dónde
está por eso ya no se le oye, por eso no aparece.
1 comentario:
Bien visto ...
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