No os podéis imaginar la enorme tristeza que he sentido hoy
cuando, a eso de las siete de la mañana, el sonido que llegaba de mi radio
despertador no era el habitual, querido o no, pero habitual, sino el triste
sonido de programa enlatado, con el que la dirección de la Cadena SER ha
tratado de ahogar el clamoroso silencio que produce la primera huelga que
llevan a cabo os trabajadores de la cadena en toda su historia.
Por mi cabeza han pasado las voces de todos esos compañeros
que tantas veces, tantos días, me han acompañado, en las buenas y en las malas.
Algunos siguen allí, a otros, como a mí, los responsables del desastre en que
ha acabado la SER les pusieron en la calle sin contemplaciones, mientras
sacaban pecho con unas cuentas maquilladas que pretendían torcer la tozuda
realidad. Finalmente, están los que, como Carlos Llamas, lamentablemente ya no
pueden estar entre el pasaje de este triste "titanic" en que han
convertido la que un día fue mi casa.
La huelga de hoy es la respuesta de los trabajadores de la
SER a ERE, el segundo, con el que la dirección pretende despedir a otros
doscientos trabajadores, al tiempo que impone una rebaja del 10% en los
salarios de sus trabajadores. Una situación aún más indignante, cuando las
estrellas de la cadena se llevan a casa todos los meses cantidades de vértigo,
mientras la mayoría de sus trabajadores tienen salarios nimileuristas y su
empleo es precario. Y, eso, por no hablar del elevado porcentaje de becarios
que rebosan la antena.
No sé en qué momento comenzó el deterioro de la calidad del
producto ofrecido por la SER y el de las condiciones de trabajo de sus
empleados, pero tiendo a pensar que tuvo mucho que ver con la salida de Daniel
Gavela de la dirección. A partir de ese momento, el estrés, la pérdida de las buenas
maneras en la relación entre jefes y subordinados y el "porcojonismo"
se instalaron en la redacción y, curiosamente, los trabajadores, por las
razones que fueran nos dejamos hacer, sin plantarle cara a lo que no eran más
que los polvos que han traído estos barros.
Creo que ese ha sido el gran pecado de la SER: haber
fomentado los desequilibrios y las distancias entre los de arriba y los de
abajo. Contratos muchimillonaros para unos y salarios de miseria para quienes
hacen el trabajo sucio, mantienen viva la redacción y, demasiadas veces,
soportan, cuando no el mal humor, sí la indiferencia y los caprichos de las
estrellas.
A pesar de todo, sería injusto ignorar que la SER ha sido la
mejor escuela de radio comercial que ha tenido este país. Una escuela en la que
se han formado los grandes profesionales que entendieron en su día y para bien
que había vida más allá de Gran Vía, 32 y han construido su carrera fuera de
allí, del mismo modo que se han formado los grandes profesionales que
languidecen en la programación, condenados por el pecado mortal de haber nacido
y crecido en la cadena.
Mientras tanto, y a golpe de talonario, se han llevado a
cabo demasiadas revoluciones en la antena que las más de las veces se han
quedado en nada, sin que nadie pague por ello, o se han cometido errores tan
garrafales como el de haber dejado escapar a la práctica totalidad de la mejor
redacción de deportes de la radio española, sin tener un recambio apropiado lo
que llevó a perder la temporada, con la sangría de ingresos y prestigio que
supuso.
Pero lo peor, y eso es mucho decir, porque aún no lo hemos
visto todo, es que la dirección de la Cadena SER se está portando con sus
trabajadores como lo hacen esos empresarios que tanta crítica han recibido en
sus informativos, lo peor es que la SER está aplicando sin piedad la reforma
laboral que vapuleaba, y con razón, en informativos y tertulias. Lo peor es
que, como en las cajas de ahorro, hay demasiados inútiles pensionados en
retiros de oro de escasa utilidad práctica, mientras la caja se desangra y ya
no llega para pagar a los de abajo los sueldo de miseria que les imponen. Todo ello, al tiempo que se entierran millones y millones de euros en invesriones desastroas que han salpicado a todo el grupo.
Aún recuerdo a los trabajadores de Altamira concentrados al pie del edifico de Gran Vía haciendo sonar los silvatos de sus desesparecaión. Fueron las primeras víctimas del grupo y no quisimos darnos cuenta de que iríamos detrás. Hoy ya es tarde, pero, aunque sólo sea por dignidad, no hay que bajar los brazos, sino apretar los puños y plantar cara a tanto hipócrita como se ha instalado en nuestras vidas.
Supongo que entenderéis ahora la enorme tristeza que siento
al no encontrar en el dial el sonido de la que ha sido mi casa durante casi
treinta años y sigue siendo la de tantos y tantos amigos que hice y dejé allí.
Aún así, os aseguro que es bueno que, aunque tarde, por
primera vez en su historia, la SER suene a lata.
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3 comentarios:
Qué pena. La SER enlatada.
Esto no es más que otra reverberación de la crisis de valores que arrastramos y que se ha traducido en la crisis económica. Que no al revés.
Un abrazo
No me parece bien lo que dices de la marcha de los deportes. Se fueron porque quisieron, para ganar mucho más dinero. Algo que me parece muy lícito y respetable.
Y los que se quedaron siguieron siendo ninguneados por su propia casa, a pesar del gran esfuerzo que tuvieron que hacer para reflotar, muy dignamente, el barco que se estaba hundiendo. Y lo han conseguido.
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