viernes, 12 de enero de 2018

PABLO IGLESIAS NO APARECE


Dicen que, así como el éxito tiene muchos padres, el fracaso es huérfano, algo que estamos comprobando en ese escenario de tragedia griega en que se ha convertido Podemos, el partido o lo que sea, que hace apenas cuatro años vino a llenar de esperanza y de respuestas a la "spanish revolution" del 15-M y que hoy ni siquiera muchos de sus votantes somos capaces de reconocer.
Yo, votante siempre de la izquierda, desde el PCE hasta el PSOE de Zapatero contra la guerra, caí en los brazos de Podemos tras el fracaso y posterior decepción del entonces ilusionante Alberto Garzón. Y eso, a pesar de la desconfianza y el rechazo que producían en mí las maneras de un personaje como Pablo Iglesias, demasiado parecido a todos esos "popes" con los que me he cruzado en mi vida.
Sin embargo, confieso que Iglesias, con su divismo, con su caudillismo, emboscado en unos modos presuntamente democráticos que no han sido sino la coartada para pastorear a las bases del partido hacia el redil de sus deseos, las más de las veces equivocados y alejados de las aspiraciones de toda esa gente que también vota y a la que ha conseguido asustar.
Si he de ser sincero, después de estos años, especialmente desde que, soñando en que era posible una España progresista, le di mi voto en las últimas generales, no soy capaz de recordar nada constructivo en su trayectoria, nada, ningún avance, que no haya acabado en disputas con quienes deberían ser sus socios naturales, cuando no en guerras abiertas entre sus propias bases.
El Iglesias que ahora se esconde hace tiempo que perdió el contacto con la realidad, no ha sido capaz de darse cuenta de que algunos coqueteos y algunas fobias no conducen a nada bueno. Con su política o, mejor dicho, con su discurso, ha pretendido contentar a todos, unas veces, y, otras, castigarlos, como si de un ángel exterminador se tratara, especialmente a quienes debería tener más cerca, porque, para alcanzar realmente el gobierno, la capacidad transformadora que da el gobierno los necesita a su lado y no enfrente.
Lo único que tengo claro es que Iglesias, ebrio de aquel éxito inesperado de los primeros tiempos, aquellos tiempos en que cosechó el apoyo de los huérfanos de la izquierda, con todo su deseo de dejar a un lado sus frustraciones, con todo el cansancio acumulado después de años en que los partidos dejaron de ser útiles para la gente, convertidos en ministerios u oficinas de colocación para cuadros y amigos. Lo único que tengo claro es que, en su lucha por alcanzar el poder, ha escogido mal los aliados y los enemigos, ha hecho más caso a las estadísticas que a la ética y, como todos, por qué no decirlo, ha gastado sus energías en combatir a sus iguales, a los que ha visto sólo como rivales y nunca como aliados necesarios.
Eso, sin entrar en la esquizofrenia que se apoderó de Iglesias a propósito del procés, esquizofrenia que le llevó a regar jardines ajenos sin cuidar las flores que se marchitaban en el suyo, sin pensar en que el abono esparcido allí era veneno en el de aquí. Aun así, lo más grave ha sido el estalinismo puro y duro con el que se ha conducido en el partido de puertas para adentro.
Que a Iglesias no le gusta que le hagan sombra no es ningún secreto. En pocos partidos como en el suyo, se han dado tantas defenestraciones y purgas, pocos líderes han podado las ramas que crecían en el tronco con la saña de mal jardinero con que él lo ha hecho. A pocos líderes les solivianta como a él lo que no controla. Pocos han callado tantas voces distintas, no disonantes, para quedarse sólo con las que controla o le imitan.
El camino transitado por Iglesias está sembrado de cadáveres de amigos, de errejones que dejaron de ser útiles o dóciles, que fueron sustituidos por gente más leal y más gris, por una guardia de corps acrítica. Al rey no le gusta que le lleven la contraria o le critiquen. Por eso, cuando se puso su traje nuevo para asomarse al escenario catalán, nadie se atrevió ya a decirle que iba desnudo. Por eso fracasó tan estrepitosamente y, por eso, ya no tiene a nadie a quien ofrecer en sacrificio para tranquilizar a los dioses. Ahora el problema, el fracaso, es suyo y sólo suyo. Por eso nadie sabe dónde está por eso ya no se le oye, por eso no aparece.