Dos ramas de la industria, la armamentística y la
farmacéutica tienen más influencia que cualquiera otra en las decisiones que
toman los gobiernos y los parlamentos, se supone que en nuestro nombre.
A nadie con dos dedos de frente le cabe en la cabeza que se
gaste lo que se gasta en ese armamento, cada vez más caro, cada vez más
sofisticado que, al final, apenas es efectivo en las nuevas formas de guerra,
aquellas capaces de paralizar o arruinar un país a través de Internet, el
terrorismo suicida o, en ocasiones, ambas combinadas.
¿Por qué, cuando se recorta en todo, se mantiene intacto, si
no se incrementa, el gasto en Defensa? ¿Por qué se dedican enormes partidas de
los presupuestos a inversiones en un armamento que en una o dos décadas van a
quedar obsoletas? ¿Por qué hay cargos del ministerio de Defensa, el responsable
de la compra de armamento, por ejemplo, que son intercambiables entre gobiernos
del PSOE y el PP?
No es, desde luego, por la voluntad de los ciudadanos, a los
queda poco más que la resignación o, a lo sumo, el pataleo. Quizá, si
abalizásemos algunos consejos de administración, los sillones que algunos
"ex" ocupan en grupos de opinión, grupos de presión, por hablar
claro, o, quizá, si nos paramos a mirar quién paga, directa o indirectamente,
las conferencias que imparten en universidades de aquí y allá, de esas por la
que cada asistente paga un Perú. Quizá, si luego atamos cabos, lleguemos a
entenderlo.
Otro tanto ocurre con la industria farmacéutica, los
fabricantes y creadores de los medicamentos que, por toneladas y sobre todo a
partir de una determinada edad, consumimos los ciudadanos. Nadie en su sano
juicio entendería que un país como el nuestro deje de invertir en la
investigación médica y farmacéutica y, mientras tanto, año tras año, incremente
la partida de gasto en medicamentos. Nadie con sentido común admitiría que un
sector como éste, verdaderamente estratégico, campase a sus anchas, esgrimiendo
sus patentes, que podrían haber sido de todos, para quedarse con una parte tan
importante de los presupuestos. Nadie entendería ni entenderá nunca que una
farmacéutica chantajee a todo un país, imponiendo sus precios desorbitados y
absolutamente arbitrarios, para suministrar su remedio contra la hepatitis C,
el Sovaldi, capaz de salvar a decenas de miles de enfermos condenados a muerte,
como lo hizo el propietario de la patente, convertida en poco más que un valor
de bolsa al uso.
Nadie puede entender que se rasque en nuestros bolsillos
para comprar aviones, barcos o misiles y cueste meses de movilizaciones
desesperadas de centenares de enfermos y sus familiares a las puertas de los
hospitales, para que, al fin, el Sovaldi que les salva la vida llegue a sus
manos ¿Cuántas vidas salva un caza que puede estrellarse después de un inútil
desfile y cuántas salva un medicamento, no ya subvencionado, sino surgido de
nuestra propia investigación? La respuesta es contundente, tanto como el
puñetazo que he recibido esta mañana en mi conciencia al enterarme por eldiario,es de que una empresa farmacéutica, productora de un tipo de
medicamentos ahora en cuestión y pendientes de regulación ha pagado un viaje a
su planta en Irlanda, supongo que con comidas, bebidas, alojamientos y agasajos
incluidos, a un grupo de parlamentarios españoles involucrados en la decisión.
Con razón los supositorios tienen forma de proyectil y
viceversa. Nada podemos contra ellos ciando alguien decide que tenemos que tragar con ellos
1 comentario:
No se puede decir más claro ...
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