Estaba claro que el gobierno de Ignacio González en la
Comunidad de Madrid no iba a admitir su derrota sin más. Estaba siendo
demasiado humillante sufrir un revés tras otro, en los tribunales y desde la
calle, aguantar todas y cada una de las bofetadas que le llegaban, no sólo
desde las mareas blancas, que una y otra vez llenaban las calles, sino desde el
mismo gobierno, al que su intención de acogotar a la Generalitat de Catalunya,
recurriendo la aplicación del repago de un euro por receta, obligo, por pura
coherencia, a hacer otro tanto con la medida equivalente impuesta por
Lasquetty.
Fueron semanas, meses, de un terrible desgaste para el
fiel consejero, cuyo camino al martirio, como todos, sólo se explica porque, al
final del camino, le esperaba la buena vida eterna. La derrota fue humillante y
la dimisión del fiel ejecutor de la política sanitaria del Partido Popular
contra el viento y la marea del sentido común y de la calle, que hizo de esta
batalla la causa primordial contra el despotismo popular, no podía quedar sin
respuesta y la respuesta, como suele ocurrir en estos casos, ha sido taimada,
cobarde y a destiempo.
Los ceses, las jubilaciones y las represalias económicas
dirigidas contra quienes se significaron en la protesta no han hecho más que
comenzar. Al cese, por presunto "despilfarro" presupuestario de los
coordinadores de varios centros de Madrid, entre ellos el que desde hace años
me presta asistencia, ha ido acompañado de la supresión de determinados
incentivos del personal más "rebelde" de la sanidad madrileña y
ahora, ayer nos enteramos, de la jubilación forzosa de Marciano Sánchez Baile,
el pediatra que desde hace más de tres décadas ha encarnado la voz crítica de
las Asociaciones de Defensa de la Sanidad Púbica, al que, tras 35 años de servicio
en la sanidad pública, se le rescinde definitivamente el contrato.
Las medidas están siendo tomadas por el nuevo consejero que,
siendo médico, ha venido a confirmar eso de que no hay peor cuña que la que es
de la misma manera, porque Javier Rodríguez, poco a poco, en momentos
clave, apagados los ecos de la movilización, como en este cambio de turno
vacacional ha venido tomando estas medidas represoras que no son sino una
venganza y un intento de desgajar de la piña de la protesta las voces más significadas.
No sé si lo conseguirán, sí sé que hay movimientos
solidarios y dimisiones generalizadas en algunos centros. No la contundente
dimisión de otros directores que se subieron al tren de la protesta pero que
han saltado de los vagones en cuanto la cosa se ha puesto dura. Es triste, pero
es así, Paulino Cubero el director del centro de salud de General Ricardos, mi
centro, fue cesado por no seguir a pies juntilla la orden dada por la
consejería de no cubrir las bajas, desobediencia que no tenía otra intención
que la de no desatender a los pacientes del centro y que supuso un desfase
presupuestario de veinte mil euros, menos de lo que estos que nos gobiernan se
gastaban en los canapés de una inauguración.
La consejería pretende con estos ceses, no sólo quitarse de
en medio a los que no son de su cuerda o son más combativos. Pretende dar
ejemplo. Quiere asustar al rebaño para que no hagan frente al lobo, porque sabe
que, si las ovejas se unen, como ya se ha visto, hasta el lobo corre peligro.
Pero siendo esto malo, lo peor es que los cesados tiene
razón y lo han sido por tratar de paliar lo que ayer mismo denunciaba el representante
nacional de Atención Primaria Urbana de la Organización Médica Colegial y que
no es otra cosa que el grave riesgo que corre la calidad asistencial si no
se ataja el problema de las sustituciones que, debido a los recortes
materializados en esas órdenes de no cubrir las bajas por jubilación, enfermedad
o vacaciones, están diezmando el personal de los centros de salud, mientras la
población que requiere atención médica crece.
Desgraciadamente, ante los graves problemas causados a uno de
los mejores y más baratos sistemas de salud del mundo la única respuesta de la
administración es esa: la de las represalias.
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