Cuando, dentro de unos años, repasemos los que
aún quedemos en este mundo, si es que quedamos, repasemos todo lo que ha
venido ocurriendo en los últimos años en torno a la familia real española,
estoy seguro de que la conclusión general será la de que,, al margen de los
delitos que haya podido cometer el yerno que aún le queda al rey, los
responsables de velar por la buena imagen de la familia, comenzando por el
propio monarca, han sido realmente torpes a la hora de diseñar la estrategia de
defensa y comunicación en éste y el resto de asuntos que han traído al rey
y a su familia a primera línea de la actualidad.
La torpeza real proviene de no haber querido saber cuál es
hoy el país en el que reina la familia Borbón, un país lleno de parados,
desahuciados y estafados, que ya no cierra los ojos ante los desmanes de
quienes, según la Constitución, son sus iguales por más alta cuna y pata negra
que gasten. No lo ha sabido ver como no ha sabido ver que la opinión pública
hace tiempo que dejo de coincidir con la opinión publicada, entre otras cosas,
porque la enorme penetración de las redes sociales en España y el relevo
generacional de quienes tuvimos quizá algo que agradecer al monarca hacen
impensable el idilio entre el rey y su pueblo en que alguna vez quisimos creer.
El paternalista "aquí no ha pasado nada" con que
la prensa española venía tratando los deslices, que siempre los ha habido, en
las finanzas y en la vida privada de la familia real y sus amistades más o
menos peligrosas, que no son exclusivas de Iñaki Urdangarín, porque en la vida
del rey también las ha habido, ya no vale en este siglo, porque cualquier cosa
que haya ocurrido no sólo se sabe, sino que, además, deja rastro y se difunde
con la facilidad de una mancha de aceite en el agua.
Eso en cuanto a la comunicación, ámbito en el que los
responsables de la imagen de la familia real se han perdido en un mar de
innovaciones tecnológicas, de aggiornamiento en los métodos, olvidando que lo
fundamental, en tiempos en que, como digo, todo se documenta y se
contrata, es el contenido y que éste no sólo sea verosímil, sino
verídico. Pero también se han cometido errores, y graves, en todo lo
relativo a la defensa del matrimonio Urdangarín-Borbón, en la que, en lugar de
asumir a tiempo las indudables responsabilidades existentes en el caso
Noos, se ha tratado de escurrir el bulto cargando las culpas, primero en
el socio del duque y después en el propio yerno del rey, dejando en un
humillante limbo de inocencia, tal y como la califica el diccionario de la RAE
en su tercera acepción, más propia del Azarías de la afamada novela de
Delibes.
Nadie puede creer en ese candor de mujer enamorada de la
hija del rey que, aunque fuese cierto, de ninguna manera la exime de
responsabilidad, entre otras cosas porque es precisamente la posición de su
marido la que le permite cometer sus fechorías y hay una seria implicación de
personal de la Casa Real en el asunto.
Vistas así las cosas y en el día en que se inaugura un nuevo
tiempo viendo a la hija de un rey de España bajando, aunque sea sobre
ruedas, la rampa que la iguala ante el resto de los mortales para declarar como
imputada ante un juez, no puedo sino preguntarme porque un rey
cansado y enfermo, que hace un mes se vio obligado a dar el
espectáculo de tener que leer, en el día de la Pascua Militar y
evidentemente falto de luces, un discurso que se le resistió después
de ser sometido a la crueldad de atravesar apoyado en sus muletas, dolorido y
probablemente sedado, tratando de demostrar que seguía hecho un chaval, pese al
evidente deterioro de su salud.
La única respuesta que soy capaz de darme es la de que Juan
Carlos está tratando de sostenerse en el trono esquivando la abdicación para
consumirse en el mismo mientras se resuelve el caso que hoy ha llevado a su
hija en el juzgado, poniendo así a salvo la imagen de su hijo Felipe al que,
estando ya en el trono, perjudicaría seriamente una condena. Lo malo es que, tal y como se están llevando las cosa, con
estas estrategias realmente tan torpes, no es sólo el rey quien se consume,
sino que el propio trono está en la hoguera.
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