De ahí la rabia y de ahí la intolerancia contra quienes
toman el sufrimiento de tantos en vano.
Hubo un tiempo en que, a unas horas de avión de aquí, tener
veinte años, llevar el pelo largo, leer algunos libros o
escuchar determinada música podía costarte la vida. Hubo un tiempo en que
al otro lado del océano, hombre o mujer, sano o enfermo, podían sacarte de tu
cama y llevarte, atado y encapuchado, en coches sin matrícula, pero
inconfundibles y dejarte por meses en manos de sádicos desalmados que, a
sabiendas, de que tu único delito era no ser como ellos, te mantenían vivo pero
aterrado y sucio, a merced de su humor o el de sus superiores, hasta que no
eras más que una piltrafa o, si eras mujer y embarazaba, hasta que parías para
ellos un niño que acabaría convirtiéndose en un regalo para familias amigas de
ellos o sus jefes y del "orden". Entonces esos jóvenes, llenos de
vida cuando se los llevaron de sus casas, habían dejado de estarlo,
convirtiéndose en un residuo incómodo del que había que deshacerse
Entonces, los carceleros, los torturadores, los fascistas,
estos sí, todos militares, como colectivo muy organizado que eran y con medios
suficientes para ello, hacían "limpieza", sedando a sus víctimas o lo
que quedaba de ellas para subirlas a un avión donde, después de ser
"asistidas" por un sacerdote, militar por supuesto, eran arrojados
inconscientes o no a las aguas inmensas del Atlántico, para borrar todo rastro
de todo el horror causado.
Fueron cerca de treinta mil los jóvenes y nedio millar los niños que desaparecieron en apenas siete años en el sumidero de la ESMA, la tristemente célebre Escuela Superior de Mecánica
de la Armada, y otros centros parecidos, una cifra fríamente calculada,
aprendida de las enseñanzas de la ignominiosa Escuela de las Américas, esa
universidad del fascismo y del terror, en la que instructores norteamericanos
adoctrinaron a los militares de sus vecinos del sur para acabar con el
comunismo. Sabían y, cómo no, enseñaban a sus discípulos que
"actuando" indiscriminadamente contra un pequeño porcentaje de
determinado grupo de población, los jóvenes, conseguirían aterrorizar y
paralizar al resto. Con lo que no contaron, afortunadamente, fue con la fuerza
y el tesón de sus madres, capaces de reconstruir el mapa de sus salvajadas.
Gracias a ellas, gracias a la prensa, gracias a abogados y
jueces, ayer, por fin, fueron condenados a cadena perpetua dos ¿los últimos?
asesinos uniformados de aquel terrible período de nuestra historia, porque la
de Argentina también es nuestra historia, Alfredo Astiz, el "ángel de la
muerte", y Jorge "el tigre" Acosta, responsable de gran parte de
los crímenes cometidos en la ESMA.
Horas antes, otro militar, el general Slobodan Praljak, se
quitó la vida ante el tribunal que le acababa de condenar a cadena perpetua
como criminal de guerra por haber condenado al hambre y la muerte a la
población bosnia de Mostar. Probablemente Praljak pensó que volar el único
puente que unía el barrio bosnio con el exterior fue sólo una operación militar
¡qué fácil! más allá de sus consecuencias y por ello no quiso pagar su culpa.
Más allá de todo esto sería bueno no desaprovechar la
ocasión para recordar de dónde venimos, para saber del verdadero terror, la
tortura y el fascismo, para medir después nuestras palabras y, evitar así
remover frívolamente los dolorosos recuerdos de tantos.
1 comentario:
Una gran reflexión ...
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