Revisaba hace dos días en la magnífica web de TVE un documental firmado por mi viejo compañero Fernando olmeda dedicado a la siempre inquietante figura de Josep Pla, uno de los mejores, si no el mejor, autores en lengua catalana del pasado siglo. En él, el ex presidente Pujol recordaba ante la cámara uno de sus encuentros con el escritor ampurdanés, en el que éste le manifestaba su desconfianza hacia la democracia, por lo que suponía de poner el poder en manos de la gente corriente ¡qué candidez y qué desconfianza tan atávica por parte de quien había sido espía de Franco durante la guerra! Pujol añadía que trató de mitigar los recelos de un Pla recluido en su casa de Llofriu, tranquilizándole con la idea de que a esas alturas, las de los tiempos de la transición, en España habían florecido las clases medias, que, como el mismo Pujol decía, siempre había habido en Cataluña, pro hasta entonces no en España, remarcando al autor del "Quadern gris" que las clases medias dan estabilidad a los países.
Confieso que en ese momento pensé en lo listo que es y ha sido siempre Pujol, ahora puesto en cuestión por la corrupción familiar, y en lo torpes que son quienes ahora detentan el poder en España, porque, si tiene razón el ex president en lo que dice, y la tiene, Rajoy y su gobierno parecen empeñados en acabar con la estabilidad de este país. Y es que no hay más que mirar alrededor para darse cuenta de que, de un tiempo a esta parte, todas las medidas adoptadas desde Moncloa, leyes y decretos incluidos van destinadas a acabar con el balsámico estamento social del que hablaba Pujol a Pla.
Recordemos, si no, que no hace tanto tiempo eran habituales los hogares en los que entraban dos o más sueldos que garantizaban unos ingresos de entre tres mil y cinco mil euros al mes. Hogares de españoles alegres y confiados cuyas preocupaciones difícilmente iban más allá de pagar una hipoteca, que entonces era accesible, las letras del coche y los electrodomésticos, el colegio o la universidad de los hijos y, todo lo más, las vacaciones y la residencia de los abuelos.
Hoy, de esos dos o tres sueldos, con suerte sólo queda uno, la casa se ha perdido, ni se piensa en poder ir de vacaciones y el coche, que apenas se mueve, envejece cubierto de polvo a la puerta de la calle, los niños han cambiado de colegio, y muchas veces de barrio, y, gracias a que los abuelos conservan su pensión y a que ahora viven en casa, se puede garantizar al menos una comida decente al día.
Mariano Rajoy, como los malos capitanes, está hundiendo el barco de la hasta entonces alegre, confiada y estable sociedad española y, para salvarse él y salvar a los suyos, ha optado por sacrificar las cubiertas en las que viaja ese pasaje. De lo que no se da cuenta Rajoy es de que, cuando queda ya poco que perder, pretender que ese sacrificio sea tranquilo, como el de los corderos en el matadero, es una quimera ni de que, de momento y aunque sean capaces de intentar que sea de otra manera, su estancia en la Moncloa expira en menos de dos años, ni, mucho menos, de que esa clase media a la que pretende dirigirse ya no es la misma, si es que sigue quedando algo de ella, ni de que ya no tiene el fantasma del terrorismo para agitarlo ante el hocico de los silenciosos corderos que le llevaron al poder.
Si Rajoy recorta las pensiones de los abuelos haciéndoles "copagar" sus medicamentos, si convierte en una pesadilla el sueño de muchas familias de llevar a sus hijos a la universidad, si los pocos trabajos que "salen" son cada vez más precarios, con más horas y peor retribuidos, si, a la hora de pagar impuestos, son estos ciudadanos y siempre ellos los perjudicados, para que los ricos, también los de siempre y cada vez más ricos, eviten contribuir al mantenimiento de lo que es o debería ser de todos, si sigue por ese camino puede llevarse la sorpresa de que esa clase media se radicalice y ni siquiera admita el sucedáneo de izquierda que en los últimos años ha sido el PSOE.
Aunque ya es tarde, no estaría de más que Rajoy atendiese más a lo que Pujol e dijo a Plá, allá por los años setenta del pasado siglo, que a los de un tal Arriola que parece dispuesto a indicarle el camino para arrasar el jardín, el remanso de paz, de la clase media. Lo que pueda venir después nadie lo sabe, pero, desde luego, tendrá poco que ver con el presente.
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