jueves, 11 de enero de 2018

EL JUEGO DE PUIGDEMONT


Si no fuese por la tragedia que supone que un territorio como Cataluña lleve casi dos años y medio sin ocuparse de sus problemas, ensimismado, ensimismados sus dirigentes, por el que parece ser, por el que esos dirigentes han decidido que sea su único problema. Cerca de dos años y medio, desde septiembre de 2015, si somos generosos y consideramos que la anterior legislatura, la de los recortes, que presidió el dos veces dimitido Artur Mas, de la que sólo supo salir envuelto en una bandera a la que, hasta ese momento, apenas había hecho caso.
Dos años y medio, si no más, en los que los catalanes han sido rehenes, algunos con gusto, de sus gobernantes, empeñados en la aviesa estratega de ocultar los márgenes del camino, como se les oculta a las caballerías con las orejeras, para mostrarles. únicamente, una meta cada vez más irreal y lejana. Dos años y medio de los que los ciudadanos difícilmente recordarán nada distinto de lo que han venido en llamar "el procés", a pesar de que, ellos sí, han tenido que trabajar, los que han tenido esa suerte, han tenido que estudiar, que examinarse, se han puesto enfermos, han nacido y han muerto, sin que, por lo que parece, a su gobierno le haya interesado lo más mínimo.
Dos años y medio de un juego, el de Artur Mas, basado en la huida hacia adelante, un juego en el que el malestar de la calle y las citas por corrupción en los tribunales eran la casilla de salida. Un juego en el que el uso y abuso de los sentimientos y los medios de comunicación, la falta de respeto por la verdad y el desprecio por los desafectos se han convertido en las perversas reglas del juego.
Mas, muy a su pesar, fue la primera víctima de ese juego, porque en aquellas elecciones, las de septiembre de 2015, no alcanzó su propósito de alcanzar, ni siquiera en alianza con sus hasta entonces rivales de Esquerra Republicana, la mayoría que le permitiese llevar a Cataluña hacia la independencia soñada por muchos y necesaria como salvavidas para él y la cúpula de su corrupto partido.
Dos años y medio en los que paradójicamente la izquierda desbocada encarnada por la CUP pasó a ser el socio imprescindible para formar un gobierno imposible, en el que el único objetivo en común fue la imposición de la independencia a una ciudadanía que, en las urnas, entonces y hace apenas un mes, ha dicho que no quiere o, cuando menos, que no le es imprescindible. Dos años y medio a los que tuvo que asistir como espectador, manejando algún hilo entre bambalinas al principio, porque la CUP vendió caro su apoyo y se cobró como primera pieza su cabeza.
Dos años y medio en los que su partido, Convergencia, refundada por necesidades del guion judicial en el PDECat, se convirtió en una jaula de grillos en el que el núcleo burgués del catalanismo se vio rebasado por una nueva generación de personajes que, como el alcalde de Girona, Carles Puigdemont, habían venido a comerse su parte del pastel.
El resto es historia reciente, historia de una improvisación, en la que, al abrigo de la fuerza de la militancia de ERC y las entidades ciudadanas, las de "los jordis", el president tolerado, si no impuesto, por la CUP, no hizo otra cosa que improvisar, para ponerse a salvo una y otra vez de los embates del día a día. Dos años y medio en los que Puigdemont ha demostrado que lo suyo es maquillar la realidad con largas cambiadas huyendo de las críticas y de los escenarios escenario incómodos con un muletazo de fantasía que arrastra a amigos y adversarios a un escenario nuevo que sólo el maneja, si es que realmente lo maneja.
Dos años en los que ha demostrado que lo suyo no es enfrentarse a la realidad sino transformarlas, dos años en los que ha dejado claro que la firmeza y el coraje no son lo suyo. Por eso convocó un referéndum tan imposible como el del 1 de octubre, que la torpeza de Zoido convirtió en su mejor baza. Por eso llevó a Cataluña el pasado noviembre a su fugaz independencia, a sabiendas de que era inviable, para no tener que enfrentarse a las críticas de personajes como Gabriel Rufián, el de las ciento cincuenta y cinco monedas de plata. Por eso puso pies en polvorosa en cuanto tuvo que responder a la justicia, por eso acabó en Bruselas, primero invocando el amparo de la UE, para luego repudiarla,
Sin embargo, otra vez la torpe firmeza del gobierno de España, que mandó como su cruzado al fiscal general, que, con la ayuda de una juez vehemente de la Audiencia Nacional, justificó su huida y reforzó su imagen de mártir en el exilio.
Ahora, después de unas elecciones en las que los escaños, que no los votos, le permiten formar gobierno, quiere ser investido presidente sin pisar suelo español, porque pisarlo le llevaría a la cárcel. Es su juego, valerse de todo y de todos, para ponerse a salvo, a costa de lo que sea. Es difícil imaginar, al menos para mí, que España, un país de la UE, encarcele por mucho tiempo a quien podría ser investido presidente de una comunidad autónoma, pero Puigdemont, por si acaso no quiere comprobarlo. Ver los toros desde la barrera, ese es su juego.

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

Como lo pruebe ... todo se complicará !

Saludos