Dentro de poco más de dos semanas, los españoles, todos,
estamos convocados a las urnas para elegir el Parlamento, Congreso y Senado,
para los próximos cuatro años y, por tópico que parezca, hay que tener presente
a la hora de votar que nunca como ahora, salvo quizá en aquellas constituyentes
de 1977, apenas dos años después de la muerte del dictador, los españoles
vamos a poder influir tanto con nuestro voto en el futuro del país.
Nunca el voto va a ser tan decisivo y nunca debiera ser tan
responsable. Quizá por eso, tampoco el nivel de indecisión entre los votantes
ha sido tan elevado, nada menos que un cuarenta y uno por ciento de los
encuestados por el CIS, lo que podría indicar que, hasta mediados de noviembre,
cuatro de cada diez entrevistados tenía claro a quién votar o, simplemente, no
lo manifestaba.
Es lo que me pasa a mí que siempre he tenido claro el
sentido de mi voto. En esta ocasión, yo que siempre he votado a la izquierda,
al PC en las constituyentes y en las primeras generales, al PSOE en los años
siguientes y hasta las últimas europeas, en que vote a Izquierda Unida y, ya en
las últimas autonómicas y locales a Podemos y Ahora Madrid, siempre a la
izquierda, lo único que tengo claro es que seguiré votando a la izquierda,
aunque aún no sé a quién.
Sí sé quién no se llevará mi voto y sé que no serán el PP ni
Ciudadanos, en la derecha, ni el PSOE, presuntamente en la izquierda, que ha
dilapidado en tres décadas, más de dos en el poder y apenas una en la
oposición, todo el poder y las esperanza que los votantes habíamos puesto en
él. Por tanto, mis dudas, que aún mantengo abiertas, están entre votar a un
partido emergente como Podemos, tan lejano ya de aquella efervescencia del 15-M
o a un partido, una coalición, para ser más exactos que trata de renovarse,
tras años de desgaste, consecuencia, a veces, de un verdadero y sangrante
proceso de autodestrucción, en el que los egos y los intereses personales
han pesado más que los intereses de los votantes que dicen defender.
Todo lo que os digo viene a cuento de los resultados que
arroja la última y gran encuesta del CIS previa a las elecciones, publicada
ayer, resultados que, sorprendentemente, siguen otorgando al PP a victoria el
día 20, aunque no la mayoría absoluta, que hundirían aún más el suelo del PSOE,
a pesar de que se mantiene en la segunda posición y que otorgan a Ciudadanos el
tercer lugar, prácticamente empatado con el más raquítico de los pesoes de la
historia reciente. En cuarto lugar y descolgado, aparece Podemos, que lleva
varios meses desinflándose como un suflé y, bastante más alejada, IU, con un
resultado, al menos tras la cocina de la encuesta, bastante decepcionante.
Es ahí, donde se desatan mis dudas, donde aparece la sombra
del maldito "voto útil" que ha pesado demasiado en mí y en el resto
de los españoles en anteriores elecciones y que fue abriendo la enrome brecha
que divide a la izquierda y que convirtió al PSOE, a base de demasiados votos
inmerecidos, en el monstruo irreconocible que ahora padecemos.
Ahora, el próximo día 20, mis dudas razonables también están
en entregar mi voto útil a un Podemos ensoberbecido, incapaz de integrar una
candidatura con Izquierda Unida, capaz de ganar terreno a los socialistas,
acercándose así a los deseos y necesidades de tantas víctimas de la crisis que
el PSOE no supo prever, remediar, ni, mucho menos, alejar de los más
débiles y necesitadas. Algo que resulta más que lamentable, sobre todo cuando
se comprueba que Podemos, en coalición con el equivalente a Izquierda Unida en
Cataluña y otras formaciones de la izquierda, es la ganadora en esa comunidad
autónoma, en el centro del huracán en los últimos meses.
Creo que, finalmente, y salvo grandes sorpresas, acabaré
votando a Izquierda Unida y que lo haré por varias razones. La primera, porque
hay que reservar Izquierda Unida, no por su pasado o el del PCE, como me decía
un querido amigo, sino porque es necesaria una izquierda seria que tiene al
frente al que quizá sea el líder más brillante y con más proyección de las
fuerzas progresistas, capaz de desoír los cantos de sirena de Pablo Iglesias,
para colocarse al frente de una candidatura que se ofrece al electorado como
"irreverente, insurgente e ilusionante".
Son dudas razonables, que tengo casi resueltas, como habréis
podido deducir, ante las elecciones más trascendentes de los últimos años y
creo que de mi vida, porque de ellas depende que este sistema tan artrítico y
tan doloroso cambie a mejor o desaparezca de nuestras vidas. Por eso tenemos
que vencer esas dudas razonables y proclamar sin miedo nuestra opción de voto
y, sobre todo, dejar claro a quien no votaremos ahora ni nunca.
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1 comentario:
Muy coherente...
Saludos
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