Ningún guionista en su sano juicio, salvo los de los
disparatados Monty Pythonm claro, hubiese osado firmar una historia tan
ridícula y peregrina cuando no enojosa como la de Carles Puigdemont y su
"procés". Todo lo ocurrido es difícil de creer, pero, sin embargo, no
es tan difícil de idear. Basta con hacer que sus protagonistas den los pasos
menos previsibles y más irracionales, con alejarles de la más mínima coherencia
de pensamiento y obra y hacer que se conduzcan como lo haría uno de esos
aspiradores robotizados que van de rincón en rincón tropezando con cuantos
obstáculos se interponen en su camino, aunque, a diferencia de esas misteriosas
máquinas, esparce las pelusas y las migas, en vez de recogerlas.
La huida de Puigdemont, para aparecer en Bruselas, vía
Marsella, carece de mérito alguno. Y no lo tiene, porque, si pudo subirse a un
coche para embarcar en Marsella en un avión y aparecer el lunes en la
capital belga, fue porque España es, pese a lo que él diga, un estado de
Derecho, en el que, de no existir una orden judicial en contrario, como hasta
ahora no existe, goza de los mismos derechos, también las obligaciones, que
cualquier ciudadano.
Sé de sobra que al primer ministro belga, Charles Michel, no
le gusta que se compare a tan ilustre e incómodo invitado con Tintín, su
héroe nacional, porque el rubio periodista soluciona problemas en sus
aventuras, en tanto que el otro, Puigdemont, el del "pelazo", no hace
otra cosa que provocarlos, pero, aun así, no hay que negar al ex president o a
quien le escriba los guiones un cierto espíritu de aventura que mueve sus pasos
hacia la épica, innecesaria, pero épica, no misterio y la truculencia.
¿A qué vino, si no, ese paseo por Girona, entre selfis y
abrazos, o esa fotografía de las gárgolas del palacio de la Generalitat contra
el cielo de Barcelona, un increíble cielo nuboso en un día que fue claro? A
qué, sino a subir la adrenalina del aventurero y alimentar el ego del estratega
que cree ser.
No sé qué ha pretendido el ex president con su viaje. Dicen
quienes aún le defienden, él mismo lo dijo el martes en esa rueda de prensa tan
tumultuosa como estéril, que internacionalizar el conflicto y llamar, lo hizo
patéticamente y por dos veces, a una imposible reacción de la Unión Europea
que, como era de esperar, no se ha producido. Todo un fracaso diplomático que
no lo ha sido menos en su intento de llevar a la prensa internacional a la
condena de ese estado opresor que, en su fantasía, es España. Más bien al
contrario. Ahora que ya no controla los presupuestos de la Generalitat y no
tiene fondos para caras campañas de prensa, las cañas de otro tiempo se le han
tornado en lanzas, lanzas que no han dudado en calificar de circo su tocata y
fuga con aparición final en Bélgica.
Creo que Puigdemont, en su paranoia, ha sido incapaz de ver
a dónde estaba llevando a su pueblo y su futuro. Al cesado president no le
espera un exilio digno como tuvieron Companys o Tarradellas. Lo que le espera,
en el mejor de los casos es la ignominia y la vergüenza por año, si no la
cárcel. A su gente, a quienes de buena fe le creyeron, lo que les espera es una
vuelta atrás en sus aspiraciones de una Cataluña independiente, porque
difícilmente cabe nada que no sea una desmovilización de esos dos y medio de
ciudadanos, frustrados y engañados, engañados, porque, como también dijo el
primer ministro belga, quien declara la independencia no huye, sino que se
queda junto a su pueblo.
Ahora mismo, sus consellers y el mismo Junqueras, así como
la mesa del Parlament, comparecen ante la Audiencia Nacional y el Supremo para
responder de gravísimos delitos, los más graves si es que no hay sangre de por
medio. Yo sólo espero que en los jueces pesen el sentido común y la cabeza
fría, para no aportar la palma del martirio al ya muy desabastecido polvorín independentista.
Sólo espero que ninguno de los llamados a declarar pise una celda hasta o ser condenados
en firme, para no hacerles la campaña a quienes han llevado a Cataluña hasta el
borde del abismo.
También espero que las fuerzas de seguridad, aquí y allá,
sean exquisitas en el cumplimiento de su obligación de defender y proteger a
quienes permanecen en España y cumplen con sus obligaciones ante la Justicia.
Puigdemont se ha convertido en un president, un personaje,
de opereta al que difícilmente sigue ya el coro. Esperemos que la
representación se suspenda y que nadie avive el fuego de una trama cada vez más
mortecina.
1 comentario:
Un esperpento ...
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