Hace ya tiempo que, ejerciendo el periodismo, llegué a
la conclusión de que las cosas son tan simples como parecen, de que, parándose
a pensar el tiempo suficiente, analizando los pros y las contras de las cosas,
siguiendo con calma los acontecimientos, podemos llegar a conclusiones
que se aproximan bastante a la realidad, que, a veces, un análisis calmado
explica mejor lo que ocurre que todas las filtraciones con que "nuestras
fuentes", siempre interesadas, tratan de llevarnos de la mano hasta
"su" verdad.
Digo esto a propósito de los últimos acontecimientos en
torno al futuro de Cataluña y sus líderes, que se están precipitando en un sentido
aparentemente, sólo aparentemente, sorprendente, inconcebible hace tan solo
unos días. Vaya por delante la constatación de que en el campo soberanista nada
se hace "por libre", que todo lo que sus líderes hacen o dicen lo
hacen perfectamente coordinados o, al menos, eso nos dicen, que la
"fuga" de Puigdemont y parte de su gobierno formaría parte de una
estrategia, de un plan maestro, que perseguiría sembrar y recoger una cosecha
de solidaridad internacional que, de momento, no parece acabar de brotar. Por
eso, cobra importancia que, en medio de ese escenario de resistencia numantina,
de repente, unos y otros, en Cataluña, Madrid o Bruselas, hayan cambiado su
discurso casi al unísono.
Ahora, después de meses de manifestaciones masivas en apoyo
de sus declaraciones y movimientos, después de pasarse por el forro la
Constitución y el estatuto vigente, después de aprobar a asolas y con la luz
apagada las leyes de referéndum y transitoriedad, después de forzar a costa de
las espaldas de los ciudadanos la celebración de un referéndum ilegal e
imposible de homologar por nadie, digan ahora que Cataluña no estaba preparada
para culminar el proceso, su proceso, para convertirse en un estado
independiente, para saltar al vacío como le pedían sus líderes más locuaces, con
sus espaldas bien cubiertas casi todos.
No sé a vosotros, pero a mí me pone los pelos de punta y me
enerva escuchar ahora a Artur Mas o a Joan Tardá, por poner a uno de aquí y
otro de allá, del PDeCat y de ERC, decir casi al unísono, insisto, que no estaban
preparados para la independencia, que, de aquellas elecciones plebiscitarias de
las que salió su exigua mayoría parlamentaria no salió la mayoría social que
hubiese hecho posible la independencia. Lo dicen ellos, lo han dicho y lo dirán
ante el juez quienes han sido y serán llamados a declarar, siguiendo el camino
mostrado por Carme Forcadell, que salió del Supremo bajo fianza y con el
compromiso de acatar y respetar la Constitución y el 155.
El resto seguirá esa senda, como digo, porque es muy
difícil, casi imposible, pasar del despacho y el coche oficial a una celda o al
patio de una prisión, como le ha ocurrido a la mitad del fugado Carles
Puigdemont. Es duro y difícil y estamos hablando de los miembros de un
gobierno, que lo fueron hasta hace dos días como quien dice, no de militantes
de una organización clandestina, conjurados y bragados en el sacrificio y el sufrimiento, y les piden bastanntes años de prisión a cada ino. Es
duro y cada vez más difícil mantener esa movilización permanente, ese "las
calles son y serán nuestras, con el que llevan semanas soñando, y más duro es
estar obligado a mantenerlo, cuando nada de los prometido a la gente se está
cumpliendo, cuando la economía se desmorona, cuando la anunciada ocupación por
las fuerzas del Estado no se ha producido ni parece que llegue a producirse. Es
muy duro pasarse la vida en una colecta para sufragar multas, viajes y
estancias en Bruselas y ayudas familiares a los presos. Más que duro, es
imposible sostenerlo durante mucho tiempo.
Por todo eso, este golpe de timón tan espectacular como
inesperado, un bandazo que me da qué pensar, una conversión generalizada a la
razón que coincide, curiosamente, con los primeros pasos del juez Llerena, del
Supremo, para hacerse con las causas instruidas por la juez Lamela de la
Audiencia, que, al tiempo, se traducirán en la libertad de los detenidos.
Dicen quienes reniegan ahora de la viabilidad de la
independencia que no esperaban tanta dureza del Estado y yo creo que lo que
quieren decir es que no esperaban que fuese tan duro soportar la dureza, no del
Estado, sino de sus leyes. Por eso ese agachar las orejas que sólo puedo
interpretar como una escenificación pactada y acordada del fracaso de una
locura imposible que ha causado demasiados destrozos y ha hecho demasiado daño
a Cataluña y los catalanes.
No llego a imaginar qué consecuencias tendrá todo esto en
las urnas, ni puedo imaginármelo, porque nunca he sido ni seré nacionalista, ni siquiera o mucho menos español,
pero, si la independencia era esto y, salvo que desde Moncloa repitan errores pasados,
dudo que el soberanismo repita resultados.
1 comentario:
Excelente artículo ...
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