jueves, 21 de febrero de 2019

DEJAD QUE LOS NIÑOS...


Afortunadamente, en infancia ha habido pocos sacerdotes. Mi contacto con la iglesia fue el de un niño español nacido en los años cincuenta. Es decir, misa dominical, sacramentos y clases de Religión, no de religiones, en el colegio, que no era religioso, más por escasez de medios que por elección, puesto que mi madre, no mi padre, como buena navarra sentía una cierta atracción por los altares. No fue el caso y hoy, medio siglo después lo considero una suerte.
Tengo amigos, de mi edad y mayores, que no sólo iban a misa, como en aquellos años era exigido por el silencioso control social de la iglesia católica y la dictadura, sino que, para poder estudiar y sacar una boca de casa, acabaron en un seminario o internos, a cambio de servir de criados de los alumnos más ricos, en colegios religiosos. Pues bien, son estos amigos de edades y circunstancias parecidas los que me cuentan y han contado lo que fue para ellos el contacto con la iglesia católica.
Adornados de travesuras y no exento de un cierto humor, más a posteriori que entonces, su relato es un relato de miedo, hambre, frío y abusos, tanto mediante castigos físicos infringidos a niños de sólo diez años, como mediante la asquerosa costumbre, tan extendida y consentida en el clero, de acosar sexualmente a los pequeños, solos, desvalidos y alejados de sus familiares.
Es así como me lo han contado y es así como os lo cuento, el hambre y el ansia de un bienestar que no se daba en casa hizo que más de uno callase, aprendiendo a esquivar esas manos sudorosas, esas bocas hediondas que, en la soledad de un cuarto o en el mismo confesionario, con la amenaza del castigo terrenal o eterno, eran el pan nuestro de cada día.
Por suerte, la primera vez que me enfrenté a una noche rodeado de jóvenes como yo, aunque ya no era yo tan joven, en un dormitorio común con decenas de literas, fue en la mili y os aseguro que a mis veintiocho años no las tuve todas conmigo. Así que imaginad si podéis lo que debe ser para un niño de nueve o diez años, arrancado de su pueblo, sus paisajes y su familia, esa primera noche en el frío pabellón de un seminario. Imaginad también lo que sería para un hombre condenado al celibato verse rodeado de tanta carne joven, de tantas "almas" tiernas y asustadas, aterradas, deseosas de un poco de cariño y protección.
Ese es, ha sido, el caldo de cultivo en el que ha surgido y se ha extendido la pederastia, mantenida en secreto por las autoridades eclesiásticas que han culpabilizado siempre a las víctimas, volviéndolas aún más víctimas, negando el futuro a quienes sólo eran niños inocentes y confundidos y, finalmente, reconocen en otros ¡benditos medios de comunicación, benditas redes! lo que les había pasado en aquellos años sombríos del colegio u el seminario. Ese ha sido el resultado: tormento interior para la víctima, a veces hasta el suicidio, chantaje a sus familias y silencio sin castigo efectivo para quienes les causan tan terribles daños.
La iglesia católica se niega, pese a todas las evidencias, a considerar que el celibato, esa castidad antinatural, todas lo son, e impuesta, está en el origen de tanto abuso pederasta en su seno. Y lo hace sin pararse a considerar que la pederastia es en el clero mucho más habitual de lo que lo es fuera de él. Prefiere hablar de enfermedad, prefiere mandar a os curas denunciados, que desgraciadamente no son todos, a otras parroquias, como se mandaba a los tísicos a sanatorios en la sierra, donde el aire de las montañas aliviase su mal, sin pararse a pensar que aquí, en Gredos o en Montserrat ese cura va a volver a caer, después de tan liviano castigo, sobre el primer inocente que encuentre.
Hoy se celebra en el Vaticano una cumbre mundial sobre esta enfermedad, de la iglesia, no de los pederastas, que crece en sus denuncias día a día y que está minando su credibilidad y alejando a los fieles de sus templos, los seminarios y, lo que es peor para ella, de los colegios, verdadero negocio de una institución trasnochada que no sabe, ni parece querer saber, vivir en un mundo que, para bien y para mal, es más libre y está más y espero que mejor informada.
Dicen los evangelios que fue Jesús quien dijo a sus apóstoles aquello de "Dejad que los niños se acerquen a mí", espero que n fuera para esto.

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