Espero que a nadie le queden ya dudas de cuál es el verdadero rostro del PP, espero que, desde la tarde de ayer, nadie crea que en sus filas cabe el más mínimo atisbo de pensamiento progresista, porque los diputados tuvieron la oportunidad de expresarse, libremente y con plenas garantías, respecto a la retrógrada reforma de la regulación de la interrupción del embarazo en España.
De nada sirven ya las discrepancias cuchicheadas al oído de periodistas de confianza, de nada sirven ya los gestos grandilocuentes de la histriónica Celia Villalobos ausentándose de determinadas votaciones o votando no directamente algunas propuestas de su partido. Ayer, en n el Congreso, tuvieron la oportunidad de manifestar todas esas discrepancias, insinuadas o no a media voz, y no lo hicieron. Optaron por refugiarse en la disciplina de partido, dando de lado a los principios para no poner en peligro la comodidad de su escaño y más en los tiempos que corren, porque, si siguen así las cosas los escaños del partido van a ser muchos menos, y, como todo acaba por saberse, la conciencia podría jugarles una mala pasada y dejarles fuera de las listas, porque, como dijo Alfonso Guerra en su día, el que se mueve no sale en la foto.
Ayer, el PP, con todos sus diputados, se retrató en la votación que afectaba a la tramitación de la ley Gallardón sobre el aborto y se retrató también en su soledad al cercenar de un plumazo la posibilidad de buscar en los tribunales españoles la justicia que no se puede alcanzar en países en los que, como en China o en los Estados Unidos, salvo que seas rico y del partido, en China, o blanco, pudiente y con ciudadanía, en los Estados Unidos.
DE nada sirven las explicaciones de Villalobos, porque justifico su apoyo a Gallardón en su deseo de no traicionar a su partido, pese a que, añado yo, traicionó descaradamente a los que hasta entonces había esgrimido como sus principios. Pero, claro, la vicepresidencia del Congreso es mucha vicepresidencia como para tirarla por la borda por un no, por más secreto que sea.
La actitud de Villalobos recuerda sospechosamente a aquel abrazo de Gallardón a un Aznar que acababa meter a España en la Guerra de Irak, un Aznar que, ante la soledad en que quedó tras la vergonzante "foto de las Azores" quiso escenificar un "prietas las filas" de los suyos con una reunión de barones de su partido. Pues bien, en aquella reunión, tras las explicaciones del entonces presidente, Gallardón se desmelenó en un abrazo al líder, que, para que fuese el primero de todos los de los allí presentes que tuvo, precisó de grandes zancadas hacia el estrado.
Aquel fue el primer síntoma de quién podría llegar a ser el verso suelto del PP, el progre del Círculo de Bellas Artes. Alguien a quien Carrillo retrató un día, diciendo que él, don Santiago, no conocía dentro del PP a nadie que no fuese del PP.
Ayer quedó claro. Los diputados del PP mostraron su verdadero riostro. Y es de agradecer, porque abrieron los ojos de los aún crédulos. Así que abandonad toda esperanza, no hay en el PP nadie que no sea del PP y no quiera seguir siéndolo.
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