Al final y, aunque a punto estuvo de naufragar, la
democracia ha triunfado en Cataluña. Y no es, como dirán algunos, un triunfo
del radicalismo, ni una victoria de las fuerzas sensatas sobre las alocadas
bases de las CUP, a las que han sabido combatir con su firmeza en la defensa de
la candidatura del equilibrista president en funciones de la Generalitat.
A punto han estado de conseguirlo, porque estoy seguro de
que todo lo que Junts p'el sí ha cedido a las claras para conseguir los votos
de los diputados de tan alocada candidatura se queda en nada ante las ofertas y
los halagos que, sin duda y en secreto, habrán recibido algunos de sus
dirigentes, a cambio de permitir que el más nefasto e inoperante de los
presidentes que ha tenido Cataluña en la reciente democracia siguiese en su
puesto como si nada hubiera pasado.
Lo cierto es que las CUP, un contradiós en el que se mezclan
nacionalismo e izquierda radical y asamblearia, se ha dejado muchos pelos en la
gatera, demasiados, porque las diferencias entre sus líderes han quedado en
evidencia que difícilmente la coalición, o lo que sea, podrá mantenerse como
hasta ahora. No hay más que reparar en el paso atrás dado por Antonio Baños a
la hora de anunciar que todo el tiempo empleado en tratar de torcer el programa
con que las CUP se presentaron a las elecciones no ha servido para nada.
Al final ha podido más la necesidad de ajustar cuentas con
quien, envuelto en una bandera que nunca había sido la suya, trataba y trata de
salvar el pellejo y el cargo, después de cuatro años de recortes, apenas ningún
avance social y tres convocatorias electorales. Al final el castillo de naipes
orquestado por el president y sus socios ha saltado por los aires en cuanto ha
tenido que enfrentarse a unas bases, las de las CUP, dispuestas a practicar la
democracia y a exigir a sus dirigentes que la respeten.
Artur Mas ha encontrado la horma de su zapato, se ha
enredado en una maquinaria tan compleja, la de las CUP, compleja y
parsimoniosa, como la suya, para acabar estrellándose frente a una realidad, la
del rechazo a su persona por parte de quienes nunca han tenido ni han querido
tener nada que ver con él.
Admito que estoy entre los que llegaron a creer que
modificar la voluntad de las CUP era posible. Y es que la presión fue mucha,
como fue mucha la miel puesta en los labios de quienes llegaron a creer que una
república catalana era posible ya. Admito que era difícil creer en la
honestidad de la mayoría, cuando la tentación vive arriba, enredando en la
voluntad de los dirigentes. Lo admito y reconozco con alivio que, en esta
sociedad en la que partidos y coaliciones tienen su flanco más débil en sus
cúpulas endiosadas y corruptibles, comprobar la tenacidad de algunos,
insobornables ante halagos y transacciones, que han sido capaces de echarse a
la espalda la frustración de quienes querían la independencia para ya y el
rechazo de todos esos burgueses que durante tantos años han parasitado el poder
en Cataluña, para defender una condición irrenunciable, que a punto estivo de
dejar de serlo.
Pero la estructura de la CUP ha resultado tan premiosa como
resistente a la hora de respetar y hacer respetar sus principios y, ahora, el
que ha quedado en evidencia, el que ha hecho el ridículo, es Mas, que se ve
solo y al final de su carrera, con la única esperanza de que, en unas nuevas
elecciones, los catalanes le den el apoyo que le negaron en septiembre.
1 comentario:
Simplemente patético...
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