martes, 26 de febrero de 2019

REALIDADES PARALELAS


No es la primera vez que tengo que preguntarme en estas páginas qué es lo que nos está pasando. No son pocas las bromas y los gags en el cine y en la vida que nos ponen sobre aviso de que no siempre hay que fiarse de lo que se nos dice, por más autoridad que concedamos a quien nos lo dice. Quién no recuerda, sobre todo si es periodista, aquella broma-consejo de "no dejes que a realidad te estropee un bonito reportaje" con que ironizábamos sobre la veracidad del trabajo de algunos "compañeros".  Qué decir de aquella pregunta del genial del genial Groucho Marx, "¿A quién vas a creer, a mí o a tus propios ojos?" pronunciada por Chico en la película de 1933 "Sopa de ganso". Una frase que hoy, con los medios y las técnicas puestos a disposición de los mentirosos, paradójicamente perdería sentido, porque son tantas las mentiras y tantos los mentirosos que cuesta discernir entre lo que es verdad y lo que es mentira.
Durante todo el día de ayer y ya desde la noche del domingo los aficionados al fútbol pudieron ver o, mejor dicho, pudieron "no ver" el penalti pitado al Levante por una patada inexistente de Casemiro que sólo los árbitros vieron y que permitió al Real Madrid conservar los puntos que hasta ese minuto tenía perdidos. Nadie vio la patada que, en el mejor de los casos, a algunos les pareció apenas un roce insuficiente para provocar la caída tan bien fingida por el madridista. Fue como si el árbitro dijese ¿A quién vais a hacer más caso a vuestros ojos o a lo que pito? 
Toda esta digresión viene a cuento de que nunca como ahora ha tenido más sentido la frase acuñada por Marshal McLuhan de que "El medio es el mensaje", porque el medio, la prensa, la radio o, en especial, la televisión y las redes han pasado a ser noticia, porque en las teles se dedican espacios a los ecos que las noticias, verdaderas o falsas, tienen en las redes y lo que se lee o se ve en la prensa y en la tele, veraz o manipulado, tiene a su vez mucho espacio en las redes, algo que los sesudos magos de la comunicación que asesoran a los partidos políticos, tienen muy presente, algo en que basan sus consejos, entre los que el de decir la verdad no parece ser habitual.
Son tantas las mentiras puestas en boca de alguno de nuestros políticos y es tanto el aplomo con que las dicen que ellos mismos llegan a creérselas, llenando los telediarios y las malditas hemerotecas de datos falsos entre los que dentro de unos años va a resultar muy difícil encontrar la verdad. Menos mal que algunas instituciones conservan mecanismos, arcaicos quizás, que obligan a la reflexión a la hora de dar cuenta de lo que en ellos se hace o dice y en los que no cabe, al menos como ocurre en los medios, el sesgo y la realidad inventada.
Y menos mal que es así, porque gracias a ello las afirmaciones de Casado tienen las patas cortas que tienen las mentiras. La última, ayer mismo, que la Ley integral contra la violencia de género es obra de su partido, cuando lo fue del PSOE, a iniciativa de los colectivos de mujeres. Pero ahí sigue el mentiroso, el que dice que la nación española es la más antigua de Europa, le faltó decir del universo y más allá, que en los meses que lleva Pedro Sánchez en el gobierno han llegado España en patera más inmigrantes que en todos los años anteriores, confundiendo intencionadamente el desembarco de los náufragos rescatados por las ONG con quienes llegan a nuestras playas, que, pese a que deberían tener la misma condición, no son lo mismo.
Pero se dice y queda, en mítines y en entrevistas, entre otras cosas porque se ha perdido la costumbre, buena costumbre, de replicar al entrevistado cuando falta a la verdad, cosa que a Maduro, por poner un  ejemplo reciente, no le gusta nada, porque él prefiere el intercambio de bromas y sonrisas con su amigo Jordi Évole a la impertinente insistencia en mostrarle la realidad de Venezuela del equipo de Univisión al que anoche, después de una entrevista interrumpida por el dictador, porque, sin duda, estaba desmontando la realidad paralela que pretende imponer al mundo, ya que a los venezolanos ya no puede.
Nuestros políticos se han acostumbrado a esconderse entre un forillo o unos seguidores anodinos que agitan banderas y el objetivo de las cámaras. Lo demás les da igual, porque no se ve. Y llegan a creerse tanto su papel que, como Inés Arrimadas, dice haber ido a Waterloo a decirle a Puigdemont que su república no existe y la pancarta que se llevó, junto unos cuantos fieles seguidores y el doble de periodistas, el fugitivo ex president no pudo verla, porque sólo la mostró a las cámaras que, eso sí, la encuadraron de espaldas a la casa en la que vive Puigdemont. Nuestros políticos viven en una realidad paralela que les fabrican cada día. Casi nada de lo suyo es verdad. No lo es esa sonrisa "profiden", una mueca que tiene que doler por las agujetas, que se coloca Pablo Casado cada vez que ve una cámara para hablar sin papeles, porque no los necesita, porque su realidad no los necesita porque es inventada y la improvisa cada día.

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