A menos de una semana para que votemos en las elecciones más
cruciales de los últimos años, dicen las encuestas que uno de cada cinco de los
consultados no sabe aún qué votará el domingo. Quizá sea ese el único dato
creíble de los sondeos y el que, sin duda, servirá de coartada a la empresas
del ramo cuando, a última hora del domingo sepamos la verdad al contar las
papeletas depositadas en las urnas. Y si lo digo es porque en menos de
veinticuatro horas nos han sorprendido con sondeos que dan y quitan mayorías,
con la misma tranquilidad con que algunos políticos y demasiado a menudo las
portadas de los periódicos dicen una cosa y la contraria.
En Madrid, por ejemplo, los que añoramos esa ciudad feliz y
vanguardista de los tiempos de Tierno pasamos en un día de la depresión de ver
a la condesa perversa y boquirrota gobernando con el apoyo de Ciudadanos a que
nos contasen que Manuela Carmena podría cerrar el paso a esa derecha rancia de
misa de doce el domingo y desahucio de ancianos y niños a las ocho de la mañana
del lunes, para que, en otras horas veinticuatro, otra encuesta, otro diario,
devuelva las cosas a su sitio. Un sube y baja de euforias y depresiones que no
nos merecemos.
En mis años de profesión he vivido muchos periodos
electorales y he sido testigo, si no de cómo se hacen, sí de cómo se
"emplatan" y venden las encuestas, cómo, en las jornadas electorales,
se intercambiaban “cromos”, resultados, de los sondeos a pie de urna entre unas
y otras encuestadoras. Y es que el tan manido "margen de error" da
para cometer muchos errores, las más de las veces intencionados. Mi mejor
consejo para estos casos, muy difícil de seguir, es el de no hacer caso de las
encuestas, el de que no hay que dejarse llevar por unos datos que, no lo
olvidemos, alguien encarga y paga a alguien.
Las únicas encuestas válidas, si es que alguna lo es, son
las que lleva a cabo el CIS, sobre una enorme muestra que resulta inaccesible
para cualquier empresa privada. Y, aún esas, pueden quedar sesgadas en función
del cuestionario y de las opciones de respuesta que se ofrezcan al encuestado.
Quizá a las del CIS habría que sumar las que encargan los partidos para consumo
interno, una especie de "espejo mágico" que, como el de la madrastra
de Blancanieves, les confirma o desmienta que serán los más votados, o no, del
reino y les señalan cuándo y cómo "deshacerse" de sus rivales.
Al PP de Esperanza Aguirre se le notó mucho hace una semana
que sus "encuestas espejito" decían que no era la condesa la más
hermosa, sino que había una juez afable y honrada disputándole el favor de los
madrileños. Fue por eso que mandó a sus ballesteros a buscar por todo el reino
la flecha con que atravesar el corazón de su rival y a fe que lo intento con
saetas amañadas y emponzoñadas que, afortunadamente, se deshicieron al impactar
con el prestigio y el buen talante su adversaria, porque, a diferencia del
cuento, los ballesteros de la condesa no sólo no perdonaron a su víctima en el
bosque, sino que usan una y otra vez sus flecha amañadas en cuantas tertulias
visitan "a tanto el chisme" y os aseguro que son muchas las tertulias
y muchos sus chismes.
Otro uso perverso de las encuestas es el de influir en la
voluntad de los electores, porque no debemos olvidar que hace mucho tiempo que
los periodistas dejamos de ser sólo testigos para pasar a ser actores deseosos
de influir para modificar la realidad y no digamos quienes "se"
compran o alquilan un medio de comunicación para hacerlo. Por eso, algunas
encuestas buscan desalentar a los peor parados en ellas, del mismo modo que, a
veces, intentan relajar al ganador y espolear al segundo. Esto que os digo no
es una tontería, ni mucho menos una novedad, ya en la segunda guerra mundial,
creo que en el frente italiano, un oficial del ejército norteamericano ocultó a
sus hombres el final de la guerra para evitar ese peligroso relajamiento.
No es que yo pretenda alabar tan inhumana conducta, menos
habiendo vidas humanas en juego, pero creo que las encuestas se están
utilizando para condicionar el voto ciudadano. No hay más que ver el
estrepitoso "despiste" de las encuestadoras británicas, que fueron
incapaces de predecir el triunfo conservador y que ahora están siendo
investigadas por el órgano supervisor. No. No me gustan estas encuestas ni
mucho menos esa "cocina" en la que se maquillan sus resultados. Es
más, creo que no sería malo, sino todo lo contrario, prohibir la realización de
encuestas y su difusión tanto en periodo electoral como al menos dos semanas. Quizá
así seríamos más libres y sinceros en las urnas.
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1 comentario:
Gran idea !
Saludos
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