Si no fuese por la tragedia que supone que un territorio
como Cataluña lleve casi dos años y medio sin ocuparse de sus problemas,
ensimismado, ensimismados sus dirigentes, por el que parece ser, por el que
esos dirigentes han decidido que sea su único problema. Cerca de dos años y
medio, desde septiembre de 2015, si somos generosos y consideramos que la
anterior legislatura, la de los recortes, que presidió el dos veces dimitido
Artur Mas, de la que sólo supo salir envuelto en una bandera a la que, hasta
ese momento, apenas había hecho caso.
Dos años y medio, si no más, en los que los catalanes han
sido rehenes, algunos con gusto, de sus gobernantes, empeñados en la aviesa
estratega de ocultar los márgenes del camino, como se les oculta a las
caballerías con las orejeras, para mostrarles. únicamente, una meta cada vez
más irreal y lejana. Dos años y medio de los que los ciudadanos difícilmente
recordarán nada distinto de lo que han venido en llamar "el procés",
a pesar de que, ellos sí, han tenido que trabajar, los que han tenido esa
suerte, han tenido que estudiar, que examinarse, se han puesto enfermos, han
nacido y han muerto, sin que, por lo que parece, a su gobierno le haya
interesado lo más mínimo.
Dos años y medio de un juego, el de Artur Mas, basado en la
huida hacia adelante, un juego en el que el malestar de la calle y las citas
por corrupción en los tribunales eran la casilla de salida. Un juego en el que
el uso y abuso de los sentimientos y los medios de comunicación, la falta de
respeto por la verdad y el desprecio por los desafectos se han convertido en
las perversas reglas del juego.
Mas, muy a su pesar, fue la primera víctima de ese juego,
porque en aquellas elecciones, las de septiembre de 2015, no alcanzó su propósito
de alcanzar, ni siquiera en alianza con sus hasta entonces rivales de Esquerra Republicana,
la mayoría que le permitiese llevar a Cataluña hacia la independencia soñada
por muchos y necesaria como salvavidas para él y la cúpula de su corrupto
partido.
Dos años y medio en los que paradójicamente la izquierda
desbocada encarnada por la CUP pasó a ser el socio imprescindible para formar
un gobierno imposible, en el que el único objetivo en común fue la imposición
de la independencia a una ciudadanía que, en las urnas, entonces y hace apenas
un mes, ha dicho que no quiere o, cuando menos, que no le es imprescindible.
Dos años y medio a los que tuvo que asistir como espectador, manejando algún
hilo entre bambalinas al principio, porque la CUP vendió caro su apoyo y se
cobró como primera pieza su cabeza.
Dos años y medio en los que su partido, Convergencia,
refundada por necesidades del guion judicial en el PDECat, se convirtió en
una jaula de grillos en el que el núcleo burgués del catalanismo se vio
rebasado por una nueva generación de personajes que, como el alcalde de Girona,
Carles Puigdemont, habían venido a comerse su parte del pastel.
El resto es historia reciente, historia de una
improvisación, en la que, al abrigo de la fuerza de la militancia de ERC y las entidades
ciudadanas, las de "los jordis", el president tolerado, si no
impuesto, por la CUP, no hizo otra cosa que improvisar, para ponerse a salvo
una y otra vez de los embates del día a día. Dos años y medio en los que
Puigdemont ha demostrado que lo suyo es maquillar la realidad con largas
cambiadas huyendo de las críticas y de los escenarios escenario incómodos con
un muletazo de fantasía que arrastra a amigos y adversarios a un escenario
nuevo que sólo el maneja, si es que realmente lo maneja.
Dos años en los que ha demostrado que lo suyo no es
enfrentarse a la realidad sino transformarlas, dos años en los que ha dejado
claro que la firmeza y el coraje no son lo suyo. Por eso convocó un referéndum
tan imposible como el del 1 de octubre, que la torpeza de Zoido convirtió en su
mejor baza. Por eso llevó a Cataluña el pasado noviembre a su fugaz
independencia, a sabiendas de que era inviable, para no tener que enfrentarse a
las críticas de personajes como Gabriel Rufián, el de las ciento cincuenta y
cinco monedas de plata. Por eso puso pies en polvorosa en cuanto tuvo que
responder a la justicia, por eso acabó en Bruselas, primero invocando el amparo
de la UE, para luego repudiarla,
Sin embargo, otra vez la torpe firmeza del gobierno de
España, que mandó como su cruzado al fiscal general, que, con la ayuda de
una juez vehemente de la Audiencia Nacional, justificó su huida y reforzó su
imagen de mártir en el exilio.
Ahora, después de unas elecciones en las que los escaños,
que no los votos, le permiten formar gobierno, quiere ser investido presidente
sin pisar suelo español, porque pisarlo le llevaría a la cárcel. Es su juego,
valerse de todo y de todos, para ponerse a salvo, a costa de lo que sea. Es
difícil imaginar, al menos para mí, que España, un país de la UE, encarcele por
mucho tiempo a quien podría ser investido presidente de una comunidad autónoma,
pero Puigdemont, por si acaso no quiere comprobarlo. Ver los toros desde la
barrera, ese es su juego.
1 comentario:
Como lo pruebe ... todo se complicará !
Saludos
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