miércoles, 29 de noviembre de 2017

MISILES Y SUPOSITORIOS


Dos ramas de la industria, la armamentística y la farmacéutica tienen más influencia que cualquiera otra en las decisiones que toman los gobiernos y los parlamentos, se supone que en nuestro nombre.
A nadie con dos dedos de frente le cabe en la cabeza que se gaste lo que se gasta en ese armamento, cada vez más caro, cada vez más sofisticado que, al final, apenas es efectivo en las nuevas formas de guerra, aquellas capaces de paralizar o arruinar un país a través de Internet, el terrorismo suicida o, en ocasiones, ambas combinadas.
¿Por qué, cuando se recorta en todo, se mantiene intacto, si no se incrementa, el gasto en Defensa? ¿Por qué se dedican enormes partidas de los presupuestos a inversiones en un armamento que en una o dos décadas van a quedar obsoletas? ¿Por qué hay cargos del ministerio de Defensa, el responsable de la compra de armamento, por ejemplo, que son intercambiables entre gobiernos del PSOE y el PP?
No es, desde luego, por la voluntad de los ciudadanos, a los queda poco más que la resignación o, a lo sumo, el pataleo. Quizá, si abalizásemos algunos consejos de administración, los sillones que algunos "ex" ocupan en grupos de opinión, grupos de presión, por hablar claro, o, quizá, si nos paramos a mirar quién paga, directa o indirectamente, las conferencias que imparten en universidades de aquí y allá, de esas por la que cada asistente paga un Perú. Quizá, si luego atamos cabos, lleguemos a entenderlo.
Otro tanto ocurre con la industria farmacéutica, los fabricantes y creadores de los medicamentos que, por toneladas y sobre todo a partir de una determinada edad, consumimos los ciudadanos. Nadie en su sano juicio entendería que un país como el nuestro deje de invertir en la investigación médica y farmacéutica y, mientras tanto, año tras año, incremente la partida de gasto en medicamentos. Nadie con sentido común admitiría que un sector como éste, verdaderamente estratégico, campase a sus anchas, esgrimiendo sus patentes, que podrían haber sido de todos, para quedarse con una parte tan importante de los presupuestos. Nadie entendería ni entenderá nunca que una farmacéutica chantajee a todo un país, imponiendo sus precios desorbitados y absolutamente arbitrarios, para suministrar su remedio contra la hepatitis C, el Sovaldi, capaz de salvar a decenas de miles de enfermos condenados a muerte, como lo hizo el propietario de la patente, convertida en poco más que un valor de bolsa al uso.
Nadie puede entender que se rasque en nuestros bolsillos para comprar aviones, barcos o misiles y cueste meses de movilizaciones desesperadas de centenares de enfermos y sus familiares a las puertas de los hospitales, para que, al fin, el Sovaldi que les salva la vida llegue a sus manos ¿Cuántas vidas salva un caza que puede estrellarse después de un inútil desfile y cuántas salva un medicamento, no ya subvencionado, sino surgido de nuestra propia investigación? La respuesta es contundente, tanto como el puñetazo que he recibido esta mañana en mi conciencia al enterarme por eldiario,es de que una empresa farmacéutica, productora de un tipo de medicamentos ahora en cuestión y pendientes de regulación ha pagado un viaje a su planta en Irlanda, supongo que con comidas, bebidas, alojamientos y agasajos incluidos, a un grupo de parlamentarios españoles involucrados en la decisión.
Con razón los supositorios tienen forma de proyectil y viceversa.  Nada podemos contra ellos ciando alguien decide que tenemos que tragar con ellos

1 comentario:

Mark de Zabaleta dijo...

No se puede decir más claro ...