Una semana ha tardado el ministro del Interior en
reconocer la implicación de la Guardia Civil en la tragedia provocada en la
playa fronteriza de Ceuta, reprimiendo el intento de entrada en territorio
español de decenas de inmigrantes africanos, trece de los cuales murieron
ahogados. Una semana de mentiras vergonzosas, diluidas ayer torpemente por
el ministro Fernández Díaz con un jesuítico baño de mala literatura a una
evidente realidad que, desde un primer momento, estaba aflorando en
imágenes y testimonios de quienes presenciaron o protagonizaron la masacre.
Las versiones dadas por el delegado del Gobierno en Ceuta y
el director general de la Guardia Civil, balbuceantes y contradictorias, no
auguraban nada bueno. Negaban los disparos y negaban el uso de flotadores por
unos asaltantes más asustados que agresivos. Lo negaban pese a que todos lo
habíamos visto y lo negaron hasta el último momento, con la difusión de un
video de los hechos, digno de los fontaneros de Nixon en el caso Watergate, en
el que se escamotea cualquier imagen de la actuación delos guardias civiles,
exigiendo a los ciudadanos un acto de fe sobre su comportamiento, cuando no
sólo en España, sino en medio mundo, ya se habían echado por tierra años de
labor humanitaria de uno de los cuerpos policiales más universalmente
conocidos.
La versión dada ayer por el ministro, con pelotas de goma y
botes de humo lanzados al agua, qué derroche, pretendiendo hacernos creer que
lo único que hacían era delimitar la frontera entre España y Marruecos,
contradice gravemente la de sus subordinados, que ni siquiera trataron de
disfrazar lo evidente y se limitaron a negarlo, insultar la memoria de
los muertos y amenazar con querellas, algo que parece ir en los genes del PP,
si a pese al escaso éxito operativo y legal que consiguen, a todos los que
osasen poner en evidencia la actuación de los guardias. Unas amenazas que
afectarían, por ejemplo a su propio ministro. Y no sólo eso, porque el director
de la Guardia Civil se permitió decir a periodistas y organizaciones
humanitarias cómo tendrían que hacer su trabajo, para mantener sus mentiras,
añado yo.
Hubo exceso de pelotas y apenas hubo verdad. A estos señores
se les olvida que España es un Estado de Derecho, con obligaciones humanitarias
y no sólo ante sus socios europeos. Hubo una evidente falta de humanidad ante
unas gentes a las que, hicieran lo que hicieran les esperaban palos y maltrato
a uno y otro lado de la frontera. Hubo negación de auxilio a quienes sabían
que, de no llegara pisar arena española, les molerían literalmente a
palos los gendarmes marroquíes con sus garrotes. Y hubo cinismo, mucho cinismo.
De lo dicho ayer por el ministro, por más que se empeñe en
beatificar a los guardias y sus mandos en el cuerpo y la política, se
desprenden graves responsabilidades de unos u otros o de ambos al mismo tiempo.
Y, ante tal evidencia, sólo cabe esperar sanciones o dimisiones. Sanciones a los
guardias, si es que lo ocurrido fue iniciativa suya, dimisiones de sus mandos
si es que dieron órdenes de actuar así y, fuera fuese el origen de la
iniciativa, dos dimisiones; la del delegado del gobierno y la del director
general de la Guardia Civil que, durante una larga semana, han pretendido
engañarnos, bien porque esa era directamente su intención o bien porque, a su vez, fueron
engañados por sus subordinados.
No cabe duda de que la ansiedad de verse en el mar, de noche, con el agua al cuello, tiroteado desde la playa, aunque fuese con pelotas de goma y botes de humo, provoca ansiedad suficiente como para abandonarse al peor de los finales. Debe haber dimisiones, insisto, dimisiones que urgen, porque en este asunto ha faltado
verdad y han sobrado pelotas.
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