Aunque soy consciente de que hacerlo no es precisamente derrochar
imaginación, no me queda más remedio, hoy, que dedicar mi tiempo al ganador del
goya a la torpeza más manifiesta y persistente de la política española, que no
es otro de que el ministro de Educación, Desprecio y Deporte, el siempre
verborreico, redicho y, dicen que, superdotado pilarista, José Ignacio Wert.
Reconozco que resulta fácil y cómodo hacer leña del árbol
huido, sobre todo cuando el escurridizo árbol ha sido ya víctima de las chanzas
y críticas de gente tan brillante como lo es la gente del cine español a la que
de manera tan burda como inesperada acababa de plantar en su fiesta anual.
Lo peor de este personaje es su egocentrismo patológico, esa
manera de entender la vida y la política como si fuese un videojuego en el que
todos los elementos que aparecen en la partida no tienen otro fin que el de
acabar con el héroe que, si no lo es, al menos él sí se cree simpático como
para permitirse chistes y chascarrillos fuera de lugar y del mínimo buen gusto.
La verdad es que a este señor le ha costado el goya a la
torpeza porque ha tenido que disputárselo al viejo galán, eso cree él, de
comedias de salón, Alberto Ruiz Gallardón, que, de un tiempo a esta parte y,
para sorpresa de muchos, no la mía, por cierto, ha permitido que quienes le
admiraban por ello, descubran ahora su idoneidad para cualquier papel de
villano despreciable. Pero el ministro, espero que no ya por mucho, José
Ignacio Wert, conocedor como nadie de los medios y sus trampas, le ha robado el
galardón a su colega con una tocata y fuga memorable.
Y es que el ministro ausente, el mismo que una vez presumió
de que, como los toros de Miura, se crece en el castigo, eligió a última hora
encerrarse en los corrales de un viaje a Londres, improvisado a última hora,
para entrevistarse con un colega británico. Ese desprecio, esa falta de respeto
por el cargo que ocupa y por quienes desde una de las patas de su departamento
luchan por mantener el prestigio y los puestos de trabajo de una industria, no
ya olvidada como casi siempre, sino castigada con un IVA insoportable y un
recorte en las ayudas públicas que la hacen casi insostenible.
No quiso estar presente en una gala en la que se iba a
convertir en el blanco de, uno detrás de otro, los improperios de un colectivo
castigado sin necesidad, a pesar de lo que piensen en Moncloa, sólo por haber cometido el pecado de haberse
opuesto libre y responsablemente, en
contra de una guerra no era ni necesaria ni justa.
Wert eligió los corrales, poniendo como excusa la necesidad
de dormir ocho horas antes de ese viaje a Londres. Una excusa infumables, sobre
todo después de escuchar como he escuchado a las diez de la mañana a Juan
Carrión, el profesor de inglés inspirador de la película de David Trueba,
ganadora del goya, que a sus ochenta y nueve años y después de haberse retirado
altas horas de la madrugada, no ha dudado en atender la llamada de la radio.
Está claro que no corren buenos tiempos para el ministro
miura, tampoco para sus planes ni para el gobierno del que forma parte. Esta
vez, el miura, en contra de lo dicho sobre su talla en el castigo, escogió
retirarse vergonzantemente a los corrales.
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