lunes, 25 de junio de 2012

LEVANTE



Hace ya dos días que sopla Levante en Cádiz.
Cuando llegas aquí, cuando hablas con alguien de aquí, apenas tardas en darte cuenta del temor omnipresente que se palpa en este territorio a ese viento contumaz que llega sin avisar, trastocándolo todo y condicionando la vida de todos, sin que, como cuando llega, nadie tenga muy claro cuando acabará por irse.
Este viento, seco y abrasador a este lado del Estrecho, suele durar días. Días sin tregua, en los que a duras penas se puede piarr la calle, si es por el placer de hacerlo, antes de la caída del sol o después de las diez de la mañana, porque, con el sol en lo alto, se multiplican sus daños, arrinconando a todo el que puede huir en el interior de sus casas con las persianas echadas, la luz tenue y las ventanas cerradas. Os aseguro que, en esos momentos, es mejor tener algo que hacer, algo con qué distraerse.
El Levante tiene, como otros muchos vientos, un algo de enloquecedor. Su  continuo rugir a través de cualquier fisura, cualquiere ventana entreavierta o en cualquier esquina, batiendo puertas y  hojas de ventanas, llega a ser insoportable. Se convierte en una música obsesiva que todo lo llena y de la que es imposible librarse y que, según cuentan, lleva a perder la razón a algunos. El Levante es una especie de infierno provisional e intermitente que de vez en cuando se instala en este paraíso lleno de duras aristas que es Cádiz, para recordarnos su fragilidad.
El Levante es, para esta tierra, lo mimo que está siendo la maldita crisis para la sociedad alegre y confíada en la que no hace mucho vivíamos. El Levante "salta", como saltó la crisis, de la noche a la mañana y se instala en nuestras vidas, con la crueldad añadida de dejarnos a la vista todo lo que disfrutábamos, sin la posibilidad de hacerlo. El Levante nos castiga con arena cuando nos atrevemos a pisar la playa y nos priva del placer de sentarnos como antes en cualquier sombra, porque es capaz de alcanzar con su cálido aliento el último rincón habitable, dejándonos sin ganas para nada.
Sin embargo, el Levante, como la crisis, tiene también quien celebra su llegada. Las eléctricas, por ejemplo, que, no sólo hacen su agosto atrapándolo en sus molinos, sino que nos lo venden, transformado en kilovatios, a todo el que enciende su aire acondicionado. El Levante tiene también entre sus adoradores a  los locos  de las tablas y las velas que han construído sobre él y su "primo", el frío Poniente, toda una industria conocida en toidoi el mundo. Le ocurre lo mismo que a la crisis, en cuyas aguas se mueven  con soltuta todos los depredadores que seamos capaces de imaginar, a la búsqueda de quienes su zarpazo ha echado por la borda. 
Cuando llega el Levante, cuando llega la crisis, apenas tenemos ganas de otra cosa que de encerrarnos en un rincón fresco y oscuro a esperar que pase. Para entones, más nos vale disponer de un buen aparato de aire acondicionado o, en su defecto, un humilde abanico.


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1 comentario:

Marisa dijo...

El calor nos mina los recursos, vamos como la crisis...

Un saludo.