Pues sí, estoy hecho un lío y me alegro infinitamente de no
haber militado nunca en el PSOE ni en ningún otro partido, aunque, he de confesarlo,
estuve a punto de hacerlo, después de aquel fracaso que, a la vista de lo
visto, no fue tan grande, cuando Joaquín Almunia, después un turbio o
enturbiado proceso de primarias, perdió aquellas elecciones de 2000 frente a un
Aznar que obtuvo la mayoría suficiente para quitarse la careta y campar por sus
respetos, poniendo en práctica su alma neocon y embarcándonos en la guerra de
Irak, que aún dura, aunque, afortunadamente, sin nosotros.
Debo explicar que, si no me decidí a militar, como si hizo
un amigo von el que me había medio conjurado es porque, finalmente, la derrota
no supuso un hundimiento del partido, como lo prueba que Zapatero ganó la
siguiente convocatoria en medio de movilizaciones ciudadanas contra la guerra y
del vergonzoso engaño de Aznar sobre los autores de la masacre del 11-M.
Pero Zapatero, que parecía volcado en una política social,
cercana a los ciudadanos, escondía la sorpresa de una degeneración de las
formas democráticas y de abandono de la calle que denotaba una borrachera de
poder, suya o de sus más cercanos colaboradores, que, definitivamente alejó al
partido de los ciudadanos, para dejarnos donde estamos en medio de una enorme
crisis, con un gobierno que parece empeñado en "capar"
cualquier asomo de derecho de los ciudadanos y una sociedad frustrada y
desmovilizada. Unos años en los que ha sido muy difícil, si no imposible,
diferenciar las grandes líneas de la política de los dos grandes partidos
españoles.
Zapatero, que sorprendió a todos al ganar por los pelos y
contra pronóstico el congreso socialista que siguió a la dimisión de Almunia en
el 2000, supuso para el PSOE la liquidación de la "vieja guardia",
los que habían acompañado a Felipe González en la transición y las trece años
de gobierno, una liquidación a la que apenas sobrevivieron Alfredo Pérez Rubalcaba,
en primera línea, y algún que otro barón regional. Y eso, que pudo haber
generado esperanzas y que sin duda las generó en muchos, supuso también una
enorme pérdida de identidad en el partido, mientras las bases, desengañadas,
dejaban paso a quienes pretendían, y a fe que lo consiguieron, hacer carrera
como funcionarios del mismo.
Ahora, después de la torpe gestión que hizo Zapatero de los
primeros años de la crisis, después de aquella debacle que dio la mayoría
absoluta a Rajoy y de un bochornoso ejercicio de la oposición en lo que va de
legislatura, el PSOE se enfrenta a una revolución interior, de la que debería
salir un cambio de estructuras y, sobre todo, una recuperación de la identidad
de izquierdas que el partido ha venido perdiendo en las dos últimas décadas. Lo
malo es que la está llevando a cabo mediante un complejo, si no un
contradictorio, proceso en el que primero se elige el secretario general,
después se celebra el congreso del que saldrá su ejecutiva y las líneas
maestras de lo que ha de ser el alma del partido y, ya por fin, unas primarias
abiertas a los simpatizantes, de las que debería salir el candidato que se ha
de medir al PP en las próximas elecciones.
La verdad es que el proceso, cuando menos, suena raro y que,
por desgracia, ha dejado ya al descubierto la resistencia del
"aparato" a soltar las riendas del partido, apadrinando, y de qué
manera, a uno de los candidatos a la secretaría general, apoyo que se ha
manifestado enterrando en avales al bello candidato, Pedro Sánchez, frente al
consistente Eduardo Madina. Lo curioso es que el candidato más atractivo para
propios y extraños, José Antonio Pérez Tapias, es el menos avalado de
todos y el que parte en desventaja por no haber formado parte de las paredes
maestras del partido.
Sólo habrá que esperar al domingo para saber quién se hará
con la Secretaría General y, luego, al congreso en el que, además de sobre las
caras, se debatirá sobre las ideas, y del que puede salir un partido que refuerce
su liderazgo o, por el contrario, uno que le ponga en cuestión. Y ya en
noviembre, con esas dos incógnitas resueltas, a elegir al candidato para las
elecciones generales que puede ser, o no, el secretario general, algo que me
devuelve a los tiempos de la bicefalia Almunia-Borrell que tan mal acabó para
el partido. Por todo ello estoy hecho un lío y, como se dice en los anuncios
televisivos del nuevo Smart, yo "no lo veo". Entre otras cosas, porque, si antes, más allá del PSOE, estaba el desierto, hoy ese desierto ha florecido y ya da sus primeros frutos.
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