Amanezco con la noticia de una decisión absurda como lo es
la de la suspensión del partido amistoso que iban a disputar Bélgica y España
esta noche en Bruselas. Y, si digo que a decisión es absurda, es porque creo
que la suspensión no es sino una concesión a quienes pretenden imponernos su terror,
y alterando nuestras vidas donde y cuando quieren, porque un estado
debería ser capaz de garantizar la seguridad de sus ciudadanos con un alto
grado de eficacia y, si queda margen para la inseguridad, ese margen
corresponde a la loca impresibilidad de quienes están dispuestos a quitarse la
vida por no sé qué ideales.
El problema es que lo que sucedió la noche del viernes al
sábado en París se produjo en medio de uno los mayores despliegues de seguridad
que se recuerdan, encaminado a prever cualquier alteración del orden de cara a
la Conferencia Mundial sobre el Cambio Climático el próximo 30 de noviembre en
la capital francesa. Para eso si son eficaces los despliegues. Para eso sí
sirve llenar una ciudad de hombres uniformados y armados. Con esos despliegues
sólo combaten, y me temo que es lo único que pretenden, a quienes, a cara
descubierta y con las manos abiertas y sin armas, pretenden oponerse a quienes
asfixian el planeta y niegan el futuro a nuestros hijos.
Para eso sí. No para interceptar al asesino en fuga de
la noche del viernes, que fue identificado por la gendarmería en una carretera
francesa, camino de Bélgica y se le dejó marchar. Algo desconcertante. Tan
desconcertante como los historiales policiales de los terroristas abatidos e
identificados tras las masacres, historiales que hablan de personajes conocidos
por su marginalidad y su radicalización, sin que nada les impidiese cometer su
barbarie.
A veces, a uno no le queda más remedio que sospechar que los
despliegues "a posteriori", como esos ciento quince mil policías,
gendarmes y soldados, movilizados tras los atentados, sólo persiguen lavar la
cara de los responsables de la seguridad y "consolar" a la
ciudadanía, asustada y desconcertada por la fragilidad en que viven.
Creo que la mejor respuesta al terror es toda la normalidad
que sea posible. Seguridad y eficacia, pero no despliegues, no a las armas en
la calle, porque en cuanto las armas en la calle entran a formar parte de la
ecuación de la seguridad, el riesgo, lejos de desaparecer se dispara. Y me
explico. Pocos países en el mundo tienen más vigilancia t más fuertemente
armada que Israel y, sin embargo, las acciones terroristas, allí, lejos de
desaparecer y se multiplican, porque, sin eliminar las injusticias, sin acabar
con la rabia, muchas veces justificada, de quienes las cometen, un cuchillo de
cocina o un coche se convierten en armas tan letales como el kalashnikov.
Los grandes despliegues policiales, las reformas de las
leyes, y más de las constituciones, no son más que expresiones de lo que no se
puede entender más que como una derrota, otra más, ante aquellos que emplean el
terrorismo más como consuelo o instrumento de propaganda que como verdadero
instrumento de cambio, porque lo único que consiguen es convertirnos en dobles víctimas,
de su locura y de nuestro miedo.
No se puede combatir el terror con el miedo. Más bien al
contrario, hay que responder a la muerte con vida y a la locura con la
serenidad.
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3 comentarios:
Ciertamente es esa sensación....
Saludos
Así es: dobles víctimas
El partido lo van ganando los terroristas con licencia y sin licencia...,.
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