Si una virtud ha tenido el resultado de las elecciones es la
de haber colocado a quienes concurrieron a ellas ante todos y sin disfraces.
Todos, sin excepción, arrastran ahora las cadenas de sus mentiras, las de su
pasado o la de compromisos, a veces verbales, a veces por escrito, que les
atan y amordazan a la hora de sentarse a negociar una salida a las tablas, relativas,
pero tablas en que acabó el 20-D.
Hoy da comienzo el paripé, la ceremonia en la que cada uno
de los partidos con representación en el Congreso tendría que presentarse ante
un rey errado y con una hermana en el banquillo, un rey que, por primera vez en
cuarenta años de democracia, se ha negado a mirar a los ojos a la realidad de
este país, rechazando el ejercicio de mano izquierda y "savoir faire"
que se le planteaba ante la petición de audiencia que le hizo la presidenta del
Parlament de Catalunya para informarle de la investidura de Carles Puigdemont
como presidente de la Generalitat.
Un ejercicio estéril y más protocolario que otra cosa del
que nada va a salir más que unas fotos y unas declaraciones a la puerta del
Palacio y el desplante del representante de Esquerra en respuesta al que
previamente hizo el rey a Carme Forcadell. Al cabo de la semana, cuando el
viernes el rey termine de reunirse con los representantes escogerá a uno de
ellos, o no, que diría Rajoy, para proponerle ante el Congreso para que se
someta a la investidura como nuevo presidente, con el encargo de formar
gobierno.
Hasta que el rey dio portazo a Forcadell, aconsejado no sé
por quién, pensaba que todo este protocolo obligaba al monarca, que formaba
parte de su trabajo. Ahora ya sé que no y sé que el rey, al menos Felipe VI
tiene preferencias y que hay gusta que le gusta hacer y otras que ni se plantea.
Y me apena que así sea, porque, con ese feo gesto, se ha desnudado y porque ha
incumplido con su obligación de ser imparcial, frío si queréis, pero imparcial,
al que podríamos recurrir en algún momento como árbitro o referencia. Después
de ese gesto, al menos para mí, ya no lo será nunca.
De modo que en este marasmo de urnas e investiduras ha sido
el rey el primero en quedar desnudo ante el espejo. El primero, pero no el
único, porque a todos y cada uno de los líderes a los que recibirá esta semana
se les ha visto el plumero de uno u otro modo y todos acuden a la cita con sus
hipotecas a cuestas, con todo su pasado a cuestas.
Acude Rajoy con todo el dolor, la injusticia y la
desigualdad sembrada en España en estos cuatro años de gobierno y acudirá
después de haber afirmado hoy mismo que se toque una de sus leyes estrella,
cono lo es la reforma laboral que ha devaluado hasta límites impensables el
valor del trabajo de los españoles y que tantos elogios le ha proporcionado en
eso que llamamos Europa o la gran patronal. Acude inflexible, pero más frágil
que nunca, porque acude sin esperanzas de poder cumplir el encargo del rey.
Y acude un Pedro Sánchez que sabe que recibir ese encargo y
poder cumplirlo es su única esperanza de permanecer al frente de un partido que
parece diseñado para tragarse a sus líderes, uno tras otro, en medio de las
miserias que acompañan a quienes ostentan pequeñas parcelas de poder y que,
como el perro del hortelano, ni comen ni dejan comer. barones les llaman, que
desatienden sus obligaciones como presidentes autonómicos, que pactan con el
mismísimo diablo para llegar a serlo y que, sin embargo, no permiten que haga
otro tanto su secretario general, volcando tinta roja en su entorno.
Desnudo está también Pablo Iglesias atado de pies y manos
por la aparente firmeza de su discurso, empeñado más en el gesto y las
metáforas que en el realismo práctico que tan necesario sería ahora. si es que
realmente quiere intentarlo antes de llegar a unas nuevas elecciones. Y más
desnudo aún está Albert Rivera, demasiado presuroso por conseguir un acuerdo
que incluya al PP y dejando claro que no hará nada que disguste a las empresas
del Ibex que con tanto mimo le han tratado.
Todos desnudos a la luz, en medio de los focos de la prensa,
haciendo el paripé, escenificando una ceremonia que nunca ha sido lo que
aparentaba, porque, la experiencia nos lo dice, los acuerdos, especialmente los
grandes acuerdos, se muñen en la sombra.
Todos desnudos ante el espejo, pero os recuerdo que, como
nos enseñó Alicia, hay vida al otro lado del espejo.
1 comentario:
De pandereta...
Saludos
Publicar un comentario