Ya sé que, para esta pregunta, la respuesta que daría la
mayoría de los españoles sería el tan simple como ésta: Angela Merkel. Sin
embargo, mi pregunta hace referencia a un escalón inferior del poder, a esa
pequeña cuota de poder que aún conserva España para, al menos, ejecutar la
letra pequeña de los grandes planes que, para nosotros, se diseñan en Berlín y
Bruselas.
Recuerdo, y arece que hace un siglo, aquellos primeros días
del gobierno de Rajoy en los que se hacían apuestas sobre la cantidad de poder
que iban a manejar los dos grandes ministros del área económica, Guindos y
Mntoro y, ante todo, sobre quién tendría hegemonía sobre el otro. Recuerdo también
que ni yo ni, prácticamente, analista alguno apostaba entonces por la hipótesis
de que quien ostentaba el poder era el propio Rajoy.
Hoy, las cosas parece que están un poco más claras. Pero
sólo lo parece, porque, con las tautologías de Rajoy -perogrulladas vacías las
llamo yo- y los mensajes contradictorios de los ministros de Economía y
Hacienda, lo único que queda claro es que el Gobierno no se aclara ni, mucho
menos, nos aclaramos nosotros.
Este pasado fin de semana el tema de conversación ha sido el
precipicio y lo cerca o lejos que está España, que estamos los españoles, de
él. Hemos escuchado de todo: desde que no es que estemos al borde, sino que
estamos a punto de caer en él, colgados de una cornisa, hasta que estamos fuera
de peligro, pasando por la ambivalente perogrullada de Rajoy en Sitges, donde
nos dijo muy serio que no estamos al borde del precipicio ni en vísperas del
Apocalipsis, pero lo dijo fiándolo todo a la ayuda de Europa que, como de sobra
sabemos, acabaremos pagando en apocalípticos recortes y sacrificios.
Esa actitud de Rajoy de nunca dar la cara y de, si alguna
vez la da, hacerlo con mensajes ambiguos o vacíos está minando el prestigio que
le pueda quedar desde que llegó a La Moncloa. Tal parece que los españoles no estuviésemos
preparados para la verdad, como si se nos aplicase la vieja estrategia de no
decir al paciente cuál es su mal para evitarle sufrimientos, pero privándole
también de luchar contra la enfermedad.
Ante esta situación tan poco clara, podemos recurrir al
espacio que ocupan sus declaraciones en portadas y telediarios para medir el
poder que ostenta cada ministro. En ese caso, no cabe duda de que el cortaría
el bacalao sería el ministro de Economía, Luis de Guindos, que es el que más
fotos y titulares se lleva. Sin embargo no hay que hacerse ilusiones, porque la
crisis de Bankia le ha dejado seriamente tocado porque, no sólo erró el
diagnóstico sobre el estado de la entidad, sino que ha visto como Goirigolzarri
le enmienda la plana en cuanto a la necesidad de inyección de fondos públicos,
multiplicando por tres la estimación más pesimista del Gobierno.
Y en esas estamos: Con un ministro de Hacienda, el que
tendrá que subirnos el IVA, desaparecido en el fragor de la batalla, un presidente
del Gobierno que habla poco y cuando habla no dice nada y un ministro de
Economía al que le llueven las collejas de todos lados y que ha sido capaz de
tomar decisiones tan graves como la de nacionalizar Bankia sin tener muy claro cómo
hacerlo.
Quizá por ello se llevó la bronca que se llevó de las
autoridades europeas que consideran que su gestión de la crisis de Bankia
contribuyó a agravar el problema y el amargo reproche de Rato que, aunque lo
hiciese para morir matando, le cantó las cuarenta su ya famoso y amargo panfleto
a los consejeros de Cajamadrid.
En fin que, con este panorama, no es el Gobierno, sino
nosotros los que andamos corriendo de un lado a otro como pollos sin cabeza. Y,
todo, porque en éste, como en otros muchos asuntos se está aplicando la receta
de endulzar la verdad, de suavizar la realidad que, al final, contumaz como es,
acabará manifestándose en toda su crudeza.
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1 comentario:
Y, digo yo, ¿por qué no nos intervienen de una vez y dejamos de deshojar la margarita?
Un saludo ☺
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