miércoles, 13 de febrero de 2019

UN PAÍS TELEVISADO


Hoy es el día de la Radio, el medio de comunicación al que di con entusiasmo los mejores años de mi vida profesional, un medio, quizá el más personal de todos, al que el transistor llamó del comedor y alejó de la mesa camilla para convertirlo en consejero, maestro y confidente, un medio que aún puede presumir de credibilidad frente a su hermano mayor, la tele, que, sin embargo y por paradójico que nos parezca, teniéndolo todo para ser el más fiable, nos hipnotiza con sus continuos juegos de manos, con esa prestidigitación de a verdad que a cada minuto hace ante nuestros ojos, pone en seria duda eso de que una imagen vale más que mil palabras.
Continuamente nos dicen que la televisión nos acerca a la realidad y no es cierto. Lo que hace es, como sabe cualquiera que haya jugado con una cámara, es encerrar la realidad en el marco que nos deja ver, aislándola del resto y haciéndonos creer que es la única. Lo peor, siendo muy malo esto que os digo, es que los protagonistas de esa presunta realidad lo saben y dejan de ser ellos mismos, para, con su sobreactuación, sus frases lapidarias, sus gestos perfectamente medidos, engañarnos, hacernos creer o al menos pretendiéndolo, su falsificación verdad.
Lo vimos el domingo en la plaza de Colón de Madrid, donde la tranquila realidad que se vio se dio de bruces con los aspavientos y las letanías con que los partidos convocantes nos habían pintado un país roto, a punto de ser rescatado por millares de patriotas de su gobierno traidor. Finalmente, la montaña del odio parió un ratón, Santiago Abascal, al que, para disgusto de Pablo Casado, que se dio cuanta tarde de que el recién llegado la había robado el plano en la tele, incluida la foto de la que el líder de Ciudadanos quiso escapar. Y es que, lo que quedará de esa mañana de domingo no serán las banderas ni los miles de manifestantes sino esa foto de la tirante unidad conseguida a duras penas.
Algo parecido está ocurriendo en el Tribunal Supremo, donde desde ayer están siendo juzgados los responsables de la decepcionante declaración de independencia y de todo lo que hubo a su alrededor, incluido el referéndum del 1 de octubre, que la torpeza de Zoido y sus asesores, junto a las imágenes dadas en directo por las televisiones, especialmente por la Sexta, del, a la vez, ineficaz y desmedido despliegue de policías y guardias civiles.
Ayer, en la sala del juicio y fuera de ella, todo el mundo, salvo quizá los acusados, sobreactuaron a su manera. Afuera, con sus banderas y sus consignas vociferadas. También con la presencia de quienes se creen imprescindibles, diputados de aquí y allá y "expertos", que de todo los hay. En la sala, Torra que, con su lazo amarillo y todo, midió mal el salto y se torció el tobillo al caer frente a un Junqueras al que, si le falta razón, le sobra la dignidad que el presidente catalán no tiene. También los abogados, cada uno por su lado y mirando, lo he visto tantas veces en los juicios a etarras, más por las ideas que representan sus defendidos que por los mismos defendidos.
Mi padre, al que todo esto ya le supera, se aturde, se enoja y se asusta ante lo que ve en esa tele que le hipnotiza cuando no le duerme. Sufre cuando le ponen durante días ante un pozo en el que yace un niño al que sin ninguna esperanza se trata de rescatar con vida ante las cámaras. La mujer que le cuida se pierde en el morbo de los sucesos y también se asusta. Y a mí no me queda otra que tratar de explicarles que, a pesar de todo eso, el mundo sigue y es mejor que el que aparece en la pantalla, tratar de convencer a mi padre de que no es que ahora pasen más cosas -crímenes, estafas o guerras- sino que, ahora, se cuentan más y se cuentan una y otra vez, porque, por desgracia, el morbo "hace caja" y quienes están al frente de las televisiones privadas, esas que justificaron contándonos que nos iban a hacer más libres, sólo quieren eso, dinero y más dinero, a costa de lo que sea.
Vivimos en un país televisado en el que las noticias se provocan y exageran, en el que se pregunta a gritos al presidente por la fecha de unas elecciones y, como no hay respuesta, es decir, como no hay noticia, la misma pregunta, el "canutazo" a gritos a cada minuto pasa a ser, sin ningún rubor, noticia.
Vivimos en un país televisado en el que los políticos repiten una y otra vez sus mentiras, casi siempre homologadas por sus expertos en comunicación, hasta que la gente, indolente, acaba repitiéndolas, por no molestarse en comprobar si hay algo de verdad en ellas. Vivimos en un país televisado en el que nos han hecho creer que nuestra libertad no consiste en tener acceso a la verdad sino en elegir las mentiras. Qué triste y peligroso es vivir en un país como el nuestro, televisado.

No hay comentarios: