La verdad es que, cuando ayer escuché a Ricardo Costa
describir ante el tribunal, en la Audiencia Nacional, el mecanismo mediante el
cual se financiaban las carísimas campañas electorales del Partido Popular en
Valencia, me quedé un tanto frío. No sé si fue porque, como a cualquiera con
ojos, orejas y memora, nada de lo que contó me era del todo desconocido, el
caso es que lo único que sentí es que la última pieza del puzle, la única que
encajaba en el único hueco que quedaba libre se había colocado por fin.
Lo que sí me sorprendió, lo confieso, es que la noticia de
la confesión de Costa, de consecuencias aún desconocidas, apenas fue destacada,
si es que aparecía, en la edición digital de EL PAÍS, en tanto que el resto de
los digitales la destacaban con un enorme despliegue de informaciones
relacionadas, como si al esconderla mitigase las consecuencias para quienes en
los últimos tiempos protegen al que fuera, pero ya no es, el gran periódico, el
referente, de la democracia española.
En esas están quienes nos han traído hasta donde estamos y
quienes han venido callando lo que sin duda sabían, lo que sin duda estaban
viendo, silbando y mirando para otro lado, como Rajoy que, a esa misma hora,
silbaba y miraba para otro lado cuando era preguntado por el asunto, la
corrupción, que está minando que lleva meses, años, minando sin piedad los pies
de barro cenagoso del gigante que ha hecho y deshecho cuanto y como ha querido
con las vidas y haciendas de los españoles.
La foto, tomada prestada de EL PLURAL, con que ilustro esta
entrada es más que significativa, porque explica el portento de que Rajoy,
estando en medio de la fiesta valenciana, la que nunca acababa, la que ganaba
elecciones aquí y allá, entre quienes la vivían y organizaban, no se hubiese
enterado de nada. Simplemente, este señor, este paradigma del cinismo, al
tiempo que metía el cucharon en la paella, cerraba los ojos y se tapaba las
orejas para no enterarse de cómo y quién pagaba la fiesta, esa que tanto le
divertía y que tanto le beneficiaba.
Ricardo Costa, secretario general del PP valenciano en los
tiempos de la eufórica soberbia, so se sabe muy bien por qué, se animó
ayer a colocar el mismo y ante el tribunal la pieza que completaba ese puzle
fallero del que os hablo, ese que permitía cerrar campañas en una plaza de
toros repleta, con regalos y atenciones para los asistentes con palmeras de
fuegos artificiales, con bandas de música, con espectáculo, no sólo político,
en el escenario, y todo gratis para el partido, porque lo pagaban los
empresarios adjudicatarios de obras y contratos de la administración valenciana
que, a cambio de un contrato hinchado, sufragado con el no cemento y los no
ladrillos de las aulas de los15.000 niños valencianos, que en Valencia estudian
hoy en barracones, pagaban las facturas que "graciosamente" les
giraban, Orange Market y empresas similares o, simplemente, contribuían con
sobres a los gastos del partido.
Tengo la sospecha, ojalá la hubiesen tenido también tantos y
tantos periodistas sordos y ciegos junto a los que ha crecido el monstruo, de
que todo el PP y no sé qué otros partidos se han financiado así o de modo
parecido. Sin embargo, he de reconocer que el caso valenciano es especial, es
único, tiene algo que lo hace fascinante, algo que quizá fuese eso que Ricardo
Costa llamó "compulsibilidad", eso que llevaba a Francisco Camps, el
presi, a la verborrea compulsiva, la de "amiguito del alma, te
quiero" o a adornar los mítines con fuegos artificiales, banda de másica y
tocayo famoso para cantar el himno de Valencia. Sólo espero que esa
compulsividad que ha llevado al PP a robarnos sin parar para pagarse las
campañas con que situarse o mantenerse en el poder para seguir robándonos
compulsivamente, sea la que lleve a prisión a quien corresponda y la que acabe
con la presencia de un partido tan corrupto como el PP en ayuntamientos,
comunidades autónomas y el Gobierno.
1 comentario:
Ciertamente interesante ...
Publicar un comentario