Son muchas, incluso desde el feminismo, las mujeres que no
vieron bien el golpe de efecto del colectivo FEMEN interrumpiendo con la
exhibición de su desnudez la intervención del ministro Gallardón en defensa de
su retrógrada ley de reforma del aborto. A mí no me pareció tan grave. Ni
siquiera me pareció mal el lema que llevaban escrito en su cuerpo, que corearon
y que tanto escándalo provocó entre esas beatas señorías que, entre gin-tonic y
gin-tonic, subvencionados, por cierto, se rasgaron las vestiduras al leer
juntas las palabras "aborto" y "sagrado".
Sería bueno que aquellos a los que no les tiembla la voz
para decir "patria sagrada", "sagrado deber" o cosas por el
estilo, entendiesen que, para muchas mujeres, el derecho a poder tomar una
decisión que afecta, fundamentalmente, a su cuerpo y a su vida es,
evidentemente, sagrada, porque no cabe duda de que, en ocasiones, de ese
derecho va a depender que su vida sea digna y feliz el resto de sus días.
No son uno ni dos los estudios de opinión que revelan que la
sociedad española no estaba, no está, demandando la reforma de una ley que
había conseguido reducir el número de interrupciones del embarazo que se
practican en España y que había alcanzado un estatus de normalidad equiparable
al de la ley del divorcio, tan aparentemente contestada hace un tercio de siglo
y tan interiorizada hoy por sociedad, hasta el punto de que se ha llegado a
establecer en diez años la fecha de caducidad de un matrimonio en España,
después de decenas de matrimonios felizmente disueltos, en todos los colectivos
y clases sociales, con datos tan anecdóticos como el de que fue el estamento
militar uno de los más afectados, para bien, por una ley aparentemente
incompatible con la "Tierra de María" que, dicen, fue España, al
igual que ocurre ahora con la ley que permite que las parejas del mismo sexo
que así lo desean formalicen su relación en aras de garantizar sus derechos y
obligaciones.
Después de sacar a relucir estos dos ejemplos queda más
claro si cabe que la oposición a la ley de plazos actualmente en vigor en
España es estrictamente ideológica y que, partiendo del menosprecio a la
inteligencia y condición de la mujer, trata de someter la libertad de elección
y la capacidad de progreso de las mujeres solas o en pareja. Y es que no hay
que olvidar que la ley es tan hipócrita como para eximir de responsabilidad
penal a la mujer, lo que no quiere decir otra cosa que lo que persigue es volar
los puentes que llevan a la mujer que no quiere llevar adelante su embarazo sin
los medios o el entorno social adecuado, mientras mantiene los puentes de lujo
que permiten a las otras, las que disponen de medios interrumpir su embarazo en
el extranjero o en discretas y seguras clínicas de lujo.
Esta tarde y en este asunto, los diputados y diputadas
tienen la rara oportunidad de votar secretamente, mediante el uso de papeletas,
con lo que tienen también la cobertura para hacerlo en conciencia, porque,
dejémoslo claro, votar en conciencia pueden siempre. Tienen esa oportunidad y
la tienen todos, también las mujeres t hombres del PP que o bien se han
sometido a una de esas de esas operaciones fáciles y seguras, si se dan las
condiciones adecuadas, o bien han tomado parte en la toma de la decisión de
llevarlas a cabo o han colaborado para que fuesen posibles. Es a ellos muy
especialmente a quienes pediría que, por vez, sin tener que pensar en multas o en su
carrera en el partido, voten en conciencia y pensando en esos miles de mujeres
que, a mal trago que ya es en sí tomar la decisión de abortar se le sume la
pena innecesaria de tener que hacerlo clandestinamente y sin las garantías
adecuadas o sumándose a la legión de hipócritas que esgrimen la conciencia sólo
cuando les conviene.
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