jueves, 2 de noviembre de 2017

UN PRESIDENT DE OPERETA


Ningún guionista en su sano juicio, salvo los de los disparatados Monty Pythonm claro, hubiese osado firmar una historia tan ridícula y peregrina cuando no enojosa como la de Carles Puigdemont y su "procés". Todo lo ocurrido es difícil de creer, pero, sin embargo, no es tan difícil de idear. Basta con hacer que sus protagonistas den los pasos menos previsibles y más irracionales, con alejarles de la más mínima coherencia de pensamiento y obra y hacer que se conduzcan como lo haría uno de esos aspiradores robotizados que van de rincón en rincón tropezando con cuantos obstáculos se interponen en su camino, aunque, a diferencia de esas misteriosas máquinas, esparce las pelusas y las migas, en vez de recogerlas.
La huida de Puigdemont, para aparecer en Bruselas, vía Marsella, carece de mérito alguno. Y no lo tiene, porque, si pudo subirse a un coche para embarcar en Marsella en un avión y aparecer el lunes en la capital belga, fue porque España es, pese a lo que él diga, un estado de Derecho, en el que, de no existir una orden judicial en contrario, como hasta ahora no existe, goza de los mismos derechos, también las obligaciones, que cualquier ciudadano.
Sé de sobra que al primer ministro belga, Charles Michel, no le gusta que se compare a tan  ilustre e incómodo invitado con Tintín, su héroe nacional, porque el rubio periodista soluciona problemas en sus aventuras, en tanto que el otro, Puigdemont, el del "pelazo", no hace otra cosa que provocarlos, pero, aun así, no hay que negar al ex president o a quien le escriba los guiones un cierto espíritu de aventura que mueve sus pasos hacia la épica, innecesaria, pero épica, no misterio y la truculencia.
¿A qué vino, si no, ese paseo por Girona, entre selfis y abrazos, o esa fotografía de las gárgolas del palacio de la Generalitat contra el cielo de Barcelona, un increíble cielo nuboso en un día que fue claro? A qué, sino a subir la adrenalina del aventurero y alimentar el ego del estratega que cree ser.
No sé qué ha pretendido el ex president con su viaje. Dicen quienes aún le defienden, él mismo lo dijo el martes en esa rueda de prensa tan tumultuosa como estéril, que internacionalizar el conflicto y llamar, lo hizo patéticamente y por dos veces, a una imposible reacción de la Unión Europea que, como era de esperar, no se ha producido. Todo un fracaso diplomático que no lo ha sido menos en su intento de llevar a la prensa internacional a la condena de ese estado opresor que, en su fantasía, es España. Más bien al contrario. Ahora que ya no controla los presupuestos de la Generalitat y no tiene fondos para caras campañas de prensa, las cañas de otro tiempo se le han tornado en lanzas, lanzas que no han dudado en calificar de circo su tocata y fuga con aparición final en Bélgica.
Creo que Puigdemont, en su paranoia, ha sido incapaz de ver a dónde estaba llevando a su pueblo y su futuro. Al cesado president no le espera un exilio digno como tuvieron Companys o Tarradellas. Lo que le espera, en el mejor de los casos es la ignominia y la vergüenza por año, si no la cárcel. A su gente, a quienes de buena fe le creyeron, lo que les espera es una vuelta atrás en sus aspiraciones de una Cataluña independiente, porque difícilmente cabe nada que no sea una desmovilización de esos dos y medio de ciudadanos, frustrados y engañados, engañados, porque, como también dijo el primer ministro belga, quien declara la independencia no huye, sino que se queda junto a su pueblo.
Ahora mismo, sus consellers y el mismo Junqueras, así como la mesa del Parlament, comparecen ante la Audiencia Nacional y el Supremo para responder de gravísimos delitos, los más graves si es que no hay sangre de por medio. Yo sólo espero que en los jueces pesen el sentido común y la cabeza fría, para no aportar la palma del martirio al ya muy desabastecido polvorín independentista. Sólo espero que ninguno de los llamados a declarar pise una celda hasta o ser condenados en firme, para no hacerles la campaña a quienes han llevado a Cataluña hasta el borde del abismo.
También espero que las fuerzas de seguridad, aquí y allá, sean exquisitas en el cumplimiento de su obligación de defender y proteger a quienes permanecen en España y cumplen con sus obligaciones ante la Justicia.
Puigdemont se ha convertido en un president, un personaje, de opereta al que difícilmente sigue ya el coro. Esperemos que la representación se suspenda y que nadie avive el fuego de una trama cada vez más mortecina.