viernes, 15 de febrero de 2019

SOLO ANTE LA HISTORIA


Es la de Oriol Junqueras una historia excepcional en el mundo de la política español. Al contrario que Carles Puigdemont que presume de saber casi desde la cuna que era independentista, algo así como lo que lee Florentino Pérez de sus fichajes cuando los presenta, todo en Junqueras ha llegado tarde; su entrada en la política, su matrimonio, los hijos. Quizá por ello, a punto de cumplir los cincuenta y tras casi un año en prisión, parece un hombre tranquilo. Nada que ver con esos otros líderes a que nos tiene acostumbrados la política, jóvenes, intrépidos y ambiciosos.
Junqueras se presentó ante el tribunal y estoy a punto estoy de creerle, casi casi como se describió Antonio Machado en su "Retrato", un hombre, "en el buen sentid de la palabra, bueno". Eso, unido a su halo de misticismo, consecuencia, quizá, de sus años sumergido en los archivos del Vaticano, le ha dado esa apariencia de hombre resignado con su destino, como si se conformase con los años que, de no mediar un indulto, le esperan en prisión. Quizá por ello, apenas se defendió de aquello de lo que se le acusaba, aunque, eso sí, asumiendo los hechos de los que se le acusa pero no así la culpabilidad, porque, en su realidad paralela, o al menos eso quiso hacernos creer a propósito de la convocatoria del ilegal referéndum del 1 de octubre, "votar no es delito y sí lo es impedirlo", aunque sea con la ley que él y los suyos se saltaron, sí lo es"
Es esa una característica de los católicos sinceros, él a mí me lo parece, se creen su verdad y, sobre todo, se creen con un papel, un destino, para cumplir en este mundo. Tanto, que se consideran algo así como instrumentos de la providencia y él parece estar seguro de que "su" providencia quiere una Cataluña republicana e independiente. Lo que suele ocurrir es que, luego, la realidad que es tozuda y lo es mucho se ha empeñado en quitarle la razón para encerrarle en una prisión.
Incluso en ese caso, los místicos, los iluminados, los que se creen instrumentos del destino, tienen a su alcance el recurso del martirio, el del sacrificio en pro de la Historia, de su papel en la Historia que él hombre aparentemente sencillo parece haber asumido en la humildad de una celda, aunque no hay que olvidar que, a  veces, la humildad no es más que un síntoma de soberbia, de la soberbia de quien se cree mejor que los demás, y Junqueras tiene fácil creerse mejor que muchos, especialmente si con quien se le compara es con el “feloncillo”, el sí, de Carles Puigdemont que pretendió convertirse en un nuevo Tarradellas, sin la dignidad del verdadero, el que mantuvo encendida la llama de una Catalana libre en tiempos de la dictadura.
Está claro que ayer, renunciando en la práctica a su defensa, sentado ante los siete magistrados que le juzgan, Junqueras se estaba comparando con el huido en Waterloo y toda su corte, a mil seiscientos kilómetros del tribunal y de sus compañeros. Y es que en la fotografía el preso sentado frente a los jueces crece, mientras que el huido a pensión completa empequeñece y se desvanece en la niebla de Waterloo. Junqueras se presentó ayer solo ante la Historia, desnudo y desarmado, sólo revestido de su dignidad o lo que él entiende por ella. De paso y después de meses sin verle ni oírle, salvo en fotos clandestinas y entrevistas por escrito, los catalanes pueden ahora comparar a uno y otro, al preso y al fugado, para tomar las decisiones que correspondan.

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