Pido perdón, en primer lugar a todos los que se puedan
sentir ofendidos por la comparación. Pido perdón y aclaro que en absoluto creo
que Cataluña y su gente sean una muela podrida. Más bien al contrario creo que
es una pieza fundamental y armónica en la dentadura de España. Lo que creo
que sí es comparable es la gestión que se hace de una y otra.
Cualquier molestia que nos pueda producir una pieza es ante
todo, y como tal debe interpretarse, un síntoma de que algo va mal. Cualquier
fisura, cualquier pequeño orificio en el esmalte, no son sino puntos
débiles por los que pueden entrar y en los que pueden acumularse los problemas
que llevarán irremediablemente a la pérdida.
Siempre hay, siempre se encuentran, y yo doy fe de ello
excusas para no acudir al dentista, siempre encontramos algo más importante que
hacer, cualquier otra urgencia a la que responder, antes de tomar la heroica
decisión de pedir hora al dentista y visitarle. Es caro, el dolorosos y es
incómodo hasta en el calendario y, por eso, es siempre una decisión que podemos
posponer hasta que, por desgracia, llega un momento en el que el incómodo, el
fatídico momento, se hace irremediable.
Es fácil ponerse a pensar en si la pieza es indispensable o
no, en que si cambiando la manera en que masticamos podemos soslayamos el
dolor u el riesgo. Son excusas que, al final, no conducen a nada bueno,
porque todo en el cuerpo humano es equilibrio, la boca y la dentadura también,
y, si se rompe ese equilibrio, nos precipitamos a males mayores.
Lo mejor es, cuando el problema es sólo una caries que no
amenaza a la estructura de la pieza, darle solución saneando y sellando el
agujero para conjurar con ello males mayores. Hay que evitar a toda
costa que la masticación evasiva o la resistencia al dolor, con o sin analgésicos,
nos hagan perder las buenas maneras, la tranquilidad y la sonrisa. Estas
cosas, las de las caries y el incendio nacionalistas se sabe cómo empiezan,
pero nunca se sabe cómo pueden llegar a acabar.
Rajoy, aplicando su vieja receta del "aquí no pasa
nada", no ha querido en el debate sobre el Estado de la Nación que acaba
de concluir, mirar de frente a Cataluña. Tiene que sentarse y ponerse a negociar, porque el inmovilismo que viene practicando desde hace décadas quizá le haya dado buenos resultados, pero a él, sólo a él, porque a los españoles, su pereza, su falta de coraje, su estrategia "dontancredista" nos está yendo muy mal. Rajoy, una vez más, ha decidido, y lo ha hecho
por todos nosotros, que el dolor es soportable y que la visita
al dentista puede esperar, lo que no deja de ser un error y grave que pagaremos todos.
Rajoy puede fingir que todo está bajo control. Rajoy puede
hacernos creer que Cataluña no es tan importante. Puede enseñarnos a
"comer por otro lado" y darnos alguna que otra pastilla
de demagogia para superar el dolor. Pero, mientras haga eso, la caries de
la sensación de injusticia seguirá minando la pieza y ahondando en el problema
que, sí, existe y se agrava por momentos.
Ayer, Rajoy volvió a despreciar la oportunidad de
sentarse en el sillón del dentista para establecer el tratamiento que devuelva
la funcionalidad y la sonrisa a nuestra boca. El conflicto, de momento sólo
dialéctico, con Cataluña es esa cita que esquivamos con el dentista. Quizá
vayamos saliendo del paso, pero, si no tomamos pronto las decisiones adecuadas,
llegarán el dolor insoportable, la extracción y la hemorragia. Quizá así lleguemos
a calmar nuestra boca, pero ya no será la misma.
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