Reconozco haberme sentido indignado ante la aparición de un
manifiesto en el que medio centenar de "escritores e intelectuales",
yo diría más bien, y salvo alguna honrosa excepción, de "ex y
resentidos", reclaman al presidente del gobierno lo último que, en una
democracia, se debe reclamar a quien tiene la responsabilidad de administrar el
poder: intransigencia.
El manifiesto, que pide sin ambages toda la dureza de la ley
contra el presidente Mas, sin descartar que se pida prisión para él, supongo,
lo firman medio centenar de personas, entre las que hay algunos a los que
aprecio y bastantes a los que respeto, aunque algunos hay que me merecen
sentimientos contrarios, me ha molestado sobremanera, porque no recuerdo que
ninguno de estos viriatos de la intelectualidad hayan dicho lo más mínimo ante
leyes injustas que perjudican seriamente la salud y la felicidad de los
españoles, porque no he visto su firma al pie de ningún manifiesto contra la
reforma laboral, la ley de tasas judiciales, los recortes en sanidad y enseñanza,
el abandono de la ciencia, los desahucios o el rescate de la banca tramposa de
la que alguno de los firmantes habrá cobrado en publicaciones y bolos, a costa
del hundimiento de la clase media española y la marginación de los más
débiles.
Tampoco recuerdo, ojalá esté equivocado, la firma de Albert
Boadella al pie de cualquiera de las peticiones y protestas que han circulado
en contra del IVA del 21% que, eso sí, tan seriamente amenaza la cultura en
este país. Pero, claro, entiendo que tal cosa sería incómoda, siendo como es el
director de los Teatros del Canal, por designación directa de su amiga
Esperanza Aguirre.
Pero, indignándome todo lo anterior como me indigna,
lo que más me solivianta es que hayan escogido la escalinata del Congreso para
hacerse la foto de familia que todo manifiesto bien publicitado requiere. Y me
solivianta porque no hace tanto y durante semanas ese escenario, recinto
sagrado de la soberanía popular, estuvo cercado para que la gente que reclamaba
“democracia real ya” no pudiese llegar a sus puertas. Me indigna también,
porque los manifestantes heridos, detenidos, identificados y multados fueron
bastantes menos que ellos, pero, claro, sin obra publicada ni pensamiento digno
de apadrinar nada, aunque quienes suscribieron aquellas convocatorias
consiguieron más de cuatro millones de votos en las últimas elecciones.
Creo, y lo digo una vez más, que la tensión generada a
propósito de las legítimas aspiraciones del pueblo catalán esconde una partida
de ajedrez en la que lo que menos importa son los peones que puedan caer en
ella, porque quienes manejan las piezas, Mas y Rajoy, la utilizan como señuelo
para atraer hacia sí el voto de quienes ven en España y Cataluña una amenaza o
un enemigo que yo, sinceramente, nunca he visto.
No sé, pues. a qué viene ahora, en medio de esta ola de
calor, a lo peor es consecuencia de ella, este manifiesto conminatorio, No sé
por qué, ahora que uno y otro, Más y Rajoy, parecen haber dejado de jugar al
gato y el ratón, los listos de la clase deciden "prohibir" al
presidente negociar. Debe ser porque, como buenos españoles, prefieren que esto
acabe en estropicio, por la tremenda. Yo, que no sé si acertada o
equivocadamente he preferido siempre la palabra a los golpes, especialmente a
los de estado, creo que en este país cabemos todos y que podemos arreglárnoslas
para que así sea, entre otras cosas, porque no creo en los nacionalismos y
micho menos en el español, quizá porque prefiero el país al territorio y las
gentes a las banderas y porque no creo en los nabifestantes de lujo y porque quizá, como el poeta mexicano José Emilio
Pacheco, soy reo de alta traición.
Alta traición
(José Emilio Pacheco)
(José Emilio Pacheco)
No amo mi patria.
Su fulgor abstracto
es inasible.
Pero (aunque suene mal)
daría la vida
por diez lugares suyos,
cierta gente,
puertos, bosques de pinos,
fortalezas,
una ciudad deshecha,
gris, monstruosa,
varias figuras de su historia,
montañas
-y tres o cuatro ríos.
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