Cada vatio de la iluminación o de la megafonía de sus
mítines, cada kilómetro que recorrían sus candidatos para pedirte el voto en tu
pueblo o en tu barrio, cada cartel, cada cuña, cada anuncio con el que el PP
ganaba, una tras otra, las elecciones, tenía algo de ti, aunque nunca les
votaste. En cada uno de esos elementos de sus campañas había un rincón del
patio del colegio de tus hijos, la pizarra, pantalla de un ordenador o un
pupitre.
Del mismo modo estaban las gasas y jeringas que se
escatimaban en tu hospital, las vacunas que racaneaban a los niños y ancianos,
los baches de cada carretera, la basura esparcida por tus calles, los autobuses
que cada vez tardaban más en pasar, las colas ante las ventanillas para pedir
cualquier papel, os enfermos en los pasillos de los hospitales, los
polideportivos sin material ni monitores, los jardines descuidados y sucios...
Todo eso, todo está en el lujo y el despilfarro de cada campaña, de cada
elección, en los canapés, las copas y las comidas.
Todo eso es lo que está poniendo al descubierto la
"Operación Taula" que tan impecablemente están llevando a cabo el
Tribunal Superior de Justicia de Valencia y la Guardia Civil. Toda la mierda
oculta durante tantos años en los ayuntamientos y ciudades que ha gobernado el
PP dopado con el dinero robado a todos los ciudadanos, todos esos sobrecostes
consentidos, si no pactados, de los que una parte iba a parar a las arcas del
partido o a los bolsillos de los consentidores, todo acabará por salir a la luz
y, con suerte, con mucha suerte, llevará a la sombra a los responsables.
Han sido demasiados años de barra libre, primero con la
orgía de recalificaciones que, gracias a la ley del suelo de Aznar acabó con el
encanto del paisaje rural de Valencia, las huertas y los naranjales para
sembrarlo de apartamentos vacíos o de esqueletos de edificios inacabados, deteriorándose
al sol del verano, como aquellos decorados de las películas de Samuel Bronston
que. como fríos fantasmas, daban testimonio de que un día Madrid quiso ser la
nueva Roma, el Hollywood europeo, como ahora esas urbanizaciones y bloques
abandonados dan fe de un día Valencia quiso ser la Riviera del pobre y se quedó
en cementerio de vanidades y cemento.
Cuando acabó el sueño del cemento y las recalificaciones,
muy propio de las mafias, como bien saben en el sur de Italia, se buscó una
nueva fuente de ingresos, un nuevo huerto que cavar, en el campo de las adjudicaciones
y las contratas, aceptando cínicamente ofertas insostenibles de empresas
amigas, con el acuerdo secreto y deshonroso de revisar el precio una vez
concedido o consentir que quien se queda con ellas, normalmente unas siglas sin
trabajadores, se deshagan de las verdaderas plantillas, siempre las mismas,
para obtener el beneficio y la mordida que, como donativo o en especie, llegará
de nuevo a los bolsillos de los consentidores o a las arcas de su partido.
Un mecanismo tan elemental que les cuadra a la perfección a
personajes tan zafios como Alfonso Rus o Rita Barberá, un mecanismo que sólo es
posible con el silencio de funcionarios y oposición y que, ahora ha quedado
sobre la "mesa", convirtiendo a personajes todopoderosos en apenas una mueca en el asiento trasero de un coche policial.
Demasiado boato a tu costa para que, ahora que lo sabes,
sigas creyendo que eres como ellos y que han venido a bajarte los impuestos y a
librarte de los parásitos que el Estado de Bienestar alimenta con tus
impuestos. Ahora ya lo sabes, ahora no puedes decir que no sabes que han sido
ellos los que han vivido, hecho y deshecho a tu costa.
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