Está claro que los tiempos están cambiando- Es
evidente. Ahora que los ciudadanos, escaldados en el agua hirviendo de la
crisis, comenzamos a desconfiar del verdadero valor de una democracia que en
demasiadas ocasiones no pasa de formal, comenzamos también a poner en duda, si
no la veracidad de lo que ocurrió hace treinta y tres años y un día, sí la
del significado que, de alguna manera, se nos impuso de lo que pasó.
Tuve dos ocasiones de comprobar esto que os digo. La primera
a las diez de la mañana, en la radio, cuando en el programa que tan
brillantemente dirige Javier del Pino en la SER, Jacinto Antón, uno de sus
colaboradores habituales contó su propio 23-F, vivido desde la compañía de
policía militar que el comandante Pardo Zancada llevó al congreso, cuando
era ya evidente que Tejero se había quedado solo. Jacinto Antón, junto a
un compañero de armas de aquellos días, contó cómo vivieron aquellas horas en
que unos simples soldados de reemplazo se vieron obligados a acudir a ciegas a
lo que pretendía ser un golpe de estado y cómo se dieron de bruces con
"el ejército de Pancho Villa" encarnado por los guardias de Tejero.
Antón habló de cómo algunos mandos acabaron llorando y
otros borrachos, del saqueo de la cafetería y los despachos del Congreso,
de que, aunque afortunadamente no pasó nada, pudo haber pasado cualquier cosa
con unos jóvenes soldados tan poco preparados como asustados y armados
hasta los dientes, de cómo un sólo disparo podía haber desencadenado una
masacre y habló, sobre todo, de las cosas que pasaban por la cabeza de unos
soldados llevados a la mili a la fuerza y aún más a la fuerza a participar en
un golpe de estado.
Sin embargo, lo más llamativo de la historia de Jacinto
Antón fue el corolario final. Días después de que su compañía hubiese regresado
al cuartel sin consecuencias, fue arrestado por llevar un par de calcetines
azul marino que no se correspondían con los negros que impone la uniformidad.
Antón comentaba con sorna que le arrestaron por llevar esos calcetines y,
paradójicamente, se fue de rositas después de haber participado en un
golpe de estado.
La otra prueba de lo que os digo la ofreció La Sexta con la
emisión de un documental "basado en hechos irreales", en el que
se nos contaba, con la complicidad de periodistas, diputados y cineastas, que
el golpe del 23-F no fue sino una farsa concertada por todos los partidos para
reforzar en los ciudadanos los sentimientos a favor de la democracia. Una
especie de vacuna contra el golpismo, como acabó siendo el golpe de Tejero, pero
premeditada y pactada por todo el arco parlamentario.
La presencia de Iñaki Gabilondo, Fernando Ónega,
Joaquín Leguina, Jorge Verstringe, Felipe Alcaraz o José Luis Garci,
contribuía a dar credibilidad a algo a todas luces inverosímil, pese a algunos
desbarres, especialmente de Verstringe que lo hacían increíble. Sin
embargo, en ningún momento, salvo al final, se advertía de que todo era una
farsa, con lo que algunas almas cándidas u obligadas a madrugar se irían a la
cama pensando que la Operación Palace realmente existió y en que todo aquello
fue una pantomima.
A estas horas ya sé que Évole ha reforzado su leyenda de
héroe del periodismo y la democracia. Yo, sin embargo, abrigo mis dudas. No
creo que sea bueno disfrazar de verdad lo que no es más que un programa de
ficción en el que los actores han sido sustituidos por los protagonistas reales
de aquella historia, convencidos para interpretar un guión que la deforma,
llevándola hasta el esperpento. Que conste que reconozco el esfuerzo de
producción y relaciones públicas que ha supuesto la elaboración de
esta "película". En cuanto al mérito y la oportunidad de
emitirlo como se emitió, tengo mis dudas.
La idea no es original. De hecho y que yo sepa, ya lo
hizo el francés William Karel que, en 1990, rodó para el canal Arte
"Operation Lune", en la que Kissinger, Rumsfeld, la viuda de Kubrick
y un sin fin de personajes reales, contaron como se rodó en los estudios
londinenses de Kubrick una "toma de seguridad" del alunizaje, por si
este fracasaba, de cuyo rodaje se extrajeron las fotos finalmente difundidas
del acontecimiento. Unas intervenciones que se daban por buenas hasta el final
del documental, en que se desvelaba la farsa.
No me gustó, insisto, la forma en que se emitió el
documental de Évole, sin anestesia. El único mérito que le reconozco es el de
que, como la intervención de Jacinto Antón, en "A vivir, que son dos
días", contribuye a exorcizar y desdramatizar aquel negro episodio de la
reciente historia de España.
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